Por José Francisco Villarreal
Había una vez, sólo una vez, un rey piadoso que gobernó dos reinos (Israel y Judá) y legiones de efrits (genios) y demonios, poseyó enormes riquezas, un harem numeroso y, dicen, una sabiduría impresionante. Se llamaba Yededías, pero su nombre artístico fue Salomón. Es famoso por el juicio donde amenazó con partir a un niño a la mitad para complacer a dos pretendientes madres. Pero disfruto más aquella trampa que le tendió a Makeda (Balkis), la reina de Saba. El rey invitó a la reina a cenar y le ofreció su propio cuarto para dormir. Ella, que no era tonta, aceptó pero le hizo prometer que no trataría de tomarla por la fuerza (obviamente todos sabemos a qué se refería). Salomón a su vez le hizo prometer a Makeda que no tomaría nada de su palacio por la fuerza (aquí se refería más bien a robar, no a “lo otro”). Se sirvió una cena abundante y lujosa, pero con platillos ácidos y picantes, y nada de agua. Por la noche, Salomón fingió dormir, y a la sedienta Makeda se le ocurrió robar un poco de agua. El rey la sorprendió antes de hacerlo, así que ella le rogó que la liberara de su promesa. Salomón aceptó a cambio de que ella lo liberara de la suya. Los dos saciaron su “sed” y pasaron una noche muy divertida. Pero no vivieron muy felices ni tuvieron muchos hijos, sólo uno, Bayna-Lehkem (Menelik I), que fundó una dinastía imperial en Etiopía.
En el legendarium de la antigüedad siempre se hallarán historias como esta, que leí en el “Libro de la Gloria de los Reyes de Etiopía”, la Biblia rastafari. Sabiduría simple: dilemas resueltos con ingenio. Creo que la sabiduría no consiste en acumular mucha información sino la suficiente para organizar premisas válidas y así crear mecanismos nuevos para solucionar problemas. Normalmente la sabiduría se atribuye a los viejos. Creo que es falso. Acumulamos mucha experiencia pero nos resistimos a olvidar lo que ya no nos sirve. Ese exceso de historia nos pesa, nos encorva y nos entorpece. También se asume que los jueces son sabios, ya que deben decidir entre dos líneas argumentativas para definir lo correcto, es decir lo justo. Su sabiduría es más bien una técnica, porque procede de principios determinados en leyes; revisar un manual, pues. Pero como las leyes no siempre son hechas por legisladores capaces, hay palabras, puntuaciones, y omisiones que los jueces deben considerar e interpretar. Si sumamos que la sociedad, la madre de las leyes, está en constante evolución y rebasa la acción legislativa, una parte de la Justicia se deja a criterio del juez, genéricamente humano, lo que no garantiza una solución sabia. La sabiduría del juez, como en el caso de los viejos, es una leyenda más. Como la sabiduría de Salomón, que en su esplendor demostró ser más astuto que sabio, y como político fue un desastre. ¡Con razón Balkis mejor se regresó a su reino en Yemen!
¡Tranquilos! No me voy a poner a despotricar contra los juristas entronizados como ministros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación por haberle reventado otra iniciativa a don Andrés.
Es notorio que unos sólo hicieron su chamba, y que otros siguen haciendo su chamba para otros. Sólo quiero dejar sentado que no son sabios, ni sus decisiones son necesariamente justas. Una vez que se dio entrada al proyecto contra la primera parte del “Plan B”, era de esperarse que se aprobaría. La decisión no fue una sorpresa, ni siquiera para los que ahora se muestran sorprendidos e indignados, empezando por don Andrés. Respecto a los que festejan y dan gracias al dios de la ultraderecha de Lilly Téllez (un dios expulsado de todas las religiones, infiernos y mitologías), los veo un poco sobreactuados. Parece que no acaban de entender lo que en verdad significa esa “derrota”, ni las que siguen. Pero “esa es otra historia…”, diría Michael Ende.
Lo interesante del proceso en la Corte fue la decisión, a la que se sumaron por igual ministros afines a don Andrés con otros muy bien relacionados con políticos y personajes enemigos jurados de la 4T. La verdad yo, con placer insano, esperaba un choque de trenes entre la SCJN y el Congreso. Hubiera sido divertido que los ministros se pusieran a desmenuzar artículo por artículo el fragmento del Plan B. No lo hicieron. No han tocado (todavía) las profundidades de la reforma.
Nadaron de muertito en el protocolo. Se rechazó definitivamente no por lo que contiene sino por la manera en la que fue aprobada en el Congreso de la Unión.
Lo que sienta un precedente para “lo que se ofrezca”, y ya se ve que se va a ofrecer, porque los opositores a la 4T hacen cola con todo tipo de impugnaciones, desde las más razonables hasta las más ridículas. Me decepcionó que no me dieron el chispeante espectáculo que esperaba de curules contra togas, pero a la vez me alegra que los ministros fueran tan salomónicos (astutos, que no sabios), como para complacer a sus conciencias técnicas, a sus cuates opositores, y hasta a los “indignados” morenos, porque este “revés” no invalida la necesidad de una reforma electoral, sólo exhibe el desparpajo de un procedimiento legislativo. A decir verdad, el sistema judicial mexicano, desde ministros hasta jueces de barandilla, son expertos en estas prestidigitaciones legales… México ya debería tener un récord Guinness por la cantidad de criminales y corruptos liberados por “errores en el procedimiento”. Soluciones injustas pero legales. Lo que confirma que el Poder Judicial no garantiza y nunca ha garantizado la Justicia en México.
¿Qué sigue? Pues lo que la 4T disponga y, al parecer, es exponer todavía más a la Suprema Corte de Justicia al descrédito. Porque la oposición celebra triunfos como si el enfrentamiento sólo los involucrara a ellos y les coronara las sienes con laureles olímpicos. No han ganado nada. La otra historia está en la calle, en cómo ven y entienden los ciudadanos estos pugilatos políticos. Saquen cuentas: la 4T ha desacreditado a medios de comunicación, a columnistas, a intelectuales, a políticos, a legisladores, a gobernadores, a funcionarios, a empresarios, ¡hasta instituciones y gobiernos extranjeros!, y no siempre con razón pero siempre con acierto. La oposición supone que cacarear un triunfo como este les acarreará simpatías. Eso es falso. Nada más justifican precariamente sus dislates y rabietas. En realidad sólo se siembran más dudas entre la gente sobre las intenciones de esa oposición, sobre sus métodos que no son más que ordalías: a ver quién la tiene más grande (la razón) o escupe más lejos. ¿Tiene ahora más sentido aquél clásico de “¡Al diablo con las instituciones!”?
Una anécdota más del famoso Salomón. Cuando supo que Makeda, la reina de Saba, iría a visitarlo, le advirtieron que no era del todo humana sino en parte una efrit, un genio malvado. Y que si eso fuera cierto, tendría las piernas velludas y pies de oca o de cabra. Cuando Makeda entró a la sala del trono, Salomón la hizo pasar “casualmente” sobre un charco de agua. Makeda tuvo que levantar su vestido para no mojarlo, y así mostró sus piernas y sus pies. Al parecer Salomón quedó muy contento con lo que vio. Así se ha desarrollado este régimen, como un largo y lento striptease de personas, personajes, partidos e instituciones. Y al menos a mí no me está gustando nada esa desnudez que, aunque es necesaria, es vergonzosa, fea y eventualmente repugnante. ¡Qué pésimo show!