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Las granjeras y los princesitos

Por José Francisco Villarreal

Mi agüela me contaba un cuentecillo moralizante muy curioso. Se trataba de una joven granjera que recogía el producto de su granja, a veces huevos, a veces leche, a veces ambas cosas, y que se dirigía al pueblo a vender. En el camino iba haciendo cuentas del dinero que recibiría. Con él planeaba comprar ropa nueva y fina. Con esa ropa, pasearía por el pueblo para que la admiraran. Uno de esos admiradores iba a ser un príncipe joven y guapo. El príncipe se enamoraría de su belleza (¿o de su ropa?) y le pediría matrimonio. Ella aceptaría y le haría una elegante reverencia. La granjera ensayó entonces su mejor reverencia. ¡Y zaz!, al inclinarse tiró los huevos y/o la leche. La chica se quedó sin qué vender, sin príncipe, y sin ropa nueva. No creo que mi agüela, aunque ella sí leía la Biblia, hubiera reeditado esa historia desde los amenazantes y enigmáticos versículos del Eclesiastés (11, 1-5). Seguro la heredó de la tradición oral europea, que durante siglos determinó nuestro mestizaje americano. Un poco contaminado el relato con los típicos cuentos de hadas, sin magia pero con príncipes guapos y ricos. No recontaré la experiencia muy personal del único cuento de hadas muy cuestionables que me contaban mis agüelas, con infinitas variaciones, muchas veces terroríficas. Pero tal vez por eso, y por la Historia, me sorprende que se haya popularizado tanto la aspiración de las doncellas por encontrar un príncipe, azul de preferencia… el color de la asfixia. Revisando las crónicas de la nobleza europea, no hallo más que príncipes patanes, muy coronados pero más dignos de la nota roja o amarilla.

Lejos de la Biblia y cerca de la ominosa realidad electorera mexicana, ya pululan clones políticos y mediáticos de la granjera con sus canastos de huevos y sus cántaros de leche. El camino al poder está sembrándose de omelettes de polvo y charcos de jocoque. ¿Príncipes? ¡Y hasta princesas! Hay de todo y para todos y todas. Lo peor de esta pasarela de cándidas “granjeras” oportunistas es que olvidan el ancestral origen de las reverencias: esconder el rostro y exponer el trasero. ¿No es obvio? Sin embargo, en esta épica preelectoral hay peculiares cambios en el enfoque. Ya no se trata sólo de colgar exvotos en la próxima filacteria tricolor presidencial. Ahora se trata de forzar el “destapadismo”, direccionarlo. Ya no es tan importante afiliar el alma a un personaje sino venderla a un proyecto. No hay más que de dos sopas: retroceder o avanzar. Y es difícil andar agachados por estos caminos: mientras se mira al suelo no se podrá distinguir el camino al frente, ni la amenaza detrás. 

En este momento sería muy aventurado decir que don Andrés ha sido un buen o un mal gobernante. No lo sabemos todavía. La oposición, institucional, embozada o comedida, es la niebla estridente que no nos deja ver más allá de lo que quiere que veamos; tampoco podemos confiar en los autoelogios del oficialismo. Lo que no podemos negar es que don Andrés y su proyecto han sacudido al sistema político mexicano. No es porque haya operado contra ese sistema vicioso, que todavía sigue impune chapoteando en amparos y complicidades en los poderes Legislativo, Judicial y económico. Con un populismo efectivo, don Andrés apeló a la base real del poder: los ciudadanos. Aunque el gobierno en general sigue resistiéndose a la participación ciudadana, una gran cantidad de mexicanos ya no se traga las píldoras mediáticas ni los discursos frenéticos. Falta mucho para generar una conciencia social crítica eficiente, pero hay un buen avance. Es cierto que hay una polarización política muy cercana a un enfrentamiento de clases, pero la polarización importante está en la base social, en donde en un extremo están los que reivindican el pasado, y en el otro las víctimas de ese pasado. No hay propuesta ni proyecto de nación dignas de prosperar si no parten de los cambios sociales, administrativos y económicos que propuso la 4T, los cumplidos, los pendientes e incluso los omitidos. Ninguno de esos cambios está en la agenda del pasado, su exterminio sí. El voto en el 2024 podría ser más exigente y no tan ingenuo como lo ha sido por décadas. 

Así que tenemos legiones de “granjeras” acarreando sus canastos y cántaros de ilusiones hacia un principesco puñado de corcholatas y tapa-roscas. Esto nos da una posible explicación para los altos precios del huevo y la leche. La oferta parece variada, pero sólo parece. Cada persona propuesta como candidato o candidata de la oposición, arrastra consigo el fardo de una campaña larga y desastrosa contra la 4T que, entre más vitriólica, más afecta la credibilidad de la coalición “perredeprianetceterista” y sus coros periodísticos. Sus tapa-roscas son infumables. Si bien tienen razón en que hay un riesgo de desunión entre los morenos, entre los “güeros” no hay ese problema porque no tienen cohesión. En marketing político, alardear unidad es exhibir una carencia; igual como es “decretar” en las “técnicas místicas” de autoayuda. MC cabecea, pero ni se define como oposición estable, ni tiene candidatos fuertes visibles. En este momento histórico, sacar un candidato de la chistera a última hora ya no funciona porque ya no hay buenos magos institucionales ni lealtades ciegas. En el remoto caso de que L. D. Colosio aceptara la candidatura por MC, sería menos territorial que Samuel o su compadre Alfaro, pero me da la impresión que serviría más para dispersar el voto priista que para restar votos a la coalición morena. Una virtud muy capitalizable por el joven alcalde, aunque destrozaría las ilusiones de políticos, periodistas y lobbies que se encapricharon en promoverlo tan precozmente como presidenciable.

Quedan como candidatos fuertes las corcholatas de la coalición morena. Sea por dedazo o por encuesta, la fortaleza del candidato opositor, que puede ser varios pero es uno solo (Homoousios: Dogma de la Santísima Oposición), siempre dependerá de la debilidad del candidato oficialista. ¡Qué vergonzante dependencia! La más extraña paradoja en estas suertes preelectorales está en que, a como lucen unos y otras principitos y princesitas herederas, el mejor candidato de la oposición a la 4T tendría que ser ¡un candidato de la 4T! Poco favor les haría, porque una ex corcholata morena devenida en tapa-rosca de la oposición no podría ofrecer moderación sino retroceso (y ni hablemos del estigma de la traición). La moderación al vértigo de la 4T sólo se puede ofrecer desde la 4T; para la oposición, con cualquier rostro, es imposible. Es una cuestión elemental de la Física: la inercia circular de Galileo, que mantiene a estos partidos en una órbita estable alrededor de un poder que no necesariamente está en la silla presidencial, lo mismo puede sentarse en sillones ejecutivos. Sabemos también lo que pasa con la inercia horizontal newtoniana: cuando uno mete el freno de repente, todos nos vamos de hocico. Una conmoción desastrosa para la sociedad. Los únicos indemnes serían unas cuantas “granjeras” que, desde sus plataformas políticas y mediáticas, ya habrán volcado sus cántaros y sus canastos a fuerza de agachar la cabeza y mostrar el trasero ante el princesito elegido. No tendrán ya nada qué ofrecer más que obediencia y humillación que, casualmente, es el mismo tributo que impone cualquier tipo de dictadura, sea diestra o siniestra.

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// José Francisco Villarreal

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Autor: stafflostubos
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