Por José Jaime Ruiz
De vez en cuando viene bien –conviene, pues– releer a José Alvarado, de quien Gabriel Zaid escribió: “Uno de esos lujos que hay que aprender a agradecer a la vida cotidiana… es darse el lujo de leer la buena prosa diaria de José Alvarado”.
Los temas muertos
Por José Alvarado
“Suele suceder: la mañana tiene color rubio y todo objeto se ofrece a los ojos con alegría: el fragmento de un cartel sobre un muro, trémula cortina en el balcón, almena solitaria encima de casa vieja…
“Alguien camina y, de pronto, surge un tema en su mente. Un bello tema para hacer un ensayo, por ejemplo. Durante unos momentos, el tema lo colma todo de claridad y de júbilo; después suavemente se repliega y comienza a mostrar algunas de sus artistas; brotan incluso las primeras frases.
“Pocos días después, en tarde sobre la acera, aparece de nuevo; ofrece su rostro inicial, pero con otros rasgos: ha empezado a vivir y volverá en muchas ocasiones. Es un tema joven y lleno de promesas, audaz y fulgurante. Alguna vez caminará en silencio y a oscuras, a través del insomnio; cierto día lanzará un relámpago en medio de la conversación y una noche será la compañía de pasos en calle negra.
“El ensayo parece terminado y solo falta el momento de llevarlo al papel. Danzan con impaciencia ideas y frases, tiemblan palabras y un pequeño mundo está a punto de nacer. Pero el tema jamás llega a la tinta. Un día más pequeño. Otro surge como un árbol de invierno con las hojas caídas. Las hojas son las palabras ya marchitas sin llegar a escribirse. Acude noche de fatiga o madrugada con desesperación; el tema huye o muere; solo deja su sombra. El ensayo, acaso con innata armonía, queda para siempre inescrito. ¿Cuántos hay de éstos? ¿Cuántos temas han quedado muertos en imaginaciones de malogrados o de triunfadores?
“Hay, en desconocida urbe, ciudadano sentimental: llora por los temas muertos. Algunos fueron suyos y los dejó morir”.
Habitantes de la rebelde jocosidad, Pepe y Octavio Paz habitaron el desmadre de San Ildefonso, un centro histórico agotado. Lo refiere Roberto Diego Ortega: “Entre los años de 1931 y 1933, dos jóvenes que serían figuras excepcionales de las letras mexicanas comenzaron una larga amistad: José Alvarado (1911-1974), recién llegado de su natal Nuevo León a la Ciudad de México, y Octavio Paz (1914-1998), quien aún vivía en la casa familiar, en Mixcoac. Ambos con el propósito de continuar su formación en la preparatoria. Hacia 1934 compartían ‘una buhardilla del centro cuando estudiaban derecho en San Ildefonso’, donde tendrían lugar extravagantes episodios que serían materia de un anecdotario”.
Reproduzco más: “Conversador prodigioso, Alvarado solía hechizar a los comensales con historias ‘de política, de cantina, de amor o de literatura’; además, les relataba
… anécdotas muy divertidas de su vida con Octavio. Habían convivido de jóvenes con un maniquí de cartón que Paz llamaba La Rígida… ‘y la compraron y se la llevaron a vivir con ellos, y le dieron trato de señorita’.
“Es natural sentir un poco de ternura por el muchacho que fuimos. Pero un poco de ironía y dos o tres coscorrones no le harían daño a ese fantasma juvenil. La política no era nuestra única pasión. Tanto o más nos atraían la literatura, las artes y la filosofía… Descubríamos la ciudad, el sexo, el alcohol, la amistad”, escribió Octavio de su relación con Pepe.
Pepe Alvarado y Octavio Paz, la amistad vibrante, adolescente, madura. Si acaso pensamos en fraternidad, la lección y elección es bella, esa. Entiendan ustedes, escuchen todos.