Por Félix Cortés Camarillo
En los no muy lejanos tiempos previos a la aparición del fenómeno Xóchitl Gálvez y todo parecía apuntar a que irremediablemente la sucesión presidencial iba a ser única y solamente determinada por Lopitos, yo le dije a quien quería escucharme –que no son muchos- que lo menos peor que le podía pasar a los mexicanos era que el dedo elector apuntara a la persona de Marcelo Ebrard Casaubon.
Mi pronóstico no tenía residuos de preferencias personales. Afortunadamente, mi oficio y convicciones me hacen alérgico a la cercanía de los políticos ansiosos de poder (desde luego que no hay de otros) y no tengo el infortunio de conocer personalmente a ninguno de los que se apuntaron a la final del derby presidencial. Se trataba simplemente de una selección racional y pragmática.
Me quedaba claro entonces –y me sigue quedando claro hoy- que quienesquiera de las figuras que aspiran a cruzarse la banda presidencial sobre su pecho, inmediatamente de que se haga del poder imperial que la presidencia de nuestro país implica será romper gradual pero inexorablemente con todo el bagaje ideológico y modal que el antecesor quiso heredarle. No ha sido de otra manera en los años que tiene este país de nombrar, es un decir, a quien le gobierne.
En mi personal opinión, de los apuntados a sacarse el premio gordo de esta singular lotería la que menores mostraba en preparación capacidad de diseñar un programa y un equipo de mando eficientes era Claudia Sheinbaum; al ser la beneficiaria del dedazo ha demostrado con sus primeros nombramientos, impuestos desde arriba como premios de consolación, que su estado mayor está integrado por resentidos que ya están operando en contra de quien se supone es su jefa. Todos ellos, desde luego, al amparo de una lealtad al presidente López más falsa que un billete de quince pesos.
Al amparo de este razonamiento sólo fue lógico el berrinche de Marcelo cuando denunció las triquiñuelas de las que estuvo lleno el procedimiento de Morena para seleccionar a la coordinadora de los comités de defensa de la Cuarta Transformación, manipuladas por quien fuera cómplice cercano del mismo Marcelo en el gobierno de la ciudad capital: Mario Delgado fue su secretario de finanzas, quien tuvo en sus manos los dineros que financiaron la onerosa y trágica línea dorada del mero capitalino, la línea 12 sobre la que iba a transitar la primera intentona de asalto a la presidencia por parte de Marcelo.
La primera reclamación fue firme y consistente: si no se modificaba el veredicto ya aprobado en Palacio Nacional “no hay para Nosotros –dijo nosotros- lugar en Morena.
Poco duró la rebelión, que tanto preocupaba a Lopitos la desbandada previsible. Marcelo se queda en Morena y ha fundado una asociación civil que se llama, como su libro de campaña, El Camino de México.
Nada menos.
Pero sobre todo, nada más. Marcelo va a esperar yo no sé qué; dudo que él mismo lo sepa. El tiempo sigue mientras su marcha y cada día que pasa el limbo de Marcelo se va quedando cada vez más vacío. Y todo mundo sabe que en política la soledad significa muerte.
PARA LA MAÑANERA (porque no me dejan entrar sin tapabocas): No se rinde el presidente López ni el gobernador de Nuevo León: con apretar un botón la semana pasada ya arreglaron la crisis del agua en el estado. Lo peor es que, aunque saben que mienten, piensan que alguien les cree.
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