Por Félix Cortés Camarillo
Para algunos de los que observan el transcurso de los mexicanos en su búsqueda de un país mejor y, por lo mismo, miran el desarrollo de la política, el PRI inició el colapso que hoy está viviendo lastimosamente el año de 1989 cuando el encargado de la jefatura de personal del gobierno –que eso era el partido– era don Jorge de la Vega Domínguez quien a sus 91 debe estar esperando en su Chiapas el corte de caja, se dio el más importante cisma en la esfera del poder
En ese año, dentro del PRI una corriente política encabezada por Cuauhtémoc Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo procuró enderezar el rumbo desde dentro, hacia un curso menos obtuso, más tolerante e, incluso, alineado con los principios de la social democracia que coincide en mucho con lo que Calles soñaba cuando inventó el Partido Nacional Revolucionario. Por órdenes del presidente de entonces, Carlos Salinas, el presidente del PRI se negó a todo. Los disidentes se salieron, unieron a todas las izquierdas, que no eran fuertes pero eran muchas, e hicieron lo que hoy se llama PRD. Podría decirse, no sin razón, que ahí comenzó a derrumbarse el PRI.
Para mí tengo, sin embargo, que la corrosión interna se dio mucho antes, cuando Miguel Alemán hizo cambiar el nombre del PNR por el de Partido Revolucionario Institucional. En el inter, el 30 de marzo de 1938 (nótese la fecha) el PNR se había renombrado Partido de la Revolución Mexicana luego de fracasar la intentona de los cardenistas de llamarlo Partido Socialista Mexicano.
Sea como fuere, el alemanismo se hizo un partido a su modo, al estilo empresarial. La Revolución se convertía en una institución. Por lo mismo, algo inamovible, incuestionable e intolerante. El PRI de Alito Moreno, del que la desbandada se me hace débil.
Especialmente porque esa desbandada, como dice el bolero, llega tarde, a un PRI desvencijado, achacoso y mentiroso. Lo último no es nuevo. Y en un momento en que los mexicanos estamos entendiendo finalmente que los partidos políticos nunca fueron la solución. Ni el PAN ni el Partido Comunista, que fueron los únicos congruentes en tener una plataforma, un programa y un plan, ofrecieron más opción que la binaria: en pro del PRI o en su contra. Que los mexicanos hemos estado votando, en los últimos lustros, por las personas y no por las “instituciones”.
No quiero decir aquí que el PRI debe desaparecer. El PRI ya no existe. Sé que hay en México miles de priístas decentes, capaces, bien intencionados que no necesitan de la pandilla que se gasta el estipendio que el gobierno le da al partido. Pero que deben unirse para borrar el membrete tricolor de la política mexicana.
PARA LA MAÑANERA (Porque no me dejan entrar sin tapabocas): ¿Quién le dijo, señor presidente, que México no es un narcoestado? No haga usted reír a los mexicanos.
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