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Por José Francisco Villarreal

Estaba yo tratando de conciliar las agresivas huestes diastólicas con las feroces hordas sistólicas cuando, por asociación ociosa, se me antojó leer de nuevo el clásico universal de Lev Tolstoi, “La Guerra y la Paz”. Hace ya muchos años que leí esta magnífica y caótica novela y me costó tiempo y esfuerzo. Contra lo que se cree, leer no es sólo interpretar signos y unir significados. Dentro de la cabeza suceden procesos misteriosos a los que hay que sostener las riendas a veces, y otras espolear los flancos. Recordando mi primer acercamiento con la novela, me dio mucha flojera volver a leerla toda; además, no sé si incurra en anatema y excomunión mayor en vista de la paranoia anti rusa desplegada por los medios y los idiotas. Y para rematar, a estas alturas ya no dispongo de tanto tiempo como antaño. Decidí ir al grano: Borodinó. Sí, soy un pacifista moderado (abrazos y/o balazos) que se fascina con la descripción de las batallas históricas. La guerra es el mejor retrato del ser humano a través del tiempo, la razón y la pasión diseccionadas en un campo de batalla. Historia forense, pues.

Por poco caigo en la trampa y me dejo seducir por el entrañable Pierre Bezújov. Resistí, de otra manera terminaría de leer la novela en mi triduo luctuoso. Me encantó un pensamiento suyo durante la batalla: “Ahora cesará todo; se horrorizarán de lo que han hecho”. No, querido Pierre, no hay tiempo para el horror durante la guerra. Hay para el triunfalismo y el pesimismo, nada más. Lev no fue panegirista de la guerra, y tal vez por eso fue tan meticuloso al redactar esa soberbia Ilíada rusa. Me divirtió mucho cómo estrujó los laureles militares de aquel francés-corso que creo que fue el primer loco que se creyó Napoleón. No recuerdo la cita, pero sí que el conde Tolstoi aseguraba que los grandes personajes de la historia no son los protagonistas de los hechos importantes sino meros puntos de referencia, como una fecha, como un código de barras, como el “gordito de lentes” en la multitud. Seguramente; porque en Borodinó, la victoria pírrica gala se consiguió a pesar de las órdenes del “emperador”, que redactaba instrucciones absurdas desde muy lejos del campo de batalla. Eso sí, montando como estatua ecuestre, lo que sólo sirvió para atizar sus hemorroides, las que años después lo derrotaron definitivamente en Waterloo, poco antes que lo aplastaran el flamante duque de Wellington y el imprevisible von Blücher. 

Si se quisiera hacer una épica tan enorme como la de Lev, pero en México, me temo que no se llegaría ni a la altura de la Batracomiomaquia, ese poema sobre una guerra entre ratones y ranas que atribuyen a Homero. Por ejemplo, en qué estrofa del hipotético poema podríamos meter a Sisi de León condenando una decisión de la Tremenda Corte en una ceremonia completamente ajena al caso. O a una frenética Lilly Téllez increpando al vocero Jesús Ramírez. Ni las gorgonas ni las erinias clásicas se prestarían a tamaños desfiguros. En esta larga guerra de tirios fifís y troyanos chairos, sólo ha habido desgaste. Las batallas engrandecidas a fuerza de mentiras, gritos y periodicazos. Los héroes de estas ridículas confrontaciones ni siquiera se aproximan a la dignidad épica del rey ratón Roepan o el monarca rana Hinchacarrillos. Esta vez fue porque la Tremenda Corte regresa a la Guardia Civil a su corral civil. Pero lo mismo hubiera pasado por un estornudo. Estas ridículas reacciones ya son reflejos condicionados, lo que no implica procesos mentales razonables.

