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Libros de texto y la Teoría de Conjuntos

Por José Francisco Villarreal

Hoy no es mi cumpleaños, aunque sí cumplo años. Cada instante después del primer cumpleaños, todos cumplimos años de algo. Los no-cumpleaños son también aniversarios, celebraciones (Humpty Dumpty dixit). Cada instante arrastra consigo rondas de días, círculos de años que, representados en los diagramas de Euler o de Venn, serían no más que rebeldes garabatos. Por eso soy muy renuente a celebrar mi sí-cumpleaños, el oficial, el que consigna mi Acta de Nacimiento, ese documento oficial más impreso de la historia que nos recuerda que cada seis meses perdemos nuestra identidad. Me encantaría que eso revelara una transmigración, pero reencarnar en uno mismo cada seis meses es tautológico, inútil, aburrido y caro. El tiempo, esa imprecisión eterna confirmada en el muy mexicano “ahorita”, se resiste a la comprensión humana, a la mía al menos. Tal vez porque mi educación de libros de texto de hace cinco décadas, me inducía a una lógica muy rudimentaria. Años después, cuando vi la Teoría de Conjuntos en los libros de mi hermana, me quedé felizmente atónito, así que devoré esa información. La herramienta ha sido útil incluso para aproximarme con éxito a otras disciplinas aparentemente ajenas a las Matemáticas. Aunque lo cierto es que ninguna disciplina científica es ajena a las otras.

A decir verdad, ya en la Gramática elemental se podían deducir conjunciones, disyunciones e inclusiones. Ya no se dimensiona la importancia de estas cualidades del lenguaje, sobre todo entre quienes deberían ser más cuidadosos con esto: los comunicólogos. Hay locutores, periodistas y columnistas, cuyos discursos serían reprobados sin miramientos por mis queridos maestros de primaria. Por ejemplo, escuchaba hace poco un enlace en un noticiero de TV. El reportero de campo anunciaba que los padres de familia rechazaban el reparto de los libros de texto gratuitos en Nuevo León, aún con las excepciones que advirtió el gobierno estatal. En el ameno coloquio entre la calle y el estudio se abundó en ese rechazo. Luego se mencionó a un mentado “Frente” (están de moda),  que bien mirado, no es sino uno de los múltiples avatares del centenario tótem de la derecha reaccionaria, la Unión Nacional de Padres de Familia. Entonces, ¿de veras “los” padres de familia rechazan los libros de texto? ¿No será que “algunos” padres de familia son los que los rechazan? Un diagrama de Venn ilustraría bien la diferencia. “Los padres de familia” es un universo total; el “frente” y sus réplicas son una fracción deliberadamente indefinida de ese universo. Pero en esa nota pareciera que todos los padres de familia son un subconjunto de los del “frente”.

Así sean muchos, miles, de ninguna manera algunos padres pueden hablar por todos los padres de familia, ni siquiera tienen el derecho de imponer un criterio sobre los libros de texto que pueda afectar a los hijos de TODOS los padres de familia. Pueden exponer sus objeciones tanto ante la autoridad como ante todos los padres de familia. Eso sí, asumiéndose como un grupo, no una totalidad. De paso también deberían exhibir su labor que, con diferentes avatares, han estado ejerciendo contra los libros de texto desde hace un siglo. Ninguna reforma educativa se ha escapado del tenaz escrutinio de este tipo de gente. Yo mismo estudié en libros de texto gratuitos objetados por otros “frentes”. Mi educación no ha sido excelente pero por mi culpa, en cambio sí me ha dado suficientes herramientas para ejercer la crítica, objetar la injusticia, y me hizo socialmente útil durante mi vida laboral. Además, me ha dado suficientes elementos como para escarbar en mi escepticismo ante la información sospechosa.

