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Por José Jaime Ruiz

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Eugenio Garza Sada no sólo es una de las principales avenidas de Monterrey, es ante todo, para quienes habitan en la desmemoria, un legado. Monterrey, Nuevo León y el país, en ese orden, no se entenderían sin Eugenio Garza Sada. Nuestro estado tiene muchos militares importantes en su historia, pero de los llamados prohombres, en su circunstancia y también con sus errores, pocos: Santiago Vidaurri, Isaac Garza, Bernardo Reyes, Raúl Rangel Frías, Alfonso Reyes, Gabriel Zaid, Federico Cantú, Alfonso Martínez Domínguez y Eugenio Garza Sada.

La vigencia de Garza Sada, a 50 años de su muerte, es indiscutible. Señero, aún libra conversaciones y polémicas, libros de texto y homenajes. En el imaginario colectivo, ninguna figura lo supera. Luis Carvajal y de la Cueva, Diego de Montemayor y Alberto del Canto se aventuraron a fundar la ciudad, pero Monterrey se consolidó por las políticas públicas de Bernardo Reyes y por la iniciativa privada de Don Eugenio. Para que Eugenio Garza Sada no termine siendo el nombre de una avenida o una referencia histórica en los libros de texto gratuitos, sus herederos debieran propagar más sus aportaciones a la vida económica, social, educativa, laboral y cultural que entregó a la ciudad y a Nuevo León.

“Hombre sencillo y bromista de sí mismo, en una ocasión, al acudir a una convención de Sembradores de Amistad en la ciudad de Houston, Texas, uno de los participantes le preguntó a qué se dedicaba, como era característico del hombre de negocios regiomontano, su respuesta fue concreta y escueta: ‘Yo vendo cerveza’ (Eugenio Garza Sada. Ideas, acción, legado. Gabriela Recio Cavazos, Editorial Font, 2017, p. 105)”.

La sencillez de su persona, de su convivencia con sus semejantes, ensalza su entrega, su legado.

Si alguna ideología tuvo Garza Sada, fue la del capitalismo social cuyos principios son: “libre emprendimiento, respeto a la dignidad humana, compromiso social y liderazgo humanista” (Capitalismo social. Legado empresarial de Monterrey. César Salinas Márquez. Centro Eugenio Garza Sada, 2020, p. 11).

Destacado estudiante, el MIT en Boston le dio al joven Garza Sada las herramientas para consolidar la empresa cervecera y la industria que se desarrolló alrededor de Cervecería Cuauhtémoc. El bienestar de los trabajadores fue esencial: buenas remuneraciones, vivienda y salud. Visionario, Garza Sada innovó financiera y tecnológicamente sus empresas ante los retos del crecimiento y diversificación, que aún se mantienen. Tal vez su mayor satisfacción fue crear el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey, que ahora con sus campus diseminados por el país, es la mayor universidad de México.

Ausente por cuestiones de trabajo, en sus instrucciones para el cuidado del jardín, un oficio que cultivó toda su vida, el ingeniero siempre escribía a su esposa y le daba instrucciones, por ejemplo: “Dejé encargado a don Romualdo que pusiera zacate en la parte inclinada que se rellenó debajo de la casa y que pusiera copas de oro en los macetones de las bases de las columnas. Si tienes oportunidad es bueno que hables con él, tanto para eso como para mandar buscar y comprar otras plantas” (citado en el libro Don Eugenio Garza Sada…).

“Yo vendo cerveza”, verídica sencillez. En su 50 aniversario luctuoso, como José Martí, cultivar una rosa blanca “en julio como en enero para el amigo sincero que me da su mano franca. Y para el cruel que me arranca el corazón con que vivo, cardo ni ortiga cultivo… cultivo una rosa blanca”. Sembrar, cosechar; el fruto sensible ante viento benigno o áspero: legado vivo, en movimiento.

Cincuenta años después, Eugenio Garza Sada, empresario habitante de un antiguo huerto desolado… y ahora este jardín llamado Monterrey que floreció bajo su oficio.

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// José Jaime Ruiz

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Autor: stafflostubos
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