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Por Carlos Chavarría

Usar cualquier posición de poder para obtener una ventaja personal, no solo es inmoral, sino delito. Hoy los asuntos de corrupción se han ganado un lugar de primera plana en todos los medios de comunicación del mundo gracias a los mismos políticos, que se acusan unos a otros  de las mismas faltas.

La acción humana ha perdido todo pudor y la corrupción forma parte del discurso político cotidiano que a fuerza de su persistencia ya no sorprende a nadie.

Al menos ya se evidencia sin ambages que la corrupción parece ser consubstancial a la naturaleza humana, cosa que la vox populi, apostando a perder, siempre sostuvo. Lo más triste es que antes podía esperarse que  al menos guardando la apariencias, alguien pagara  los platos rotos, hoy todo termina en amables y pragmáticas negociaciones, que hacen parecer como iguales a inquisidores y herejes.

Putin y sus yates, Trump y sus enredos, Biden y sus hijos, Ancira y Lozoya, no son mejores o peores que Bernie Madoff, a todos les gano la tentación. El fenómeno de la corrupción es tan global que la propia ONU dispone de una comisión para al menos dar la imagen de que se trata de atajar el asunto. Aunque también proporciona una lista de los temas que deberían cuidar los corruptos para que todo se vea impoluto.

Gracias a la creatividad del crimen organizado de cuello blanco, la lista de maniobras para eludir la responsabilidad se ha multiplicado varias veces, reflejando la poca estima y respeto que guardamos por el riesgo moral y los costos consecuenciales por la corrupción, los cuales los pagamos todos.

Desde el empleado de compras que adjudica contratos a sus amigos hasta los presidentes de poderosas naciones que padecen de “menoridea”, así como familias enteras que de pronto se enteran que son millonarios asociados de magnates, políticos y legisladores.

Los profesionales de la conducta adjudican la propensión a corromperse al narcicismo y la codicia, ahora tan recompensados por las redes sociales, tan a la vista que ya nadie lo ve.

Los cambios súbitos en la posición económica de algunas personas ahora se aprecian como una genialidad digna de  ser imitada. El “aprovéchese  y hágase rico!”, se ha convertido en el sustituto fácil, además  idealizado, del esfuerzo y el trabajo.

Es una lástima pero hay demasiados cínicos que piensan que la corrupción es la grasa lubricante del sistema que salva los costos de las regulaciones y controles internos.

Es una vergüenza que instituciones dedicadas  al trabajo de la gobernanza, como el FMI, el Banco Mundial, la OECD, etc., han caído en el juego de emitir recomendaciones y medidas prudenciales para prevenir la corrupción pero todo sigue igual, haciendo negocios con todos los países, sin importar su grado de corrupción institucional.

Todos tiene unidades anti corrupción, inteligencia financiera, unidades antilavado, entidades que aseguran la transparencia, fiscales autónomos, fiscalización estricta, etc., así como todo lo recomendado, sin embargo nada cambia.

La corrupción no se abate si no se abandonan o rediseñan los procesos que incentivan las malas prácticas. Los discursos anti corrupción solo alimentan el escepticismo y la incredulidad general.

Lo cierto es que la corrupción ira siempre en aumento en tanto los costos de oportunidad sean tan bajos para los delincuentes de cuello blanco.

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// Carlos Chavarría

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Autor: lostubos
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