Por Carlos Chavarría
De todas las áreas bajo la atención de los gobiernos, la salud, es una cuyos efectos más lastima la vida de las familias, no solo por sus obvias implicaciones morales y de estabilidad, sino por los estragos económicos que causa.
Debemos aplaudir cualquier esfuerzo por rediseñar las ramas del poder ejecutivo, el sector salud no puede ser la excepción. Empecemos por reconocer que por siempre ha existido un sector de excluidos de los servicios de salud públicos, en razón de su condición de informales, que es la mayoría de la población, hacia ellos se dirigió el entonces llamado “Seguro Popular”, noble iniciativa que fue una fórmula usada también por otros países, donde se pagaban servicios privados de medicina con recursos de los mismos usuarios y una parte de fondos públicos.
En esta administración se pretendió evitar mezclar dinero público con empresas privadas en la creencia de que se escondía alguna suerte de inmoralidad cuando se obtienen utilidades en el sector privado por este concepto, habida cuenta de que el sector público contratante, a pesar del esfuerzo de los médicos de las instituciones, no tienen la capacidad instalada para atender en directo al resto de la población en su misma infraestructura, creándose para ello el llamado INSABI y desapareciendo el Seguro Popular.
Ahora se reconoce lo obvio, que por simple razón de atracción organizacional y redundancia, la misma burocracia que atiende al sector de salud pública, estaba duplicada, significando gasto innecesario y una curva de aprendizaje insalvable contra el IMSS, por ejemplo.
Bien por el esfuerzo de cambio, mal, por no reconocer que toda burocracia pública es sensiblemente menos productiva entre mayor su tamaño y atrasada su cultura.
Reconocidos estudiosos de la burocracia como concepto de organización, tales como Max Weber, Bobbio, Friedman, Taylor, y otros, coinciden en que las organizaciones burocráticas siempre serán menos eficientes que aquellas sin la contaminación de las veleidades resultantes de la vinculación del poder público y la lucha entre fuerzas políticas.
Debe apuntarse que a pesar de esa conclusión, también existen burocracias ineficientes en organizaciones privadas lucrativas y la experiencia todos los días nos presenta cada vez mas empresas que adolecen de los mismos vicios que las públicas. Claro que lo primero, no preocupa a nadie pues es dinero privado.
No hay recetas sencillas para acabar con los monstruos burocráticos. No es falta de voluntad para cambiar. Su persistencia está relacionada con la propia naturaleza de la acción humana, la cual se funda en deseos y escalas de apreciación del concepto valor, individuales y personales que consiguen agruparse en conglomerados culturales afines.
Milton Friedman usaba un razonamiento, débil pero irrebatible: …” es fácil pensar en hacer el bien y mejorar el bienestar del prójimo, con dinero del presupuesto público o que no es propio de los burócratas, pero la eficiencia en ese gasto será lo menos importante..”.
No es que los burócratas sean malas personas, pero la solidaridad en los servicios hacia los demás no puede instituirse por decreto, menos cuando se trata del dinero de otros.
Lo mismo aplica al observar los resultados de la gestión burocrática, la mayoría de las burocracias consiguen y disponen del poder para acceder a compensaciones y métodos de contratación que los protegen más allá de la calidad de los resultados para los usuarios finales. Así es la naturaleza humana.
No puede calificarse de fracaso el intento de rediseñar el servicio de salud bajo el gobierno federal, los problemas vendrán cuando la insuficiencia de inversión y gasto del ahora IMSS-Bienestar se evidencien dando el traste con la intención de calificarlo con los estándares de Dinamarca.