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Por Félix Cortés Camarillo

“El INE no se toca” fue el mal diseñado slogan de la marcha del otro domingo en contra del intento de golpe de estado constitucional por parte de Andrés Manuel desmantelando a la más importante institución producto de la lucha por alcanzar alguna democracia en México, el IFE rebautizado. Tan sólido fue el apoyo nacional a ese precepto, que el mismo presidente Lopitos convocó a un desfile majestuoso de más de un millón de acarreados –según confesión presidencial– en apoyo a su mandato.

Tan sólido fue el mensaje de los no acarreados, que los diputados de la oposición no se atrevieron a aprobar la reforma constitucional enviada por el presidente López para inhabilitar al INE y convertirlo en una dependencia del Ejecutivo, en un sufragio que requería la llamada mayoría calificada, es decir las dos terceras partes de los legisladores presentes.

Me pueden llamar masoquista, pero la noche del martes estuve viendo intermitentemente la sesión de San Lázaro para discutir la reforma del presidente Lopitos. Escuché posicionamientos, diatribas, mentiras, frases huecas, en favor y en contra de la iniciativa presidencial. Nunca entendí el ejercicio histriónico. Todos los que estaban en el Palacio Legislativo –y los que estaban fuera también– sabían perfectamente que la iniciativa iba a ser rechazada en votaciones. A pesar de que todos sabíamos eso, por decisión del presidente López su documento se analizó, discutió y rechazó en los votos, alrededor de las dos veinte de la mañana.

Inmediatamente después de la pausa, se convocó a una nueva sesión del pleno de diputados, ahora para discutir el llamado plan B del presidente para desmantelar al INE al través de reformas a leyes secundarias, cuya aprobación requería solamente la mayoría simple. Cosa que Morena tiene en diputados.

Confieso que no puedo discutir, evaluar, rechazar o comentar la iniciativa presidencial sobre el cambio a esas leyes secundarias. No lo conozco. El documento fue entregado a los diputados para su estudio, discusión y aprobación un par de horas antes de comenzar la votación. El proyecto no pasó, como es el procedimiento legal, por las comisiones de gobernación, puntos constitucionales o de cualquier otra índole: se fue por la vía rápida al pleno para su votación. Tampoco fue difundida para su conocimiento público. Fue aprobada por la mayoría de Morena y sus secuaces. Ni los que votaron a favor, ni los que lo hicieron en contra saben qué estaban votando. Mucho menos los ciudadanos.

Lo que ha trascendido es fragmentario pero revelador. Se reduce el presupuesto del INE, se bajan los sueldos, se aniquilan las 32 comisiones estatales electorales, se acaban las entidades distritales –esas que emiten la credencial para votar– y se establece que los consejeros sean electos directamente por “el pueblo”. 

Que ¿al INE no se le toca? ¡Claro que sí se toca! Y bien tocado. Porque lo ordena el presidente.

Desde luego, y el presidente Lopitos lo confesó el miércoles en la mañanera, si no se le doblan las corvas a Alito Moreno, lo aprobado de madruguete en diputados no pasará el filtro del Senado. Y entonces todo pasará a la Suprema Corte de Justicia. Por eso Lopitos le trae ganas a quedarse con esos huesos.

Lo único que me queda claro después del maratón televisivo de la otra noche es la pobreza de la política mexicana, la estulticia de sus operadores, la miseria verbal de sus ejecutores y la transparencia de sus malas intenciones.

Los pueblos tienen los gobiernos que merecen.

PARA LA MAÑANERA (Porque no me dejan entrar sin tapabocas): Yo lo siento por el presidente López y los que iban a acompañarle el martes en su raro viaje al extranjero. Se van a quedar con las ganas de comerse un tiradito, un chupe, anticuchos, arroz chaufa, Cau Cau, Parihuela, Tacu Tacu y un Pisco Sour. Se me hizo agua la boca.

El presidente peruano Pedro Castillo, luego de poco más de año y medio en el cargo y ocho diferentes gabinetes, fracasó en su intento de autogolpe de Estado, disolviendo el Congreso, ordenando el toque de queda, y nombrando un gobierno que mandaría en adelante por decretos. ¿Suena familiar?

El Congreso peruano lo desconoció, lo hizo arrestar y le tomó protesta a la vicepresidente –del mismo partido izquierdista de Castillo– como nueva titular.

El mismo día, el presidente López había anunciado que viajaría a Perú el martes 13 para entregarle a Castillo la presidencia de la Alianza del Pacífico, de Chile, Colombia, México y Perú con Ecuador de colado.

Será en otra ocasión. Digo, lo del ceviche y el tiradito.

Pero que no nos sorprenda que el gobierno de la cuarta simulación logre negociar que suelten a Castillo para que se venga a vivir a Polanco como asilado político, pagado por los mexicanos. Ya hay precedentes, ¿O no, Bolivia? 

‎felixcortescama@gmail.com

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// Félix Cortés Camarillo

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Autor: stafflostubos
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