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Por Félix Cortés Camarillo

De las pocas cosas que he aprendido bien en todos estos años es que cuando muere un ser cercano a nosotros, nuestro duelo es sólo parcialmente por su deceso. En realidad, lo que afecta a nuestro pensar y sentir es la advertencia implícita de que todos vamos a pasar por el mismo trance de nuestro ser querido, tarde o temprano. Al enterrar o incinerar el cuerpo de nuestro amigo estamos sepultando o haciendo chicharrón un poco de nuestro propio cuerpo.

Desde el primer momento en que me enteré del cobarde atentado para asesinar a Ciro Gómez Leyva, sentí que esas balas estaban también dirigidas a mí. No que yo tenga una especial relación amistosa con el comunicador o el perfil de importancia mediática que él tiene. Hemos coincidido en un par de casas a las que vendimos nuestros servicios profesionales, pero mi solidaridad va más allá de esa circunstancia.

Todos los que compartimos vocación, oficio y ejercicio profesional en el periodismo –que no hay pequeño, grande o mediano– nos sentimos esa madrugada de diciembre atacados, agredidos, amenazados y bajo peligro de muerte. Hay tres periodistas de Guerrero cuyo secuestro, humillación y posible muerte denunció el mismo Ciro la noche del martes en su programa noticioso.

Es necesario reconocer que ayer por la mañana el policía mayor de la capital de la república, Omar García Harfuch, dio a conocer los pormenores de la investigación policíaca que culminó en la detención de once personas que intentaron matar a Ciro: los autores materiales. La investigación fue impecable, los delincuentes fueron muy torpes, y el resultado es loable. Los que quisieron matar a Ciro están presos. Falta saber quién contrató a estos evidentes matarifes de alquiler, que por cincuenta mil pesos asesinan a la esposa incómoda, al rival en amores o al competidor en negocios, si hay quien pague. Creo que García Harfuch logrará desenmarañar esta madeja también.

Abro un paréntesis para poner en relieve que Omar Hamid García Harfuch fue objeto de un atentado similar al de Ciro, en Las Lomas de Chapultepec, con más fuego y saña, de cual salió casi ileso. Pero, independientemente de su preparación para el cargo que tiene, es un digno nieto de Marcelino García Barragán, secretario de la Defensa, e hijo de uno de los más inteligentes subsecretarios de Gobernación que ha tenido México, Javier García Paniagua. García Harfuch debe ser, si el presidente López no mete las garras, el próximo gobernador de la capital del país.

Pero estaba yo hablando de las muertes ajenas.

Por voluntad de Dios, por destino, casualidad, suerte o lo que sea, Ciro Gómez Leyva salió vivo de los balazos que estos pillos le tiraron en una emboscada planeada y ejecutada con la habilidad de los sicarios.  Me duele tener que escribir que, desde esa medianoche, la vida de Ciro ya no es igual. Cualquiera que sea la calidad de vida que tenga hoy Ciro, no es lo mismo. Tiene como media vida. Como media muerte. Y es como media muerte para todos nosotros en este país, que sin estar en guerra, es el más peligroso para ejercer nuestro oficio. Mi abrazo cordial y solidario a Gómez Leyva.

PARA LA MAÑANERA (Porque no me dejan entrar sin tapabocas): El dictamen de la UNAM sobre la falsedad de la tesis que doña Yazmín Esquivel de Riobóo, para obtener su título treinta años ha de licenciada en derecho, plantea una serie de opciones, si las cosas en México fueran como deben ser. En primer lugar, la NO licenciada Esquivel tendría que descolgar de la pared de su oficina el título que le llama licenciada en leyes. Segundo, para ser ministro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación es requisito número uno tener ese título. Ergo, la SCJN, que acató la designación que en su momento y a sugerencia del presidente López hizo el Senado como magistrada de la tal Ximena., debiera expulsarla de su recinto. En consecuencia, el Senado debiera recibir del presidente López una nueva terna para una magistrada sustituta.

No nos hagamos pendejos. Nada de eso va a suceder.

‎felixcortescama@gmail.com

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// Félix Cortés Camarillo

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Autor: stafflostubos
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