Por Francisco Tijerina Elguezabal
El pasado sábado mi querido amigo el Arquitecto Héctor Benavides me hizo ensimismarme en la memoria y los recuerdos al escribir sobre un enorme personaje como lo fue Hugo L. del Río.
“El Güero”, como llamaban en sus años mozos al Arqui, repasó su historia con Hugo y evocó aquella maravillosa redacción de “Radio Alameda” a la que llegó como aprendiz a principios de los 60’s y en la que ya se ubicaban personajes como don Ramón Pedroza, Antonio Córdova y Raymundo Yzcoa.
La vida, buena que ha sido conmigo, me ha permitido convivir y sobre todo aprender de estos y otros muchos periodistas de antaño, aquellos forjados en la redacción, para los que era menester contar con una redacción pulcra y una ortografía impecable y que, como Hugo, practicaban todos los géneros periodísticos con maestría y grandeza.
Leer los textos de Hugo L. del Río (le encanijaba que pronunciaras su segundo nombre, aunque defendía se incluyese la inicial), en la hemeroteca de “El Porvenir” es una delicia; notas sueltas, crónica, entrevistas, reportajes, todo hizo y siempre todo con un nivel de excelencia.
Fue a la capital y brilló junto a Scherer y los grandes, pero volvió a Monterrey y aquí siguió dictando cátedra y compartiendo con quien se acerca a él su conocimiento y sabiduría.
Tuve la dicha de contar con su colaboración en los últimos años de su existencia en un programa de radio en donde siempre combativo y claridoso, repartía mandarriazos y felpas a los políticos, además de disfrutar de su charla en reuniones y comidas interminables.
Poco antes de su partida, en el 2016, le propuse reunirnos para grabar con él una entrevista en la que contara su paso por el periodismo y su vida en estas tierras; la pospuso mil veces y al final nunca se realizó.
El fin de semana, al leer al Arqui Benavides, pensé: “No fue al único que dejó colgado de la brocha”, porque también con él quedó pendiente la redacción de un libro a cuatro manos, sin embargo el texto que Jesús Héctor plasmó en las páginas de Milenio son una delicia al recordar al viejo periodista, aquel que después de la comida y muchas horas de charla te pedía: “Llévame a la Logia”.
Hoy lo recuerdo con afecto y cariño, con agradecimiento por su bondad y paciencia, por sus regaños y exigencias, por esa forma especial de ser en la que con bondad y dulzura, pero al mismo tiempo con energía, te marcaba el camino y te mostraba el rumbo.
Monterrey le debe mucho y el periodismo regiomontano más, por lo que sería necesario el rendirle homenaje a ese hombre, montaña de sabiduría y cultura, dechado de claridad y poseedor de una de las más excelsas plumas de los últimos tiempos.
¡Gracias Hugo L. del Río por tu amistad! ¡Gracias Arqui Héctor Benavides por el recuerdo!