A mí tampoco me agrada que los magistrados decidan “desmilitarizar” a la Guardia Nacional. Con mandos o sin mandos militares, son una institución militarizada, como cualquier cuerpo policiaco. Sucede al revés que en los militares, cuya jefatura suprema la ostenta un civil, lo que no lo convierte en militar aunque se vista con uniforme y se cuelgue pinchemil estrellas en la gorra. El miedo a que se militarice la seguridad pública no es civil sino político. Y es un miedo atávico, por aquello de las dictaduras militares… como si fueran más brutales que las dictaduras civiles que ya hemos sufrido. Es una tontería suponer que si a don Andrés se le pegara la gana convertirse en dictador por medio de un golpe militar, usara sólo a la Guardia Nacional controlada por militares y no a los propios militares. Supongo que hay muchos que, con sobrada razón, teman a los excesos de los militares. Hay lamentables antecedentes. Dada la disciplina militar, sustentada en el mando y la obediencia, es fácil deslindar responsabilidades… cuando se quiere hacer eso. En cambio, en un cuerpo policiaco “civilizado”, siempre hay política, infiltraciones, complicidades y espontáneos dentro y fuera de sus estructuras jerárquicas. En Nueva York se procesa al mejor ejemplo de esto. Creo que don Andrés tenía presente eso y optó por un control más férreo de la Guardia Nacional. Sí, pero supongo que no lo hizo adecuadamente, porque una iniciativa de este tipo, y de cualquier otro, debe plantearse de tal manera que sea inobjetable por las leyes vigentes. Si fue rechazada, y si no hubo presiones externas en la Corte, es que la iniciativa estuvo mal planteada. Ahora que, si el objetivo es que la Guardia Nacional no se vuelva instrumento de intereses políticos u otros peores, pues hay que poner a trabajar al hámster y encontrar otro método.

Lo más chistoso de esto es que la decisión de la SCJN sobre el tema se considere una derrota para don Andrés. La situación de México en seguridad pública, en todos los niveles, es bastante mala. Tal vez sea correcta la decisión de los magistrados, pero es inoportuna. Desarticular así una posible coordinación entre policía y ejército no derrota a don Andrés sino a todos los mexicanos. Todos exigimos soluciones, pero muchos siguen rechazando cualquiera que surja de la 4T. Salvo por el gobierno itinerante de Juárez, creo que nunca un presidente mexicano enfrentó tantos obstáculos para desempeñar su función, y muchos, por no decir la mayoría, con un solo propósito: recuperar el poder para una coalición de partidos que han puesto en evidencia su falta de ideología, de honestidad, y de patriotismo. Fracasados incluso como oposición, por su subordinación a intereses económicos nacionales y extranjeros. Y todavía peor, los verdaderos causantes de que no se pueda hacer una crítica objetiva y rigurosa al presente régimen. Para ejemplo, un botón: Lilly Téllez vociferante, haciendo “política” como si fuera Ventaneando. Distrayéndonos, pues. 

Esta guerra es como la que describió Tolstoi pero ilustrada por un grafitero borracho. Para bien o para mal, la Suprema Corte de Justicia de la Nación impuso su autonomía. Algo que no derrota al régimen, porque aunque nos hagamos patos o gansos, el régimen lo conforman los tres poderes. Desde la oposición o desde el oficialismo, todos están dando patadas al pesebre. Don Andrés, como Napoleón, no será el héroe sino un punto de referencia para nuestra historia. En esta guerra fratricida tal vez le vendría bien a don Andrés imitar a Napoleón, de quien Lev Tolstoi dijo: “En la batalla de Borodinó, Napoleón desempeñó su papel de representante del poder tan bien o mejor que en otras batallas. No hizo nada perjudicial para el desarrollo de la acción, se atuvo a opiniones más razonables, no se embrolló ni se contradijo, no se asustó ni abandonó el campo de batalla; gracias a su tacto y buena experiencia, cumplió tranquila y dignamente su papel de jefe imaginario”.

Y como mi propia guerra siguió hipertensa, preferí dejar el libro, relajarme, y ver la batalla de Borodinó en la versión rusa de 1967. Lev tenía razón, no se puede atribuir la magnitud de aquella carnicería a los generales de algún bando, perdieron la capacidad de frenar la ferocidad humana. Una lección que deberían aprender nuestros blandengues líderes políticos cuando sueltan a sus jaurías.

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// José Francisco Villarreal

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Autor: stafflostubos
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