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Por Félix Cortés Camarillo

En 1956 en las calles de Budapest tuvo lugar la primera manifestación de repudio a la repartición de Europa que en Yalta –por cierto, un puerto importantísimo de la Crimea ucrania hoy ocupada por Rusia Roosevelt, Stalin y Churchill– habían acordado después de la rendición del eje Berlín-Tokio para finalizar la Segunda Guerra Mundial. La Unión Soviética se quedaba con la parte oriental, de Polonia para la derecha en el mapa, y la mitad de la vencida Berlín. El resto lo iban a ocupar simbólicamente entre Francia, Gran Bretaña y los Estados Unidos.

La rebelión de los húngaros del 56 fue aplastada con rigor por la Unión Soviética. Lo mismo iba a pasar con fenómenos similares que gradualmente se darían en las repúblicas ocupadas por los rusos, como Polonia o Checoslovaquia, o creadas a conveniencia como la impensable Yugoslavia del mariscal Tito. 

La historia de mi tiempo, que yo llamo nuestro, está poblada de esas cosas simples: pequeñas y medianas insurrecciones populares contra dictaduras mayores, que al final de cuentas devienen raíces de grandes transformaciones. Junto a la rebelión húngara del 56 se forman las huelgas de los astilleros de Gdansk, leves manifestaciones públicas en Alemania del Este, la Primavera de Praga en 1968, los actos heroicos de la plaza Tien An Men o la dispersa rebeldía pérsica y árabe que acabó con el Sha Pahlevi y con el dictador Jadafi. Las rebeliones de Europa Central terminaron derribando no solamente el muro de Berlín sino a la mismísima Unión Soviética. La imagen de un chino solitario parado frente a un tanque provocó transformaciones internas en la nomenklatura que había heredado de la China uniforme y disciplinada de Mao. Los cambios en la política interna del Medio Oriente, si bien quedan a deber, han marcado cierto avance.

Es muy probable que la China de un comunismo que nunca acabaremos de entender, la China que tuvo que rediseñar el recién difunto Yiang Zemin luego de los sucesos de Tien An Men y que el Xi Ping había conducido con habilidad para procurarse una permanencia tipo porfirista en el mando.

Hasta que llegó el Covid.

Más bien dicho, hasta que de un mercado chino salió el virus que puso de cabeza al mundo por un período que ya cumple tres años y que ha modificado nuestros hábitos sociales.

No en China. Todas las sociedades orientales mantienen un patrón de conducta colectiva de gran disciplina, con orígenes obviamente históricos y religiosos. La respuesta china a la pandemia que había nacido en su propio territorio fue desde el inicio de una tolerancia cero, aislamiento total no solamente de los contagiados por el virus. Luego de un breve lapso de aparente retroceso del mal, al que siguió un repunte con nuevas y más agresivas –aunque menos letales– cepas, vino en China un estricto régimen de aislamiento absoluto. Familias enteras llevan meses sin poder salir a la calle porque uno de sus miembros fue infectado.

Los que nos llamamos occidentales hemos soportado con enojo y muchas marrullerías, las medidas que se han impuesto para evitar los contagios; hay gente que nunca se puso el cubrebocas, ni respetó la sana distancia, ni se vacunó, ni se reportó a la autoridad cuando los síntomas primeros se presentaron. Muchos de ellos ya no nos acompañan.

Así son las cosas simples, como dice una pieza de teatro mexicano que yo me sé: al principio carecen de importancia. Pero a la larga…..

PARA LA MAÑANERA (Porque no me dejan entrar sin tapabocas): Si cada pueblo tiene el gobierno que se merece, también está condenado a que su selección de futbol sea su mejor representación: los mexicanos somos el pueblo del YA MERITO, que depende siempre de lo que hagan los demás para su beneficio. Por ejemplo, las remesas de los braseros mexicanos a los que negamos oportunidad de vida, estudio y trabajo en la tierra que es de ellos. 

‎felixcortescama@gmail.com

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// Félix Cortés Camarillo

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Autor: stafflostubos
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