Por Félix Cortés Camarillo
En las últimas semanas he leído con fruición las opiniones de periodistas que respeto sobre el contenido, orientación y proceso de introducción al fenómeno educacional, de los libros de texto para los grados elementales de la escolaridad.
Me parece inevitable abrir aquí un paréntesis para dejar muy en claro que los libros de texto gratuitos son el mayor logro de lo que llamamos Revolución, que es, con todas sus marrullerías, el gobierno de México a partir de 1922. El México de hoy no existiría así –cómo sea- con las imperfecciones y las virtudes que celebramos cuando hablamos de los impolutos dudosos de Villa, Madero, Zapata u Obregón.
Si me preguntan, una pandilla de pinches asesinos.
Muchos años más tarde, creo, no afirmo, que por sugerencia insistente de Jaime Torres Bodet el presidente Adolfo López Mateos, uno de los mejores presidentes de México, aunque no le llegue a Porfirio Díaz, decidió que se redactaran, formaran, imprimieran y repartieran los primeros libros de texto gratuitos. Estoy hablando del decreto presidencial del 12 de febrero de 1959. El más importante impulso al desarrollo nacional.
Setenta y cuatro años más tarde, el gobierno pretende introducir una revisada edición de los textos de enseñanza elemental. No debe haber objeción: el tiempo es otro, la tecnología nos ha hecho diferentes, aunque la letra b siga sucediendo a la a.
Pero el problema que se ha despertado no es tanto pedagógico como ideológico. Nadie puede disputarle su preeminencia a la de las dos patitas al marchar. Y no creo que alguien pueda cuestionar que dos por dos sean cuatro. Donde se pone feo es cuando se interpreta políticamente la realidad.
Y ahí sí me encabrono.
Yo no puedo aceptar la narración que en los libros que van a formar a mis nietos, me dicen, se da del secuestro y asesinato de don Eugenio Garza Sada en mi tierra.
Porque no es importante que algún pendejo escriba que Benito Juárez nació el 18 de marzo. La esencia es el enfrentamiento social que está propiciando Lopitos desde Palacio Nacional. La lucha de clases. Esa es la esencia de los libros de texto que nos dejó don Adolfo y don Andrés Manuel está mandando a la mierda.
Pero hay otro asunto vital.
Todos los padres y abuelos sabemos que en las escuelas “privada”, donde cuesta un chingo la mensualidad, los libros de texto de la SEP se reciben y se tiran a la basura. Los escolapios se educan en otro plan. Y ahí está la guerra de clases. Los que llevan estos libros cuestionados no podrán acceder a los trabajos más exigentes, mejor pagados y de mejor futuro. Los de las escuelas “de gobierno” están sujetos a lo que diga el señor Marx.
Y eso es, tremendamente triste.
PARA LA MAÑANERA (Porque no me dejan entrar sin tapabocas): Señor presidente: la histeria es el último escalón al precipicio.
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