Por Félix Cortés Camarillo
Hace sesenta años entrar a una librería era para mí un goce personal inexplicable. Y confieso que hoy esa experiencia es una tentación que, con dolor del corazón, admito y evito. Hay dos razones para ello.
Hace ese tiempo, y en un local diluido de la calle que en Monterrey se nombra por Fray Servando Teresa de Mier y Noriega y Guerra, quien merece textos aparte como El mundo alucinante, novela excelente del cubano Reinaldo Arenas, Don Alfredo Gracia no solamente me decía dónde encontrar el libro que buscaba por encargo, sino que me introducía a descubrir la Belleza Cruel de Angela Figuera Aymerich, al Diosero del olvidado Francisco Rojas González, los cuentos de Juan José Arreola o El Llano en Llamas de ya saben quién, o a un García Lorca que iba más allá del que yo me la llevé al río creyendo que era mozuela…
Así aprendí a leer.
Hoy, cada vez que entro a una librería, porque no lo puedo evitar, me atacan dos dolorosas preguntas contrapuestas al ver tantos libros ordenados en estantes o apilados en los pasillos: ¿En dónde está el libro que yo me prometí escribir? La segunda es más cruel, ¿cuántos son los libros importantes que en mi vida no he leído y que no voy a leer jamás, así viva cien años, como dice el bolero?
Y salgo de esos extraños establecimientos apabullado en mi miseria, y con muchos encargos.
Tengo que leer a Borges, volver a Kafka, descubrir a Proust, revisitar a Dostoyevski y a Flaubert, y a Rilke, y a Seifert y a Holan, a Pushkin y a Balzac, y emparentarme con Padura y sus novelas policíacas, terminar el Quijote, lo de Kundera y lo que me falta de Octavio Paz. Hay tanto que me falta en esta vida. Si puedo fusilarme en sus memorias a Neruda, el chileno, confieso que no he leído.
Pero tengo que leer a Irene Vallejo, novedad en este corral de mis letras.
Cuando estaba yo pensando en escribir una columna sobre la mujer, porque ahí viene el día dedicado a ellas, descubrí en el semanario español El País una inteligente reflexión de Irene Vallejo sobre el amor y su aparentemente inevitable extinción con el tiempo. Cito solidario: “la intensidad y la emoción sólo se da en las relaciones imposibles. Se anhela siempre lo inalcanzable. La poesía clásica y provenzal gira sobre esta paradoja: deja de ser amor lo que se convierte en realidad….»
Con el arquetipo de los amores que no son perfectos si no son imposibles o pletóricos de apasionadas entregas llegamos a los grandes mitos, con lo que llegamos a nuestro mito chiquito, y vuelvo a citar a Irene Vallejo: “nadie parece valorar el deseo sin drama, como si las relaciones serenas no tuvieran historia, sólo hastío.”
Ciertamente, la relación de pareja hombre-mujer ha evolucionado desde los orígenes en los que solamente legitimaba la herencia de los bienes materiales a los indudables acuerdos amorosos pasando antes por los matrimonios concertados, la única realidad que persiste hoy es que, como dicen muchos poetas, no es bueno estar solo. Ni es grato vivir sin ti.
PARA LA MAÑANERA (Porque no me dejan entrar sin tapabocas): Ciertamente, la estrategia de liquidación de instituciones del presidente López, no es pendeja: ya logró parcialmente debilitar al INE. Ahora está torpedeando al Poder Judicial. ¿Sigue la Presidencia?
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