En la nota citada de “los padres de familia” y “algunos padres de familia”, no puedo ser tan radical. Sí es desinformación, pero no necesariamente es tendenciosa a propósito. Hay lagunas oceánicas formativas en muchos reporteros, periodistas, conductores de noticias y columnistas. Ningún manual de redacción ha podido desterrar los clichés ni reforzarles la Gramática. Lo que se ve en TV, se oye en radio, se lee en impresos y portales, es también una evaluación de lo que hay detrás, en las salas de redacción. Asumiendo esas carencias, calificaríamos solamente la calidad del medio. Pero la desinformación es un asunto delicado, las consecuencias sociales son devastadoras. No hay una instancia calificada e imparcial que evalúe a los medios. Toda información emitida públicamente provoca cambios en los individuos, así sean mínimos. Es inevitable. Pero si la Libertad de Expresión nos impide censurar la información a los medios, sí es factible y deseable calificar la certeza y objetividad del dato, así como su redacción y su publicación tanto en fecha como en contexto. Una noticia, incluso verdadera, puede confirmar o descalificar a otras. Esto es válido, salvo cuando las otras se refieren a un factor circunstancial de esa nota. Evidentemente, para que esto suceda hay que ser deliberados, es decir, aquí sí tendenciosos. No podemos atenernos a que el propio medio sea cuidadoso e imparcial en sus emisiones. Tampoco esperar que intervenga una instancia oficial, porque sería “políticamente incorrecto” patear el avispero de la Libertad de Expresión. Tendremos que evaluar y discriminar por nuestra cuenta.

Claro que para poder hacer análisis adecuados y llegar a conclusiones correctas, hay que tener un criterio sólido, no prestado. Esto requiere un mínimo de educación. Un ignorante podrá ser un buen crítico intuitivo, pero no será capaz de argumentar su postura. Así, sin argumentos, sus críticas parecen caprichos cuando en muchos casos es instinto de conservación. Es natural que el sistema educativo deba necesariamente ofrecer instrumentos para que se pueda argumentar con propiedad. Los regímenes totalitarios censuran a sus críticos, pero poco pueden hacer en cuanto a la educación, excepto imponer una férrea disciplina. La educación por sí misma es liberadora, aunque se introduzcan mitos y dogmas en ella. Rasurar los libros de texto ni siquiera sirve para impedir que se formen mentes críticas, así sea a contracorriente. Hasta el “diabólico” Karl Marx debió padecer una educación castrada y dogmática durante su juventud.

La tónica de los opositores a los libros de texto gratuitos es la misma desde hace un siglo. Esa ilusión de que al omitir los hechos sociales se conjura el problema. No acaban de entender que un hecho social no es un problema, es sólo parte de un proceso continuo. Podrán desacelerar ese proceso, pero no detenerlo. Si no se dan instrumentos para asumirlo correctamente, sólo generarán polarización, fricciones y eventualmente violencia. Si en mi generación se hubiera enseñado Derechos Humanos, Derechos Políticos y Ecología, el entorno actual sería muy diferente. Si en mi generación nos hubieran enseñado a organizarnos más allá de las tareas en equipo, los “bailables” para los festivales y los partidos de futbol, no seríamos hoy pasto fresco para la rumia de partidos y medios. Si hubiéramos entendido antes la Teoría de Conjuntos, se hubiera revolucionado para bien tanto la política como la comunicación. Ni nos podrían incluir oficiosamente en grupos profesionales de la negación, ni nos impresionarían las campañas masivas ni las marchas tumultuosas. Pero, a propósito de la Teoría de Conjuntos, me pregunto por el costo político electoral de un posicionamiento partidista en contra de los libros de texto gratuitos. Porque “algunos padres de familia” en realidad sólo son un subconjunto mínimo de todos “los padres de familia”. Y “los padres de familia” son, a su vez, un subconjunto muy numeroso de todos “los electores”. Así es que tienen de aquí al 2024 para revertir las cifras o el diagrama de Venn acabará pulverizándolos en las urnas.

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// José Francisco Villarreal

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Autor: stafflostubos
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