Por Félix Cortés Camarillo
El mundo no es capaz de documentar que en el último siglo haya vivido un solo día en que no existiera en algún lugar del planeta una guerra, un conflicto armado. Grandes, medianas, pequeñas, civiles, tribales, de guerrillas, siempre tenemos una guerra via en algún puto lugar del planeta. Hoy no podía ser la excepción.
Vladimir Vladimirovich Putin no soñaba hace un año en que iba a llegar a la fecha de hoy en las circunstancias que se dan. Hoy se cumple un año en que el septuagenario ordenó la invasión de Ucrania. Él soñaba que en tres días sus tropas estarían llegando a Kyiv, apresando a Wolodomyr Zelensky, para nombrar en menos de una semana a un gobierno títere que diera su adición al sueño renovado de la Rusia Imperial de Catalina la Grande. Así, la Rusia de hoy no tendría que anexarse por vía de la conquista toda la rica Ucrania agrícola: eso está muy mal visto en estos tiempos.
Pero a Putin le salió mal el cálculo propio o sugerido por sus cortesanos. Ni Wolodomyr Zelensky era un actor de televisión incapaz de conducir a un pueblo a una resistencia larga, ni los ucranios estaban desesperados porque llegara la gran madre Rusia a salvarlos y retraer un polluelo más bajo su plumaje.
Resulta que a un año de la guerra más cruenta, salvaje, injustificada y bestial que conocemos (como si existieran guerras nobles, domesticadas, justas y humanas) Ucrania sigue en pie, erguida y orgullosa, combativa y eficiente, diezmada y despoblada, indómita. arropada por la solidaridad del mundo entero (el México del presidente Lopitos no existe en este mundo)
Los balances son cosas mercantiles, y por tanto crueles. Las guerras matan gente y por lo mismo escapan al raciocinio, que es otra forma del sentimiento. A estas alturas de la paz violada no sabemos cuántos cadáveres ha cobrado la aventura de Putin en Ucrania. De un lado y de otro. La estadística, esa mentira que la política legitima todos los días sigue vigente. Si la historia la escriben los vencedores, cuando todavía no hay un vencido, como en Ucrania, hay tantas verdades como victimarios o víctimas.
La única indudable verdad es que –como nos muestra la magnífica versión fílmica de “Sin Novedad en el Frente”- todas las guerras se hacen para que un enorme montón de tontos muera por los caprichos de un puñado de imbéciles.
La invasión de Ucrania nos ha afectado a todos. Lo peor es que nos va a seguir afectando. No hay una salida inmediata a la vista. Hay, sobre la mesa, un juego de vencidas, entre los Estados Unidos y Rusia. Paralelamente, entre Putin y Zelensky. La visita sorpresiva de Biden a Kyiv fue una muestra de lo que los norteamericanos llaman bravado: un gesto de machismo retador. No fue muy lejos por la respuesta; Putin canceló el último tratado de control de armas nucleares entre Rusia y Estados Unidos. ¿Así, o más claro?
No, Sólo hay nubarrones. La paz no está a la vista si no se da la caída de Putin en el poder interno de Rusia, por una enfermedad que suponen los ilusos propagandistas de Occidente o por un golpe de estado que es más probable.
En este acertijo, como en todos los importantes, la personalidad de los protagonistas es básica. Cito de biografía de Putin: “Me di cuenta que en cualquier situación, tanto como si tenía razón o no, tenía que ser fuerte…Aprendí sencillamente que tenía que estar siempre preparado para responder a una ofensa o a un insulto de inmediato…Entendí ni más ni menos que, si se quiere ganar hay que luchar hasta el final; es necesario aceptar que no hay retirada. En principio es una regla conocida, que más tarde me enseñaron en el KGB, pero yo la aprendí mucho antes, en las peleas de mi infancia.”
Inicia el año dos de Ucrania. ¿Cuántos nos faltan?
PARA LA MAÑANERA (Porque no me dejan entrar sin tapabocas): ¿Acaso están apostando a que el presidente López vendrá a resolver el pueril juego de vencidas entre las pandillas de Paco Cienfuegos y Samuel García por el poder en Nuevo León? Están pendejos.
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