Por Félix Cortés Camarillo
No me tiembla la mano en escribir que todas las culturas anteriores registradas se han sustentado en un respeto permanente a los mayores. Las sociedades iniciales mantenían -no solamente de alimentos, sino de respeto- a sus viejos. Los consejos de ancianos son bien conocidos como autoridad final en todas partes, de manera especial en los pueblos primigenios americanos, como los de México que tanto celebra el presidente López.
Mayas, aztecas, algonquinos, iroqueses, apaches, igual que las tribus que hicieron África, Asia y Europa, respetaban y obedecían a sus consejos de ancianos.
Por sabios y por rectos. Claro, tal vez a su edad ya no podían pecar.
En la guerra de Troya, Agamenon reunía a su Boulé (consejo) para planear la acción bélica y de gobierno; en Esparta, 28 hombres de más de 60 años formaban la gerusia, mayor consejo consultivo de mando.
En la Grecia antigua los efebos servían solamente para distracción, y a veces disfrute sexual, de sus dueños; en Roma de los patricios. De eso trata la muerte de Sócrates, por cierto. Los erastés griegos podían escoger entre los adolescentes a un alumno para que como erómeno le sirviera en las artes todas. Todas. Cuando el erómeno dejaba de ser efebo -esto es, le había crecido la barba- se convertía en erastés y escogía a su erómeno. Por ahí andaba la fiesta.
La palabra senado viene del latín senex, viejo. La palabra diputado viene de deputare: en latín, de significa recorrer de arriba abajo; putare equivale a asumir, considerar, estimar, reflexionar. La síntesis que del francés deputé en América adoptamos, equivale a “representar”, en este caso a la gente. De ahí la Cámara de Representantes en Estados Unidos y de Diputados aquí.
Resumiendo, en esencia los diputados están hechos para analizar, estimar y reflexionar; los senadores para meditar y resolver los asuntos graves. Para ambas acciones se requiere principalmente inteligencia, buen juicio, honestidad, experiencia y -si es posible- una mayor preparación en lo de los conocimientos.
Así, se supone, ha sido durante los últimos dos siglos.
Pues eso se está acabando en México y no dudo de que se acabará. Al menos en esta locura de sexenio.
El pasado viernes 14 de abril la Cámara de los Diputados aprobó por mayoría de 438 votos modificar la Constitución para que la edad mínima de nuestros diputados al Congreso se reduzca de 21 a 18. Para los senadores de 30 a 25 años.
Eso equivale a decir que las decisiones sobre las leyes que rigen la conducta de todos los mexicanos, todos, las acciones en torno a educación, seguridad, economía y finanzas de todos los mexicanos, todos, van a quedar en manos de muchachos sin pendejos -en la acepción básica de la palabra, pelos en las ingles, que quiere decir otra vez imberbes- y que en el caso de los diputados apenas habrán terminado la prepa. En el caso de los senadores (de pasadita, se aplica también a miembros del gabinete) personas sin madurez, experiencia, criterio, honestidad probada y buena intención, recién salidos del nido.
Para los asesores de estos mozalbetes, sugería el otro día Gil Gamés en Milenio Diario, debiéramos pensar poner en el Congreso una sala de juegos infantiles y eventualmente dotarle de pañales de repuesto. Para los legisladores y sus abuelitos que los van a tener que llevar a San Lázaro y a Reforma e Insurgentes.
Lo peor es que nos pueden tocar legisladores formados en la escuela Montessori, en la que cada quién hace lo que se le da su regalada gana. Cosa a lo que ya estamos acostumbrados.
PARA LA MAÑANERA, (porque no me dejan entrar sin tapabocas): Siempre he dicho que eso de abrazos no balazos es una babosada; atender a las causas sociales del delito no lo es. Por eso celebro el inicio -ya veremos cómo se pone en práctica- del programa de Lopitos para la prevención a las adicciones en las escuelas de México. En eso, todos los mexicanos debemos estar de acuerdo.