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Recuerdan la revolución feminista de Cube Bonifant

Se cumplen 30 años de la muerte de la ‘flapper’ que hace un siglo sacudió al periodismo con sus crónicas sobre el mundo del espectáculo.

Conmemoramos 30 años de la muerte de una mujer que vivió y se movió en el epicentro de la transformación social y la liberación sexual de la nueva sociedad mexicana, guiadas por quienes se atrevían a romper normas y desafiar reglas para crear un mundo más justo y libre. Recordamos el trabajo y sobre todo la alegría que Cube Bonifant nos regaló en sus escritos, con un humor como forma de hacer vida y crear cultura en un momento de crisis y renacimientos como fue la década de 1920; publica MILENIO.

Antonieta Bonifant López, mejor recordada como Cube Bonifant, nació en Sinaloa el 13 de junio de 1904. Vivió sus primeros años en el pueblo minero de El Rosario, mudándose con su madre y hermanas a Guadalajara primero y a la Ciudad de México en 1920, su morada hasta su muerte en 1993 en Coyoacán. Trabajó 30 años en el periodismo hasta su retiro de la vida pública a mediados de siglo.

Cube formaba parte de la ola de mujeres que con su trabajo como secretarias, enfermeras, maestras, tiples y actrices, trabajadoras domésticas y trabajadoras sexuales, le dieron vida a la Ciudad de México. Muchas venían de situaciones de violencia extrema. Sus familiares masculinos fueron absorbidos por la revolución y las luchas armadas que seguirían hasta ya entrada la década de 1930. Sin estas mujeres, y sobre todo sin su trabajo, la ciudad no existiría como la conocemos. Tampoco el periodismo, la moda, la fotografía, la industria del entretenimiento.

Hace cien años, la Ciudad de México contaba con poco menos de un millón de habitantes. La década revolucionaria había diezmado al país entero conforme los ejércitos revolucionarios y “La Bola” iban de un estado a otro. La capital, que ya se había acostumbrado al paso de ejércitos y generales en busca del poder político, con la entrada de la década de 1920 se convertía en una metrópoli global, una ciudad rival de París, Buenos Aires, Nueva York, Berlín y Londres. La cercanía geográfica con Estados Unidos facilitaba el flujo cultural no solo a partir del consumo de modas sino también del flujo de cuerpos que iban y venían entre los dos países, migrantes que traían consigo ritmos, vestidos, cortes de pelo. Entre el bullicio de edificios en construcción, automóviles acelerando sin reglas ni oficiales de tránsito, y orquestas callejeras imitando los ritmos más novedosos como el foxtrot o el swing, se oía la voz de una joven cronista que a veces tomaba el micrófono radial para compartir las últimas noticias del cine y el entretenimiento global.

En este mundo en transformación, tan lejano y tan similar al nuestro, Cube encontró su nicho en El Universal Ilustrado, que durante un par de décadas sería parangón del progreso, la modernidad y el desarrollo. Publicó ahí su primera crónica el 17 de marzo de 1921, cuando tenía 17 años. Su inteligencia, capaz de interpretar los rápidos avances sociales y tecnológicos, se combinaba con un humor ácido y mordaz que no escatimaba en burlarse de sus pares masculinos y sus torpes imitaciones de la modernidad que a veces le resultaban chocantes.

Cube continuaría escribiendo en ésta y otras revistas y periódicos como El Mundo y Todo. Sus crónicas eran miradas hacia una sociedad en formación, crítica consigo misma y con otras mujeres, pero más crítica con las reglas y normas patriarcales de una sociedad que aún no se ajustaba a la participación de la mujer en la vida pública. Escribiría también columnas y secciones radiofónicas como “Estación radiodifusora del Ilustrado” y “Correo Aéreo”, donde interactuaba con la radio y el avión, familiarizando a la audiencia mexicana con estas tecnologías y con cómo usarlas para no ser usada por ellas.

La obra de Cube, que invito a leer en una edición crítica de Viviane Mahieux titulada Una pequeña Marquesa de Sade (como a Cube le gustaba autodefinirse), es una joya literaria y cultural. A lo largo de su vida, y especialmente en las décadas que marcaron la historia de México tan profundamente, Cube fue una mujer de la modernidad, una flapper o chica moderna. En ese momento, se utilizaba pelona como forma despectiva de nombrar a estas jóvenes sedientas de cambio social. No solo portaba el pelo corto y los vestidos reveladores del momento, sino que era parte de una creciente población femenina económicamente activa y cada vez más pública (recomiendo el libro Mujeres de Julia Tuñón para un recorrido visual de esta y anteriores épocas). Esta es la era de Frida Kahlo, María Izquierdo, Mimí Derba, Anita Loos, Nahui Olin, Antonieta Rivas Mercado, Elvia Carrillo Puerto, Dolores del Río, Guadalupe Marín, Tina Modotti, Lola Álvarez Bravo, Esperanza Iris, Nellie y Gloria Campobello, y muchas otras mujeres más que dieron forma a las escenas culturales que hoy conocemos.

Cube se caracteriza por una capacidad de autorreflexión de la que pocos escritores son capaces. Sus crónicas y cuentos nos llevan al interior de la psicología femenina de aquellos años, adaptándose a las nuevas exigencias de un capitalismo que exigía su trabajo físico y su corporalidad con la incipiente industria del entretenimiento, que se movía de la carpa al teatro, al estudio fotográfico y al de cine.

