Noticias en Monterrey

Buscar
Cerrar este cuadro de búsqueda.

Por Félix Cortés Camarillo

Nos encontramos a días, tal vez horas, de entrar en la penúltima etapa del arranque de un período electoral que terminará de dejar una impronta en el proceso de transformación política que comenzó, sin que lo advirtiéramos sus protagonistas, la mañana del 19 de septiembre de 1985 con el primero de dos violentos temblores de tierra en la Ciudad de México.

Las calles de gran parte de la grandiosa capital mexicana estaban devastadas; sin flujo eléctrico, con fugas de agua y gas y edificios derrumbados por todos lados, los mexicanos estaban desamparados: el presidente del país y el gobernante de la ciudad, Miguel de la Madrid y Ramón Aguirre permanecieron tres días en sus casas, sin vivir la catástrofe y sin girar una sola instrucción. Peor aún: el principal vínculo social de los mexicanos, el canal dos de televisión, había salido del aire. No había una voz de mando ni una de concertación. La única realidad posible era el caos absoluto. Que no sucedió.

La gente salió a las calles, pero no para aprovechar las vidrieras rotas de las tiendas de electrodomésticos, ropa o víveres en un saqueo desenfrenado. Hombres, mujeres y niños acudieron a auxiliar a sus vecinos. Los jóvenes se encargaban de moderar el tránsito en los cruceros; los hombres iban de edificio en edificio levantando lozas y apartando escombros en búsqueda de cadáveres o –mejor aún- sobrevivientes. Las mujeres se agenciaron de botellines de agua y cocinaron para los improvisados rescatistas. La sociedad civil, sin darse cuenta, había emergido: no necesitaba mandos ni guías. Ni de papá gobierno ni de mamá televisión.

No nos dimos cuenta entonces, pero en ese panorama de actitudes cívicas estaba el germen de una transformación radical de los roles sociales en México, que ha evolucionado lentamente y que aún no culmina. La emergencia de fuerzas alternas a los partidos tradicionales y su eventual ascenso al poder es prueba de ello, aunque quede mucho camino por andar.

No tengo duda de que el más importante derrumbe institucional que se deriva hoy de ese surgimiento de la conciencia ciudadana, es el de los partidos políticos. Hoy en día la atención de los votantes no mira los colores ni las siglas de los aspirantes sino procura indagar en su perfil personal. El mismo aparato electoral del presidente López, que no puede llamarse partido, no puede presumir de un programa, declaración de principios, organigrama, padrón o membresía que sea todo ello legítimo. Morena es un membrete detrás del que se esconde Andrés Manuel López Obrador y su mando. El PRI es un negocio descarado del cínico demagogo Alejandro Moreno, y el PAN una fachada de la desfachatez de Marko Cortés.

Hoy todo mundo está centrando su atención en la sucesión presidencial; en un país monarco-presidencialista es lógico. Sin embargo, la tarea principal de los mexicanos es exigir una reforma política profunda que lleve a los mexicanos a un sistema en el que los partidos políticos terminen por ceder el poder a otros organismos cívicos, con una profundización en la separación de poderes: Lopitos le ha hecho mucho daño al país al tratar de hacerse del control absoluto del poder legislativo y judicial para ponerlos bajo el zapato del ejecutivo.

Para ello habrá que hacer esa reforma electoral que se deshaga de los zánganos profesionales que pululan en esos partidos.

No será fácil: la Ciudad de México se derrumbó en un instante. Esto va a tomar tiempo.

PARA LA MAÑANERA (porque no me dejan entrar sin tapabocas): El destino del futbol español está en un hilo y eso son muchos millones de euros. Resulta que la Real Federación Española de Futbol no es un ente de gobierno, sino privado. Sólo responde a los propietarios de los equipos y a la FIFA, y el gobierno español no puede destituir al besucón presidente Luis Rubiales, quien tiene muchos amigos y protectores en la federación. Pues eso.

‎felixcortescama@gmail.com

Fuente:

Vía / Autor:

// Félix Cortés Camarillo

Etiquetas:

Compartir:

Autor: lostubos
Ver Más