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Por Félix Cortés Camarillo

Cada año, por estas fechas, tiene lugar en Nueva York el último de los cuatro grandes torneos mundiales del tenis profesional, el llamado US Open. Se realiza en los magníficos estadios que ocupan el terreno que en 1964 albergó a la fenomenal Feria Mundial, un evento que ha venido a menos después de haber sido icónica en 1889, centenario de la Toma de la Bastilla para París (la Torre Eiffel fue armada como entrada y emblema para ella) Chicago en 1893, u Osaka en 1970. 

El torneo abierto de estos días tiene una peculiaridad que poco se ha hecho notar fuera de los Estados Unidos. Este año se cumplen cincuenta de la odisea de la tenista norteamericana Billie Jean King a la cabeza de un movimiento que precisamente en el abierto de Estados Unidos de 1983 consiguió lo que parecía imposible: que las tenistas ganaran lo mismo que los tenistas varones. Un país que con tanta lentitud se ha adaptado a los cambios sociales como la igualdad racial, el voto para las mujeres, o los derechos de los migrantes, marcó un hito que sigue ahí para ser igualado y superado en otras áreas.

Las mujeres y el deporte se han visto destacados frecuentemente en los últimos tiempos en los medios del mundo. Lamentablemente, los dos conceptos suelen coincidir cuando la noticia tiene tintes de acoso sexual, abuso de autoridad jerárquica o manejos dudosos de dineros públicos como en el caso de la directora del deporte mexicano, la señora Ana Gabriela Guevara. El más reciente episodio de esa modalidad mediática fue el beso furtivo que a su boca dio el presidente de la Real Federación Española de Futbol a una de las seleccionadas del futbol femenil de su país, en la ceremonia de premiación. Fue tan potente el detonador de ese escándalo que opacó la importancia del logro de las deportistas: el campeonato del mundo de su disciplina.   

Digamos que eso pasa en España, ¿vale?

También vale que las deportistas mexicanas han destacado constantemente en disciplinas que tenemos en la memoria inmediata: nado sincronizado, clavados, arquería, padel tenis, futbol americano femenil, Tai Kwan Do, por mencionar algunas. En muchos de esos casos el apoyo que el estado debe proporcionar para que sus deportistas le representen en competencias internacionales con holgura y seguridad, les han sido pichicateado, cuestionado, condicionado o simplemente suprimido.

A propósito de la odisea de Billie Jean King hace cincuenta años en Estados Unidos, cabe hacer mención de las futbolistas mexicanas del soccer. Juegan en la misma cancha, con el mismo balón y las mismas reglas que sus colegas varones. Es desconocida la diferencia que hay entre los emolumentos de las mujeres futbolistas mexicanas, que han dado muestras de jugar por lo menos igual que los hombres, y muchas veces mejor, frente a las cifras millonarias que se manejan en el sexo opuesto. Pero no es difícil imaginarlo.

Tal vez haya necesidad de una Billie Jean King en nuestras tierras. 

PARA LA MAÑANERA (porque no me dejan entrar sin tapabocas): Hay una fascinación del presidente López, que no puede ocultar su pasado priísta, que surge a la menor provocación, y el presidente tiene una corte encargada de sugerirle ocasiones: la constante inauguración de logros de cartoncillo y papel maché que no tiene nada que ver con la realidad y mucho con sus promesas. La refinería de Dos Bocas ya fue inaugurada y el sábado en su Quinto Informe de Gobierno, Lopitos afirmó que Dos Bocas ese día ya estaba en operaciones y refinando. No dijo qué ni cuanto, pero lo importante es que, por lo menos en el verbo presidencial, ya está refinando. El mismo Lopitos, que ya se le queman las habas por inaugurar la joya de la corona de su oligofrénico afán de pasar a la historia, que es el Tren Maya, invitó a un grupo selecto de lo que considera sus incondicionales –incluyendo a gobernadores de partidos distintos a su clan- para el recorrido de 160 kilómetros de una vía férrea que cuando esté debe tener diez veces esa longitud. El tren, para mi gusto de muy bella apariencia en lo que nos mostraron de interiores y carrocería, se desplazó según nos dijeron a unos 30 kilómetros por hora. Se supone que era para que los campesinos y ejidatarios que viven a los lados de la vía tuvieran oportunidad de ver a su presidente y agradecerle por haberle invadido y expropiado sus tierras. Tal vez por ello llegó a la estación de Mérida diez horas después de su salida. O tal vez, también, porque en el camino tuvo que detenerse por más de una por motivos desconocidos.

Desconocidos, claro, porque los periodistas que acompañaron a Lopitos a escuchar su informe en el Sureste fueron rechazados por guardias cuando quisieron acercarse al dichoso tren y pudieron verlo solamente a la distancia. Eso se llama aquí –en China, no sé- transparencia.

‎felixcortescama@gmail.com

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// Félix Cortés Camarillo

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Autor: lostubos
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