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Del salpique al chacualeo

Por José Francisco Villarreal

“Para comer asado de puerco no necesitas tortillas sino un babero”, me decía mi agüela. El asado de puerco es muy chismoso, salpica de puro gusto. Más si uno chacualea el arroz en el plato con la cucharita de tortilla. Las manchas duraban lo suficiente para que todo mundo se enterara de que había asado en casa, y para quienes conocían la sazón de doña Blanca, era obligado el peregrinaje para birlarle un “taco”. El salpique, no es lo mismo que el salpiqué. Shakira sí que chacualeó en el arroz. El salpique es accidental, el chacualeo es regodearse salpicando. Y vaya que el chacualeo de Shakira ha salpicado todo. No quisiera estar en los zapatos de Piqué.

Me da curiosidad (morbosa) la forma cómo se ha reaccionado. Básicamente las reacciones de quienes son (somos) perfectamente ajenos al lío marital que originó el melódico madreo. Luego de lustros, décadas, siglos de reservarnos la opinión de todo, hicimos de las redes sociales nuestros periódicos privados y nos sentimos en la obligación de opinar de todo, aunque no tengamos idea de nada. Y bueno, la canción de Shakira, como los danzones dedicados de los viejos salones de baile, tiene tantas lecturas como lectores. Empezando por el inevitable “meme” donde, ¡cómo no!, tenía que convocarse a Paquita la del Barrio como presunta pionera de algo tan viejo como el ninguneo visceral lampreado con algún recurso artístico. Decía mi agüelo, sobre las inquinas: “Si no escupes, te envenenas”. Y cada quien usa la expresión que mejor le acomode para escupir lo que, de otra manera, puede convertirse en úlcera o gastritis. En ese tenor, don Pancho de Quevedo es una de mis plumas vitriólicas favoritas.

En resumidas cuentas, muy su derecho de Shakira a expresar su despecho; muy el de Piqué a responderle. No nos importa, es verdad, ni nos afecta, pero parece que no tenemos otra cosa en qué entretenernos mientras tomamos aire para volver a hacer las cuentas del gasto, que no cuadran, y las de la administración pública en los tres niveles de gobierno, que tampoco.

Y tenemos sobradas razones, porque aunque no sea más sano sí es menos doloroso reírse de la desgracia ajena que de la propia. En el inicio de este 2023, se han dado indicadores positivos respecto a la economía mexicana, por lo menos sobre las expectativas reales no los deseos políticos. Tal vez sean ciertas, entre la pandemia, la guerra y los escándalos trasnacionales por corrupción, México se mantiene estable, incluso socialmente, aunque el monedero ya no conserve ni las moneditas de 50 centavos. La única inestabilidad, la amenaza real, la más notoria al menos, es el chacualeo mediático y el salpicadero de la pugna política-empresarial que ya nos tiene hartos y que, me temo, puede escalar a niveles cariocas (“¡Ay, mi panza!”, diría Bolsonaro), si no es que ya ha empezado a hacerlo. Los incidentes sospechosamente frecuentes en el Metro de CDMX podrán no ser actos de terrorismo extremista, o el atentado contra Ciro Gómez Leyva, pero llenan perfectamente el perfil. Y creo que hay actores políticos y económicos muy capaces de financiar algo más que acarreos en marchas… dicho sea con perdón de los terroristas que, por lo menos, suelen tener ideales no intereses.

Mi agüela corregía el problema de las salpicaduras de asado con “La Japonesa”, un detergente abrasivo que creo que ya no existe. Para nuestra vida pringada de esquizofrenia política, no hay detergente que sirva. Sin ir más lejos, el tajante dictamen de la UNAM sobre el plagio de la magistrada Yasmín Esquivel, no soluciona nada, lo empeora. Para empezar, la UNAM, la institución dentro de la que se gestó el fraude académico, desde un principio no tenía calidad moral para dictaminarlo. Juez y parte, así venga de unas siglas corporativas (FES). Es muy poco probable que este sea el único caso de plagio. Es más, es muy probable que existan muchísimos casos similares y otros tantos profesionistas titulados, con el visto bueno de la SEP (determinado no por la Secretaría sino por la institución académica), que ejerzan su profesión tranquilamente y hasta, tal vez, correctamente (la práctica, dicen, hace al maestro). No se trata de cerrar el expediente con la condena a la magistrada sino de abrir miles en una auditoría minuciosa y exhaustiva de los procesos de titulación desde hace años a la fecha.

Este es apenas uno de los tantos casos ilustrativos de que Shakira se quedó corta. El salpique señala, pero el chacualeo embarra parejo. Y aunque se siga llevando el caso del plagio al cuadrilátero político, el verdadero escenario es el académico. Ni yo con mi voracidad por el asado de puerco hice más embarradero chacualeando el arroz con mi tortilla. Es más, ni la mismísima Suprema Corte de Justicia de la Nación y todo el Poder Judicial Federal se salvan de la sospecha, porque, como decía mi agüelo: “En este país no es pecado robar, sino que te pesquen en la movida”. En un descuido, ni el Poder Legislativo se salva porque, aunque no es necesario tener un título universitario para ser legislador, es notorio que la gran mayoría son analfabetas cívicos y a veces hasta funcionales; y para quienes presumen un título, sí sería conveniente comprobar que no lo obtuvieron por medios no convencionales o de instituciones de dudosa calidad académica. Y no se apuren don Andrés, Samuel, señores alcaldes, porque en los poderes ejecutivos no importa incluso si no reconocen la O ni por lo redondo, con que tengan huella digital o pongan una cruz en donde dice “firma”, es suficiente.

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// José Francisco Villarreal

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Autor: stafflostubos
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