Noticias en Monterrey

Buscar
Cerrar este cuadro de búsqueda.

Las corcholatas y una misa en París

Por José Francisco Villarreal

Mi salud no es buena, es mala, en realidad malvada tirando a ridícula. Todo lo que se excede, así sea en el mal, siempre acaba siendo ridículo. Lo he comprobado durante la más reciente década, cuando se ha llevado el debate político al extremo chungo de chisme de barrio, intrigas de vecindad. Desde hace mucho tiempo entendí que esa actitud deliberada no tenía salida. Desde los palcos de la sensatez es una comedia hilarante; en el escenario es una tragedia que invade la platea de nuestra frivolidad republicana. Seamos honestos: nuestra salud democrática ya era bastante mala cuando votábamos al azar. El más grande mérito de don Andrés no ha sido la millonaria coincidencia electora a favor de su propuesta electoral cuatrotetista, sino la coincidencia en identificar el origen indiscutible de nuestras desgracias como nación. Una revancha que se exigió en el voto pero que sigue siendo una asignatura pendiente de la 4T. El pueblo quiere ver sangre, escarnio público, picota, mazmorras… o por lo menos que las llaves de las celdas no estén en manos del Poder Judicial.

La situación no ha cambiado. Eludir el debate ideológico desmejoró la integridad de los partidos de oposición. El daño que estos le atribuyen al régimen actual no es menor que el que ellos mismos han causado al elector, de por sí desideologizado. La única propuesta ideológica consistente que existía antes del “corcholatismo” era el oficialismo: una infusión de neoliberalismo descafeinado, romanticismo anacrónico y populismo nacionalista (no es un remedio, pero es un buen reconstituyente). Sólo hay una ideología coherente que se pueda encontrar en la oposición, y es la ultraderecha más radical que vomitó hace poco Lilly Téllez, una definición que ya se vislumbraba en la experiodista desde que fuera legisladora por Morena. No sé si la Téllez fue franca al exhibirse, o nada más franquista de oportunidad, como cuando morenista. Si fue franca ya sabríamos a qué atenernos; si fue oportunista (La donna è mobile), no sabemos qué nos espera. En ambos casos es alarmante.

Pero las intrigas entre la oposición para encontrar un candidato a la presidencia no son importantes… para la oposición. Sin aspirantes medianamente aceptables, su estrategia es la de los débiles: conservar posiciones y desestabilizar al enemigo. Más aún, un recurso de los débiles desesperados: ayudar a que el enemigo se derrote solo. Si hasta la fecha encontraron pocas fisuras en el movimiento moreno como para meter cuñas, el despliegue “no-electoral” de las “corcholatas no-presidenciales” es una oportunidad de oro. ¿Qué haría yo si fuera un estratega opositor, inutilizado por el descrédito, y encontrara esa coyuntura? A ver…

Ante todo, analizaría con mucho cuidado a los “no-candidatos” oficialistas confirmados. Sé que tengo pocas probabilidades de derrotar hasta al más anémico, así que debo concentrarme en los más fuertes, los que son capaces de destrozarse entre sí. Sabría que aun así tendría pocas posibilidades, así que apostaría a favor de un “no candidato” fuerte con el que eventualmente pueda o quiera negociar. Me concentraría en hostigar más a sus adversarios. Todo esto con la debida discreción, porque la obviedad ya es una derrota. Como estrategia genérica intentaría, por cualquier medio, desde el más serio hasta el más absurdo, de descarrilar la elección interna de los morenistas. Consideraría muy remota la posibilidad de ofrecer la candidatura a una “corcholata” derrotada, puesto que tendría el estigma de la traición, y un traidor siempre traiciona. Eso es un riesgo y además pesa en el ánimo elector frente a una urna. Los electores somos ingenuos pero no tontos.

Pero, ¿con qué recursos cuento? No con electores, pero sí con actores coyunturales en el proceso de selección de candidatos y luego en las campañas electorales. A saber, Poder Judicial, medios de comunicación y columnistas “politólogos”. A mí me encanta esta “politología” de rollo, es como explicar en términos científicos el acto de esponjar las claras de huevo con un tenedor (baba convertida en mucho ruido, mucho aire). Omitiría los actores externos, los masiosares de esta comedia, porque normalmente la injerencia extranjera causa un repudio espontaneo en los electores, lo que sería contraproducente para mis propósitos.

Con estos recursos, metería el dedo tramposo en la romana de esta “no campaña”. Para los medios, la consigna de visibilizar selectivamente a los “no candidatos”. Ardua labor, porque implica seleccionar a diario quiénes deben destacar y cuáles de sus actos o dichos. Para los columnistas, yo les ahorraría la infame labor de pensar, y sólo les “sugeriría” temas, un par de argumentos y una conclusión obligatoria. Les pediría respetar el fondo y colaborar sólo con paráfrasis, pero fina, que no se note la plantilla. De los jueces, ministros, magistrados, y demás fauna judicial, esperaría su amable solidaridad empolvando o desempolvando expedientes oportunamente y, por supuesto, manteniendo la liga tensa con el Poder Legislativo.

Tendría, eso que ni qué, serios problemas con la “no campaña”, precisamente porque no es, pero sí es. En términos generales, la “no campaña” de las “corcholatas” morenistas es una pasarela, algo así como calibrar el impacto de “influencers”. Por las propias limitaciones de esta pasarela, sus mejores argumentos son la exposición de los principios de la 4T, lo que redunda en una difusión más amplia de su movimiento. El medio más remilgoso no tendría otro remedio que difundir esas ideas en su cobertura. Combatirlas con notas editorializadas sólo pondría en evidencia un sesgo prejuiciado. Lanzar al ataque a la caballería columnista implica tener que difundir antes las ideas que pretendo combatir. La única manera de neutralizar esa catequesis morena sería en los mismos términos y con mis propias “taparroscas”, que son precisamente lo que no tengo. ¿Qué puedo hacer entonces? Pues, supongo que lo más práctico sería aprender ese catecismo, apoyar discretamente a una “corcholata” susceptible a mis “encantos” para luego asumir la derrota con “patriótica” dignidad, conciliar intereses, colaborar “por el bien de la nación”, negociar “humildemente” espacios y, por supuesto, con más calma, desfondar el barco de la 4T, pero ya desde adentro.

De ninguna manera me convendría causar un cisma entre las “corcholatas” sin antes asegurarme de que sobreviva la que me convenga. El verdadero cisma habrá que provocarlo después, en el propio régimen. En “no campañas”, precampañas y campañas, un cisma no causaría dispersión, porque aunque no me guste, el ideario de la 4T sí tiene un rumbo, y la certeza es prima hermana de la unidad. Si quiero un cisma efectivo, deberé provocarlo dentro del poder. Los ideales corrompidos por los intereses ya en la función pública atomizarían al movimiento. Eso le pasó al cristianismo varias veces. Con más razón a nuestra política, tan dejada de la mano de Dios. Si quisiera destruir a la 4T, empezaría por aprenderme su evangelio y olvidarme de imponer mis estatutos apócrifos y mis “taparroscas” ridículas. Si el pueblo quiere una cuarta transformación, ¿por qué no puedo ser yo quien se la dé? “París bien vale una misa…” Hasta el buen Lutero podría entender esto.

Fuente:

Vía / Autor:

// José Francisco Villarreal

Etiquetas:

Compartir:

Autor: lostubos
Ver Más