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Por Félix Cortés Camarillo

Aquí va de dos personales recuerdos.

            1.- La última vez que vi a mi querido José Emilio Pacheco me hizo, con un rigor inusual en él, un reproche que yo conservo como un enorme elogio a mi oficio . Me reclamó el poeta que yo hubiera dejado de hacer crítica teatral, que publiqué entre 69 y 73 en la revista La Capital y el suplemento cultural de Siempre!, porque él leía mis textos.

            2.- La primera vez que ejercí como actor mi vocación teatral, fue hace más de sesenta años en el Aula Magna de la Universidad de Nuevo León, bajo la dirección de un flacucho de mi edad, que se llamaba Luis Martin y que vivía en Ruperto Martínez, a la vuelta de mi casa. Lo hice con él, diciendo un monólogo de Emilio Carballido que se lama Hipólito y que, obviamente, desenrolla el complejo de la relación entre un joven, su madrastra Fedra, que locamente se enamora del muchacho, y el marido della.

Ansina somos los griegos, pues.

Ya más domésticos, hicimos ahí mismo El Censo, también de Carballido, que ya estaba encaminado a ser pasión creativa de Luis Martin. Ergo, me une al teatro, al Aula Magna y a Luis Martin afectos singulares.

Pues el sábado recién pasado fui con mis amadas Bertha y Renata a ver la puesta en escena de Ifigenia Cruel, un poema dramático del en su tierra casi desconocido Alfonso Reyes. Precisamente en el Aula Magna de la hoy UANL. Precisamente bajo la dirección del mismísimo Luis Martin, que ha dedicado su vida entera y sus talentos varios, al teatro principal, pero no únicamente, de Monterrey.

El mito de Ifigenia es tan idiota como todos los mitos, especialmente los griegos. Resulta que Agamenón, el papá de la muchacha, se fue un día de cacería y mató un venado, en el bosque sagrado de la diosa Artemisa. Esta cabrona, que era como López Obrador pero al cuadrado, le exigió a Agamenón que sacrificara a su hija Ifigenia para saldar el daño. Nada más que entre todos le hicieron chanchullo y sacrificaron a otra bestia en su lugar. Pero el destino que deambula por todos los textos riegos, hace de Ifigenia cruel sacerdotisa y potencialmente sacrificadora en el poema de su propio hermano Orestes, que pretende regresarla a la femenil y doméstica rueca. “No quiero” es su respuesta.

Por alguna razón, y pregúntenle a Alfonso Reyes o a sus dos capillas alfonsinas, Ifigenia se convierte en un símbolo de la rebelión de la mujer ante el poder, o por lo menos como de la resistencia ante él. De la misma manera, para no orinar fuera de la bacinilla griega, son hoy Lisístrata o la misma muy olímpica campeona Antígona.

¿Qué pretendes, le pregunta a la heroína Ifigenia el rey Taos de los Tauros?  Que hablen, responde rotunda.

Así lo entendieron el director Luis Martin y Eloy Garza, que ejercieron la dramaturgia sobre el poema en lo que vimos y oímos el sábado, trasquilándole al texto un par de líneas prescindibles. Por ahí metieron su acertada cuchara y sugirieron sobre la escena temas como el periodismo, Ayotzinapa, la inseguridad, los feminicidios y otros pocos etcéteras. Para que los espectadores no nos hiciéramos weyes pensando que estábamos sólo viendo a unos actores en togas recitando versos. Según el regiomontano universal, dice el rey Taos al final:” ¡qué vanas apariencias nos gobiernan! Cierto es que servimos a la plebe”.

¿Suena familiar, no?

Muy buenos actores, por cierto. La señora Marilú Martínez hace una excelente Ifigenia. Alfonso Teja en el papel de mensajero y –especialmente- el coro de dos muchachas y un joven- de cuyo nombre no puedo acordarme porque no dan como antaño programas de mano, sobresalen en voz y movimiento.

Ahora, de esto sí sé: poner en escena un poema está muy cabrón. Sobre todo en tragedias griegas o poemas de ese formato como el de Reyes: en esos no pasa nada. Todo se platica que pasó en otro tiempo o lado, y se llora o se ríe, según indique el coro. Luis Martin se convirtió en coreógrafo y dispuso un desplazamiento escénico dinámico, excelente y muy bien interpretado.

Lo único lamentable es que este tipo de producciones estén solamente disponibles para el público –¡a cincuenta pesos por piocha la entrada los que tiene que pagar!- por dos únicos días.

Alguien debiera pensar, ¿qué tal la pareja que secuestra niños del Capullos para tomarse fotos con el uniforme de los tigres, entendiera que esto es verdadera función social del arte? Y que les sirve en sus tic tacs. O lo que sea.

PARA LA MAÑANERA (Porque no me dejan entrar sin tapabocas): Bueno, querido JEP, ya regresé. ¿Satisfecho?

‎felixcortescama@gmail.com

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Vía / Autor:

// Félix Cortés Camarillo

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Autor: lostubos
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