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Por José Jaime Ruiz

@ruizjosejaime

@lostubosmty

El otoño del patriarca neoliberal es invierno esclavizante para los hijos anticuados. Porque el hielo quema, los vástagos se pretenden ardientes en la recién terminada serie de HBO. Mal paridos, enclenques, lo suyo es la derrota anticipada, por eso el padre los deshereda desde el inicio. Y, sin embargo, lo que sigue es una lucha psicológica, sin llegar a ser espiritual.

Para el experto seriófilo, Jorge Carrión, “En todas ellas siempre encontramos la figura del recién llegado, de la persona de origen social humilde, que –como Ida Partenza– nos representa en ese mundo de ficción. Mientras que Connor, Siobhan, Roman y Kendall Roy apenas evolucionan durante las cuatro temporadas, la pareja entre cómica y patética formada por Tom Wambsgans y Greg Hirsch se va volviendo el centro de la tragedia. La del 99% de la población mundial, en manos de los delirios y los negocios del 1% millonario”.

El último capítulo de la serie, largo sin necesidad, vindica y reivindica al rey Lear de Shakespeare, muerto ya, el patriarca reniega de su semen. Monumental, su legado es él mismo, sí mismo. El hijo pródigo no asume las lentejas de su suicidio; la hija dominante-innominada, asume su condición de pareja del que asciende; el soberbio torpe, apenas logra sobrevivir. Para quienes tienen dinero, mucho dinero e inversiones, esa serie enseña con saña a que en el abismo no existe la natación.

¿Tenemos qué hablar de Kevin?

Avezado aprendiz del spaghetti western, Clint Eastwood inventó películas memorables: River Mystic, Unforgiven y Million Dollar Baby, todas en el género. Siguiendo pauta, Taylor Sheridan renace el western con Yellowstone donde Kevin Costner da el sentido de poder al poder en Montana. Sin Kevin la serie no existe, o apenas existe gracias a Harrison Ford en precuela. Aquí el ejercicio de poder es diferente a la manera de Murdoch porque no se trata de especular sino de pecunio rural, tierra, ganado.

Literatura en los Reyes de mi compadre

Oligarquía de la indecencia. Los menores acólitos de Alfonso Reyes nos tronamos en mayores. Como sus notas sobre Jesús Acevedo:

  • Obra de conversaciones, de atisbos, de promesas.
  • Diego Rivera asegura que, de todo su grupo en la Academia de San Carlos, el arquitecto Acevedo era el que tenía mejores ojos para pintor.
  • Dije de él que era escritor de los que no escriben.
  • Anuncié de él que, cuando hiciera libros, sus libros serían los mejores.
  • “Una vez nos citamos para releer en común el Banquete de Platón. Éramos cinco o seis esa noche; nos turnábamos en la lectura, cambiándose el lector para cada convidado diferente; y cada quien la seguía ansioso, no con el deseo de apresurar la llegada de Alcibíades, como los estudiantes de que habla Aulio Gelio, sino con la esperanza en suerte las milagrosas palabras de Diótima de Mantinea… La lectura acaso duró tres horas; nunca hubo mayor olvido del mundo de la calle, por más que esto ocurría en un taller de arquitecto, inmediato a la más populosa avenida de la ciudad”.

Así lo reseña Pedro Henríquez Ureña, me dice Alfonso Reyes en el Tomo IV de sus obras completas. Y me pregunto qué es el poder, ¿esas series de HBO, Netflix, Amazon o releer a nuestro Alfonso?

La palabra, no la sangre.

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Vía / Autor:

// José Jaime Ruiz

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Autor: lostubos
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