Por Félix Cortés Camarillo
……y te diré de qué careces, reza el dicho casi universal. No debe sorprendernos que en torno al previsto desenlace del proceso de selección de la candidata Sheinbaum se mencione con tanta insistencia la palabra unidad. La airada protesta de Marcelo Ebrard por el desaseo del proceso para sacarlo de la jugada –“no hay lugar para mí en Morena”- es buen ejemplo del ambiente que priva en el partido que nos gobierna, si es que se le puede llamar partido.
La unidad es un fruto raro en la sociedad actual y prácticamente ausente en todo hecho político, no solamente en Morena y no solamente en nuestro país. En la otra manga de este chaleco, la fotografía de Beatriz Paredes a la mesa con Xóchitl Gálvez es una perfecta muestra de una puesta en escena indispensable para documentar la unidad en la llamada Alianza, luego de la defenestración de la señora Paredes a cargo del famosísimo Alito Moreno. En los Estados Unidos, el gobernador de Florida, un tal Ron de Santis, republicano como sus antecesores en ese estado, es el más fuerte crítico y opositor al extremista de derecha Donald Trump: dice que su postura es demasiado benévola con los migrantes y con México. ¡Magínense! como dice YSQ.
El mismo Lopitos ha dejado su impronta en la política de México con su particular modo de gobernar. La polarización ha sido su credo: estás conmigo o contra mí. La grosera descalificación de todo aquel que no sea creyente convencido y fiel seguidor de su manera de actuar, pensar y decir, ha sido la herramienta. A México le urge una reconciliación y en mi óptica las dos candidatas a ser nuestra presidente lo tienen en su agenda.
Especular, oficio de los especuleros, sobre lo que ya se veía venir en la sucesión presidencial es difícil. En el arrebato calculado, Ebrard hizo una afirmación para la que yo no puedo encontrar el modo: dijo que su nombre estaría en la boleta de votación del primer domingo de junio del año que viene para la presidencia de la República. Marcelo tiene experiencia y oficio en eso de las negociaciones. Lopitos dijo ayer por la mañana que él está dispuesto a conversar con Marcelo. Nada más que, horas más tarde iba a entregar “el bastón de mando” de Morena, a Claudia, con lo cual, dice la teoría, ya no tiene nada que ver con su partido. Es un decir. Si quiere negociar con alguien, Ebrard tendría que hacerlo con Claudia, cosa que no quiere.
Otro habilidoso de la manera de hacer política, Dante Delgado, tiene hoy en su mano la opción más lógica, benéfica y deseable: llevarse el capital político que arrastra el sacrificio de Marcelo. Si en lugar de que el torpe e inexperto –cuando van juntas esas cualidades, es un petardo- Samuel García vaya del rancho a la capital a representar el mismo papel que su neolonés antecesor El Bronco como opción para la presidencia, Movimiento Ciudadano postula a Marcelo, la cosa se puede poner sabrosa. Los votos que Marcelo puede acarrear no serán en perjuicio de Xóchitl pero si de Claudia. Para usar las palabras de Ebrard, pondría el piso más parejo. Para decirlo como lo hacemos en el rancho, haría más difícil e increíble el fraude.
Pero, como los aguacates, la política necesita cierto tiempo para madurar. Sin presumir de aquello de lo que se carece. Sobre todo, si se llama unidad.
PARA LA MAÑANERA (porque no me dejan entrar sin tapabocas): Los españoles tienen un motivo más de preocupación que el beso furtivo del futbol femenil. Resulta que Arabia Saudita ha comprado el 9.9% de las acciones de la firma Telefónica, la más importante del país. Se convierte así en el accionista mayoritario. Mohamed Bin Salam, el jeque heredero saudí operó durante seis meses al través de firmas mercenarias de terceros países la operación que no fue conocida por el gobierno español sino hasta hoy. La estrategia es clara: Arabia Saudita está diversificando sus inversiones porque no quiere depender, como otros, eternamente del petróleo. De esa manera los árabes han invertido en el futbol europeo: son patrocinadores del Real Madrid y acaban de comprar el Almería. Sobe MBS, que así se refieren a su alteza, pende la casi certeza de que él fue el que ordenó el asesinato y desmembramiento en la embajada de su país en Estambul de un periodista paisano suyo que trabajaba para un periódico de los Estados Unidos.
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