Por José Jaime Ruiz
Si por la boca muere el pez, por la tinta de sus plumas se autodestruyen los zopilotes. En el bestiario periodístico, de poco vale hablar de jilguerillos o de chachalacas, lo que predomina en la decadencia ideológica del neoliberalismo es lo terrestre, el coro nervioso de las hienas. Así Joaquín López-Dóriga, así Raymundo Riva Palacio, así Héctor Aguilar Camín, así Beatriz Pagés, así Guadalupe Loaeza, así Ciro Gómez Leyva, así Carlos Loret de Mola, así Denise Dresser…
Acólitos de la mentira, lo suyo fue el silencio cómplice en la época de los presidentes neoliberales. Para quien quiera profundizar en el oficio del chayotero, del embute, nada mejor que el libro de Enrique Serna, El vendedor de silencio, una novela que reconstruye desde la realidad y la ficción la vida del gran periodista que fue Carlos Denegri, el líder de opinión más influyente del país en su tiempo, quien “No pedía mucho, carajo, sólo que lo dejaran prostituirse a su modo”. Su antípoda, Julio Scherer, lo calificó como “el mejor y el más vil de los reporteros”.
Como Xóchitl Gálvez, la candidata de la corrupción y la derecha, nomás no pedalea, las hienas del periodismo le inventan un pasado trotskista, indígena, virginal, el éxito de la cultura del esfuerzo, víctima de los desplantes de Palacio y, delirantes, hablan de desafuero y de su próximo asesinato.
Uno de los fenómenos más interesantes de la Cuarta Transformación es que la opinión publicada ya no es la opinión pública. Que el nado sincronizado de López-Dóriga, Riva Palacio y Pagés nos diga que Xóchitl podría ser asesinada y el culpable sería el presidente Andrés Manuel López Obrador, no sólo es un disparate, muestra el grado de desesperación por los 30 puntos porcentuales que le lleva de ventaja Claudia Sheinbaum.
Que AMLO quiera desaforar a Gálvez, es un delirio vil de Héctor Aguilar Camín, una mentira mal construida. Especialistas de un imaginario apocalipsis, quienes hablan del desastre –estaremos como Venezuela–, se equivocan día tras día. En ese extraordinario libro llamado La guerra de Galio, donde Aguilar Camín reconstruye el golpe de Luis Echeverría a Excélsior, el historiador dice, a través de uno de sus personajes: “…no hacer cosas que no podamos publicar, que nos dé rubor publicar, que no podamos sostener ante el público”.
Herederos de la corrupción informativa de Carlos Denegri, sus seguidores ya no son líderes de opinión, apenas «opinantes» sin liderazgo. En el neoliberalismo podían prostituirse a su modo, a la 4T no le interesan ni sus «encantos» ni sus «favores». Sus calumnias, sus mentiras, sus rumores, no se pueden sostener ante el público. No representan el periodismo, representan la vileza. Yates, casas en Acapulco, departamentos en Miami… Antes, periodistas del peculio; ahora, de la especulación perversa.
La 4T les canceló sus privilegios, sus prebendas. Como la canción de Luis Eduardo Aute, más que náusea dan tristeza.