Por Félix Cortés Camarillo
Un fantasma recorre Europa,
el fantasma del comunismo.
Carlos Marx, Federico Engels,
Manifiesto Comunista, febrero de 1848
Ciento setenta y cinco años después un nuevo fantasma recorre no solamente Europa, sino al mundo entero: el fantasma, que ya está presente, de la inteligencia artificial. Si a mitad del siglo XIX, como denunciaba la pareja atómica, se había desatado una santa cruzada en contra de los comunistas, unidos “el Papa y el zar, Metternich y Guizot, los radicales franceses y los polizontes alemanes”, el fantasma del siglo 21 tiene aterrado a todo el mundo.
La huelga de actores y escritores que tiene paralizada a la industria del entretenimiento de los Estados Unidos no solamente reclama mejores condiciones de trabajo, mejor paga y derechos autorales para los escritores, sino incluye la amenaza de que en el futuro una computadora pueda escribir por encargo y de gratis cualquier libreto de cualquier película de cualquier género conocido. Más grave es el caso de los actores de Hollywood: la inteligencia artificial, reconocida como AI, tiene el potencial de tomar la imagen de cualquier actor o actriz aclamado y, mediante las nuevas tecnologías dotarles de nuevos atuendos, características y hacerlos protagonistas de una cinta animada idéntica al cine que hoy conocemos. Un perfecto y auténtico robo de la personalidad.
¡Ay nanita!
La amenaza se cierne sobre cualquier actividad humana, y es prolongación del proceso de desarrollo tecnológico que quitó de las líneas de producción a los obreros para sustituirlos por robots, que cobran menor salario y no hacen sindicatos. Ahora las máquinas se encargarán lo que antes hacían seres pensantes, individuos con ideas, sueños, voluntades e inquietudes. Sobre todo, con capacidad de acción independiente y –hasta cierto límite- incontrolable. En un futuro no muy lejano, una máquina armada de algoritmos será capaz de diseñar una refinería, o un avión y muy eventualmente descubrir medicamentos para combatir los mayores flagelos que el hombre enfrenta.
George Orwell en su libro 1984, y Charles Chaplin en la película Tiempos Modernos, se quedaron chiquitos y tímidos en sus visiones apocalípticas del futuro. Lo que estamos viviendo hoy es aterrador.
Peor es lo que se adivina.
Gary Gensler, presidente de la muy norteamericana SEC, Comisión del Intercambio de Valores, que es el organismo que supuestamente vigila que no se hagan chanchullos en los precios de los bienes que se cotizan en las bolsas y los megamercados del dinero, le hace al pitoniso. Desde hace tres años comenzó a advertir sobre los peligros de la IA en los mercados financieros y las limitaciones de los instrumentos de control para abordar esos retos.
El mayor peligro, según el señor Gensler son los algoritmos “caja negra” de procesos financieros, que bien alimentados tomen decisiones poco claras para el entendimiento humano, que suele caer en esos casos en pánico que lleva a la quiebra de los mercados. Y ya se sabe lo que un fenómeno así provoca. La IA ha “aprendido” esos algoritmos de casos hipotéticos de seres humanos especializados en hacer ejercicios teóricos sobre tales situaciones.
La integración de la inteligencia artificial al mundo del gran capital es inevitable, tanto como la regulación de sus procesos es difícil, porque la base de las operaciones financieras radica en la credibilidad de su futuro: dado el permanente carácter evolutivo de la inteligencia artificial, una operación que hoy se considera muy factible puede ser mañana evaluada como altamente riesgosa.
Entrar a este mundo aterradoramente mágico es consecuencia de acciones del hombre. Tendrá que ser el mismo hombre el que encuentre una salida.
PARA LA MAÑANERA (Porque no me dejan entrar sin tapabocas): El gobierno del presidente López entra hoy en el callejón sin salida con sus libros de texto a cuestas. No le queda más que dar marcha atrás en su insistencia en meterlos con calzador a todas las escuelas u obstinarse en la imposición. Lo primero tendría un elevadísimo costo económico y político: el primero lo asume Lopitos sin vacilar; el político es otra cosa. Lo segundo podría poner a los mexicanos al borde de un conflicto interno de graves consecuencias.
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