Por Félix Cortés Camarillo
El que piense que la campaña reeleccionista de Lopitos comenzó cantando bajo la lluvia el sábado en el Zócalo capitalino, se equivoca de cabo a rabo. También están errados los que piensan que esta actitud es nueva. Todos los presidentes de México, desde José Miguel Ramón Adaucto Fernández y Félix, alias Guadalupe Victoria, hasta Andrés Manuel López Obrador, conocido en el bajo mundo como El Peje, han querido lo mismo: perpetuarse en el poder.
Todos; los efímeros como José Joaquín de Herrera, los insistentes como Anastasio Bustamante, el mismísimo Benito Juárez y ya no se diga Su Alteza Serenísima Antonio López de Santa Anna. Ninguno quería irse de la Silla. Sobre el nombre del mejor presidente que ha tenido México, Porfirio Díaz, se ha escupido ya bastante tinta que no vale la pena mencionarlo aquí.
Probablemente sin intuirlo, o tal vez por mandato de los espíritus convocados por la Ouija, Francisco Indalecio Madero, a quien Victoriano Huerta privó de la tentación de perpetuarse al mando de un país sin mando, colocó en la historia nuestra un trampa a las inevitables futuras tentaciones del mando perpetuo: la no re elección. Un legado que los políticos mañosos han ido debilitando en la parte media de la pirámide del poder, hasta que llegue el momento de cambiarlo en el pináculo y entonces hacer realidad ese sueño que Don Porfirio disfrutó una treintena de años.
Para buscar un sucedáneo de ese sueño, el presidente de México designa en su ocaso, por métodos muy alambicados pero evidentes, a la persona que ocupará su lugar.
De esa manera, el dedo elector del presidente de México que se va, nace torcido a la hora de designar al presidente que viene: al escogerlo, dice el canon, debe asegurarse que dará seguimiento al espíritu de su política y a la materia de sus obras; no es cierto. En realidad, escoge a aquel que le garantice que protegerá su espalda ante cualquier indagatoria futura sobre las pillerías que hizo. Amor con amor se paga, he oído decir con frecuencia este sexenio.
Más no hay tal. Históricamente, todo lo contrario es cierto.
Ávila Camacho desarmó el proyecto político y social de Cárdenas. Miguel Alemán diseñó un México proyectado hacia el infinito y más allá, como dice un personaje de la familia del ratón Miguelito. No ofense, Miguel. Ruiz Cortines quiso acabar con el boato, la corrupción, y el despilfarro previos desde su augusta figura. López Mateos volvió al mundo de “¡Viva la Pepa”! montado en un Ferrari que le gustaba manejar por las noches en la pista que para ello mandó construir y que se sigue llamando en la capital el Periférico. A Díaz Ordaz eso no le cuadraba; lo suyo era el orden castrense e implacable y los cuadriles de Irma Serrano. Lo peor que se dice de Luis Echeverría es que no tenía más pecado que hablar ocho horas seguidas sin que nadie pudiera explicar cómo le hacía para mear; y eso que presumía de beber sólo agua de flor de jamaica, fuerte diurético. José López Portillo, en este pendular ejercicio del estilo del poder, puso la cereza del enorme pastel de regreso a la frivolidad, al matrimoniarse con la bellísima reina de todas las cinematográficas ficheras.
Si esperaban más de lo mismo, la frustración se llamó Miguel de la Madrid. El país estaba tan jodido luego de la estatización de la banca, que De la Madrid apenas pudo sostener entre sus manos los pedacitos. Sin duda pensó que Carlos Salinas haría realidad su anhelo de recuperación. Como se dice ahora, él tenía otros planes; y para seguir en la temática de la 4T, Carlos se sentía en las ligas mayores y por eso tenemos un Tratado de Libre Comercio. Le sucedió Zedillo por accidente: de no haber sido por lo sucedido en Lomas Taurinas, el rompimiento del sucesor con el antecesor se hubiera dado rápidamente. De hecho, ahí está el secreto de la muerte de Colosio: cortó el cordón umbilical antes de tiempo. México se casó con el fanfarrón de Fox para rechazar al sinvergüenza de Zedillo, de la misma manera que pensó que Calderón disfrazado de militar en un uniforme guango iba a poner orden en un país que no quiere orden. Un país telenovelero que votó por el muchacho chicho de la película gacha que se casó con la muchacha.Y que entregó la plaza antes de que se la pidieran, por un miedo que el sucesor apaciguó en un acuerdo secreto que Lopitos ha cumplido. Lo demás es historia.
Y es la intensa campaña de agresión en contra de Xóchitl Gálvez. Que también puede ser expresión de miedo.
En menos de un mes, un peligro político insignificante para el juego de suceder a Lopitos se ha convertido en un peligro real. Por eso ayer el presidente López “reveló” que sus sistemas de inteligencia le decían que –luego de amplias consultas entre los malevos- nominarán a Xóchitl Gálvez para vencer a Claudia Scheinbaum.
En ese momento, el aparato del miedo se desató en contra de Xóchitl: que si su equis es de Claudio, que si su origen indígena es dudoso, Y todo lo que seguirá saliendo de aquí a septiembre 3. Porque, por primera vez en este sexenio, en Palacio Nacional tienen miedo. Sobre todo a la otra parte del apotegma de Madero: Sufragio efectivo.
PARA LA MAÑANERA (Porque no me dejan entrar sin tapabocas): Las promesas del señor Barragán de que ya tenemos asegurada el agua para Nuevo León hasta 2073 son un chiste de mal gusto. Cínico, además.