Hoy, cuando las tecnologías de representación son tan accesibles con cámara y pantalla, esta mirada crítica y liberadora es más relevante que nunca. Las crónicas y columnas de Cube nos adentran en qué se siente y qué significa portar la moda más reciente, nos invitan a pensar en la liberación (sexual y también social) como una ética de vida que va más allá de portar falda arriba de la rodilla o el pelo corto a lo garçonne, y practicar una autonomía corporal. Sus crónicas, como “Psicologías en la alfombra” y “Cabellos largos e ideas cortas” (ambas de 1921), muestran una mirada que no teme dialogar consigo misma para cuestionar qué es feminismo, qué es lucha social y qué es liberación.

No conforme con imitar modas de vestimenta ni modas de pensamiento, Cube buscaba para sí y para sus lectores una liberación social crítica que no reprodujera ningún tipo de normatividad patriarcal disfrazada de tradición ni deseo. Para ella, no bastaba con ser una mujer vestida a lo moderno, sino una mujer y una persona que actuaba de manera moderna como sujeto político y sin responderle ni a ningún hombre ni mucho menos a su propio deseo sin antes mirarlo bien de cerca para ver de dónde venía y por qué lo quería. Igualmente, no bastaba con ser feminista de nombre si una no integraba una crítica de clase y centraba las necesidades de mujeres trabajadoras.

Sus divertidos encuentros con grupos de mujeres escritoras y feministas revelan una postura crítica y contestataria fumando cigarrillo y actuando “como hombre” si eso resultaba ser la manera de desvelar una moralidad encubierta.

Para Cube, el periodismo fue la avenida que le permitió nombrarse y nombrar mundo, acompañada de los agentes culturales más importantes del momento. Además de ejercer la crónica, reseñaba películas extranjeras y mexicanas con una mirada que surgía de su propia experiencia como actriz (breve pero significativa). Publicando bajo el seudónimo de Luz Alba, se encargaba de hacer notar la calidad del trabajo de dirección, actuación y producción técnica que una película implicaba. Con un humor acérrimo que dialogaba no solo con sus pares en el periodismo sino con el decir y sentir popular, sus reseñas son una delicia que siguen diciendo mucho. Destaco aquella de 1931 dedicada a Sergei Eisenstein y su cortometraje sobre el temblor de Oaxaca, donde Luz Alba le echa flores al director para luego señalar cómo pudo haberlo mejorado si tan solo hubiera dirigido al temblor a repetirse, pero más fuerte y con más alma. Es más, si Eisenstein hubiera sido otro, “no solo hubiera dirigido a los temblores, sino hasta los hubiera hecho en los estudios”. Con este tono, Bonifant podía valorar el trabajo de una industria en pañales y educar a una audiencia en un formato cinematográfico en formación, con unas reglas de representación que apenas se fijaban. Hoy en día, cuando abundan documentales y realitys donde lo que menos hay es realidad, vale la pena recordar esta mirada crítica. Porque Cube no dice no vayas al teatro ni veas la película ni uses ropa transgresiva. Cube celebra todo esto y más, y exige que ejerzamos la crítica.

Hay un cuento de Cube que me fascina. Publicado en 1926, “El amor en automóvil” cuenta la historia de una joven pareja que recorre la ciudad en un automóvil conducido por un chofer. Ambos tímidos, aunque él más que ella con sus brazos y piernas al aire, descubren con los brincos y giros que sus cuerpos pueden más que las reglas de una sociedad todavía un poco sexual y socialmente conservadora y terminan abrazándose cuando el automóvil casi choca. Al final, la moraleja del cuento es que “todos los hombres tímidos deberían hacer el amor en automóvil”. Este cuento breve, con tan sencilla moraleja, habla de una mirada crítica a cómo la tecnología nos impacta y transforma nuestras relaciones; habla de una igualdad de género donde el deseo y el placer femeninos importan tanto como el deseo y el placer masculinos; habla de cómo la ciudad nos cobija y nos cuida aun cuando no podemos recorrerla abiertamente por igual, y habla desde un humor que nos permite sentir el interior del auto con los topes y baches.

Hoy, recordar a Cube es más relevante que nunca. Con las organizaciones del 8m y #NiUnaMás, con las directoras y escritoras y editoras y periodistas y curadoras y mujeres que están formando cultura, con los miles de mujeres que desafían los controles sobre sus cuerpos para ejercer y construir autonomía corporal y cortarse el pelo y vestir como quieran, y querer como quieran, es más relevante que nunca leer cómo las mujeres de la década de 1920 se organizaban, se apreciaban y se defendían. Porque la mirada periodística de Cube es una mirada a lo que las mujeres de su época estaban haciendo, en el teatro y frente a las cámaras y los escritorios de redacción. Porque posar como lo hacía Cube frente a la cámara y en sus propios escritos, tomando una postura política u otra es una forma de revelar la verdad con la mentira, de descubrir lo que no podemos ver cuando nos empeñamos en una sola forma de ver y nombrar el mundo.

Hoy hay que vernos en un mundo y una sociedad mexicana, hay que mirar de cerca y detenidamente a las mujeres que han estado liberándose y liberándonos, que han estado tejiendo, escribiendo, cuidando y creciendo mundos distintos.

Imagen portada: Fotoarte: Alfredo San Juan

Fuente:

// Con información de Milenio

Vía / Autor:

// Staff

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Autor: lostubos
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