Por José Jaime Ruiz
Profetizar el pasado es tarea de locos; el futuro, de cuerdos enloquecidos. Impronta inútil. El presente, se sabe, es perpetuo. Monterrey de las patrañas, no de las montañas; enceguecidas de horizonte, las montañas desaparecen: la infancia regia como respiración de cáncer. Y los industriales de Nuevo León celebran la coronación de uno de los príncipes de Paolo Rocca, Máximo Vedoya, como capitán de capitanes del Grupo de los 10, o lo que la aritmética demande. Prostituta, la ciudad dejó de ser regia. Entronizar a Ternium como rey industrial es una bofetada a la vida común, al derecho a la ciudad, al derecho a respirar. Ternium es un provocador de enfermedades cancerígenas y quien más chupa agua que requieren los ciudadanos. Entre otras empresas, Ternium es la Muerte regia.
En la salvación de sus miserias, empresas regias han cedido a su codicia, pero sobre todo a su ineptitud de competir globalmente, y aquí no incluyo a la depredadora Cemex. El arruinado capitalismo social de Eugenio Garza Sada ya desmarca. La cesión y concesión al extranjerismo de la “regiatud” prostituyó cualquier signo de identidad de poder. Acríticos por el sometimiento que da la ignorancia (futbol como tema de conversación), los ciudadanos regios babean aspiracionismo –aspiracinismo sería recomendable, aunque aspirar en esta ciudad equivale a expirar.
En el estudio arqueológico del poder económico de Monterrey, el investigador Mario Cerutti afirma: “Se trata de una burguesía con base industrial que se define en términos bastante claros más de dos décadas antes de que en América Latina y en el mismo México emerjan políticas económicas coherentemente orientadas a estimular el desarrollo del sector fabril”.
Lejano norte, la clase empresarial de Nuevo León se fundó desde el bandolerismo y el tráfico aduanal. El poder se funda en la sangre o no es poder. Romantizar a Monterrey es imbecilidad. Diego de Montemayor mató a su esposa. El socio alemán de nuestra cervecería resultó muerto, extrañas causas. El porfiriato, a través de Bernardo Reyes, permitió el desarrollo fabril de Nuevo León, la industria cervecera, la Maestranza.
Ahora el poblano José Antonio el Diablo Fernández, por instrucciones de su patrona, Eva Gonda, pone a disposición la venta de sus mínimas acciones de lo que fue Cervecería Cuauhtémoc (lindo nombre para tan zafia empresa) en la global Heineken. El armisticio no vale o ya valió, también toda guerra es perpetua. Cuando alguien se asocia, inmediatamente inventa a su enemigo. Six contra Oxxo.
1890 nace Cervecería; 2023, fenece. El legado de bandoleros y traficantes del siglo diecinueve se destruye. Como si fuera perinola, todos ponen, pocos ganan. La destrucción de Monterrey no solo es empresarial, es social. El acero es cero local, igual la caguama. Fundar y fundir, en realidad Nuevo León se fundó a finales del diecinueve. Sin Cervecería y Fundidora no habría ciudad.
El Grupo de los Diez, esos capitanes del naufragio, huyen. No hay Monterrey para ellos, usufructuaron y ahora venden. Su capitalismo social es una entelequia. La familia de Eugenio Garza Sada vitupera su legado. Deliberar sobre la deriva es la reflexión que viene. La derrota del Nuevo León es evidente: muertes infantiles por contaminación, movilidad trunca, inseguridad latente. Habitamos el peor de los mundos posibles. ¿Grupo de los 10? A joder a otro lado…