Por José Francisco Villarreal
¡Pues se marchitó mi marcha! No pude celebrar el Día Internacional del Pistache. Imposible. Había muchísimos sujetos y sujetas realizando una marcha defendiendo al INE. Tenía la intención de ir a la Macro, ya que la Plaza de la Constitución de CDMX, alias “El Zócalo”, me queda muy lejos. Como sea, allá también estaba hasta el chongo de sujetos y sujetas marchando en defensa del voto, del INE, de Lorenzo…, pero núncamente de Genaro. Este individuo, ilustre desconocido por todos, ya pretende ser cosa juzgada, pasado remoto, precámbrico político, leyenda urbana, mito precolombino. Esta, como otras marchas similares y conexas, no me convence. La calistenia política de marchas diestras siniestras y siniestras diestras, no defiende ni apoya a individuos ni a instituciones. Defiende consignas, partidos e intereses. No surge de los ciudadanos sino de los cuartos de guerra de facciones. Da igual que apapachen a don Andrés o a don Lorenzo, donde ambos no son la institución que representan sino símbolos del juego de vencidas entre ya ni siquiera posiciones ideológicas sino económicas, esa negra raíz del poder.
La masiva movilización de sujetos y sujetas (me da la impresión de que esta vez no se convidó a sujetes), fue muy impresionante. Las revoleras oratorias, magníficas. Las consignas, impecables. La resistencia física de los marchantes, admirable. En mi modesta colonia clasemediera aspiracionista, creo que el único que tendría interés en asistir es un vecino, exdiputado panista, que no es capaz de convocar más que a los escandalosos de un grupo regional que ensayaba en su casa sin piedad alguna para la colonia. La verdad no sé si fue a la marcha o a asar carne a su rancho. Un vecino, morenista (yo no lo soy aunque lo parezca), tampoco ha podido llevar a sus marchas en pro o en contra de lo que sea, a un contingente más grande que su propia familia, incluyendo al perro y a un gato muy mula que escarba en las macetas de mamá. La única marcha en la que coincidimos espontáneamente los vecinos de la colonia y de mi distrito electoral, es la que hacemos a las casillas de votación durante las elecciones y a los “Martes de Verduras” del súper. Ya ni a las peregrinaciones guadalupanas. ¿Sí se entienden nuestros verdaderos incentivos?
Contra lo que parece, la marcha no respondió a la indignación popular porque se amenace a su patrimonio. El INE, y antes el IFE, nunca han sido patrimonio del pueblo sino un instrumento de los políticos, que no siempre, o bien rara vez son honestos. La marcha de este 26 de febrero fue un éxito; una cantidad muy importante de contingentes, pero, como en las marchas morenas o de cualquier pantone partidista, ninguna es significativa. Más acá, en la vida real, hay siempre pinchemiles de mexicanos que no marchan. Esta marcha tampoco buscó garantizar la democracia a través del INE. El instituto no garantiza la democracia sino un ejercicio electoral, y lo ha hecho muy precariamente aunque cueste tan caro, sin que podamos apelar a la PROFECO por la mala calidad de sus productos. Lo más parecido a una defensa de la democracia no está en el INE sino en el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación y, en última instancia, en la Suprema Corte de Justicia de la Nación.
El ya muy mentado, en todos los sentidos, “Plan B”, la alternativa mañosa a una urgente reforma electoral, ya fue manoseado con muy poca higiene legislativa en el Congreso de la Unión. Al final quedó el dictamen que se ha remitido al Poder Ejecutivo para ser publicado formalmente en el Diario Oficial de la Federación, presuntamente este 27 o 28 de febrero, y luego entrar en vigor. No tengo la certeza de a quiénes, por dónde y con cuánto vigor entraría, pero como advirtiera una legisladora federal panista famosa por su irritante estridencia, el siguiente paso es en la corte. Es decir, como el caso García Luna, el “Plan B” es cosa juzgada en lo que respecta a los poderes Ejecutivo y Legislativo. La marcha entonces no tiene otro propósito que el de presionar al Poder Judicial para que el “Plan B” no se ejecute, especialmente en lo que respecta al dinero. Así se manifestaran millones de marchantes frente al Palacio Nacional o frente al Congreso de la Unión, ni el presidente ni los legisladores pueden hacer algo, por ahora, para dar marcha atrás a esa legislación. Por lo tanto, la marcha busca que los magistrados, jueces y asesores que revisen los recursos legales contra el “Plan B”, lo hagan no bajo el criterio estricto de los procedimientos y sustancias legales vigentes, sino de acuerdo a la opinión de los marchantes. Esto es, ignoren la ley o la interpreten de acuerdo al criterio de una multitud importante pero, insisto, no significativa. La marcha hubiera tenido más sentido antes, como refuerzo al debate en el Congreso de la Unión. ¡A estas alturas, ya para qué!
Ahora bien. ¿Los mexicanos confían en el Poder Judicial? ¡Claro que no! No confiamos ni en un desvelado juez de barandilla, mucho menos en un magistrado. Cuantimenos en uno electoral, ya que han certificado durante años a todo género de trúhanes como funcionarios electos. El prevaricato parecería ser una virtud en el Poder Judicial. ¿Se puede pensar otra cosa cuando, como otro “Plan B”, más truculento y faccioso, se liberan casi sincronizadamente con el juicio en Nueva York fondos de gente cercana al convicto de García Luna, o desmoronan procesos contra estafas maestras? En pocas palabras, la marcha del 26 de febrero fue, sin dudas, un ejercicio democrático. Pero no sin precedentes, porque de esos hemos tenido muchos en este régimen, unos contra él, otros a favor. Morena y sus satélites no parecen tener miedo a estos ejercicios democráticos. Tampoco se ha ejercido presión contundente en medios para impedir campañas punitivas o desinformativas contra el régimen. Es decir, al régimen y a sus coligados no les intimidó la marcha. Ni represión ni dictadura. Se limitaron a cumplir con su guion descalificándola como a cualquier acto de la oposición, porque sí lo fue. Y lo hicieron con bastante desgana. Lo más duro que hicieron fue desplegar la imagen de Genaro como un invitado indeseable del PAN, indeseable e inevitable durante al menos varios meses. Muchos indeseables de esa misma calaña
también marcharon entre los verdaderamente convencidos.
La oposición se regodea en su éxito; y hace bien, fue un éxito. Supongo que el PAN intentará usar esta marcha para presumir una capacidad de convocatoria intacta, a pesar de Genaro. Una buena jugada, sin duda, pero eventualmente inútil frente a la inminente condena y lo que se acumule. La “marca de Caín” no se borra, es una maldición. Tendrán que ser más inteligentes, es imposible deslindarse de Genaro, y Genaro es una enorme contradicción con el propósito proclamado de la marcha y de sus estatutos. No necesitan deslinde sino contrición. Como sea la marcha fue un éxito de la oposición. Sin embargo el discurso oficialista contra la marcha me parece más bien genérico, casi por cortesía. No es por meter cizaña, y menos tras el glorioso Día Internacional del Pistache pero… ¿están completamente seguros de que ese “Plan B” es el verdadero “Plan B”? Yo como que empiezo a dudarlo. No me culpen por ser un poco paranoico, siempre he creído que el paranoico no se equivoca en la amenaza sino de dónde proviene. Además, la paranoia es un criterio inducido en los mexicanos tras varios años de intensiva desinformación y esquizofrenia política. No se quejen. Han creado a un monstruo. Den gracias a Dios que ese monstruo no marcha… todavía.