Por Félix Cortés Camarillo
Alexa es una pequeña esfera de color gris que recientemente se convirtió en mi primer interlocutor de amanecer: enlazado a las redes informáticas me proporciona casi todas las respuestas que le solicito, más allá de la hora exacta y la temperatura de todo el día, que en mi pueblo es vitalmente esencial, particularmente en estos tiempos. Pues bien, Alexa me dijo ayer que el mercurio llegaría a 39 grados y que hoy martes hay un 88 por ciento de probabilidades de lluvia en mi zona.
También me dijo que la precipitación llegaría hoy a cinco milímetros. En rigor eso quiere decir que en un metro cuadrado de superficie, el total de agua caída llegaría a esa altura. Una mirruña, pues, dada la crónica escasez de agua en el área metropolitana de Monterrey y la crisis que se espera en un par de días.
Confieso también que hoy voy a comprar, como hago a veces, mi boletito de Melate –con Revancha y Revanchita- para el sorteo del miércoles. Así lo hace millones de mexicanos con la esperanza, que comparto, de improbable enriquecimiento súbito. Algo así como la convicción de que tendremos agua suficiente para consumo de la región.
El gobierno del estado de Nuevo León publica un “Plan Maestro para garantizar el Agua de Nuevo León hasta 2050” y una serie de spots de televisión en los que presume de bombardear las nubes, recuperar agua robada, y hacer más pozos, pidiéndonos a nosotros ser ciudadanos de cien (?), reutilizar el agua en casa, bañarnos en 3 minutos, no bajarle el agua al excusado si no está totalmente lleno, y no lavar el carro con manguera. Por parte del estado, las seis partes del Plan hablan de una serie de presas, preexistentes tuberías, plantas de bombeo y viejos acuerdos, principalmente con Tamaulipas e hipotéticos–en la desalinización- con Texas.
En 1878 comenzó a funcionar el abasto de agua a Monterrey desde una acequia del cerro del Obispado hasta la plaza principal. El general Bernardo Reyes, que gobernó Nuevo León por veinte años y fue el principal motor de desarrollo y crecimiento del estado en el siglo veinte, concesionó en 1904, a The Monterrey Water Works & Sewer Company, con sede en Canadá, la operación de la red de agua y drenaje que había mandado hacer para 200 mil personas, y aún opera en la parte antigua de la ciudad.
Hay que decir que Bernardo Reyes era amigo y fiel seguidor de Porfirio Díaz, quien gobernó al país más de 30 años y fue al mismo tiempo el que puso las bases del México moderno.
En 1912, la compañía de los canadienses solamente podía servir a 80 mil usuarios, el 25% de la población. En 1945 la empresa fue comprada por el gobernador Arturo B. de la Garza, pero nunca ha podido satisfacer plenamente el abasto; siempre hemos sufrido escasez en el verano; especialmente los jodidos, los que no tienen ni carro ni manguera.
El problema es que todos los planes hídricos ante el mega crecimiento de Monterrey han dejado en el olvido el elemento esencial de la solución: el agua. Cual más cual menos de los gobernadores, Sócrates Rizzo de manera destacada, hicieron su presa y tendieron sus tubos. A todos se les ocurrió pasarnos la bolita al usuario: no la riegues, cuida el agua.
Ninguno tuvo la prudencia de revisar la red añeja de distribución, por cuyas fracturas lógicas o recientes se evade incalculable cantidad de agua. De la misma manera que las aguas pluviales, cuando la basura tapona los viejos ductos, emergen por los desagües por donde deben entrar y las alcantarillas que deben darles respiro. Pero ese es otro tema.
Confiamos, como los de la lotería, a que la suerte resuelva lo que nuestro esfuerzo no ha conseguido. ¡Que llueva, que llueva…! Después de todo, los cinco milímetros de hoy servirán para comprar otro cachito de esperanza. Y darnos un dedito de atole.
PARA LA MAÑANERA (Porque no me dejan entrar sin tapabocas): Cada vez hay menos dudas del desenlace de este sainete de elecciones primarias que no quieren decir su nombre. Lo único que los mexicanos deseamos con fervor es que ya se acabe.
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