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Drácula en tiempos electorales

Por José Francisco Villarreal

En el legendarium universal, uno de los mitos que más me fascina es el de los vampiros. Es curioso cómo prácticamente todas las culturas tienen personajes que, con variantes, son ávidos bebedores de sangre, de preferencia humana. El prototipo occidental, procesado por el escritor Bram Stoker, es el Conde Drácula, una compilación selectiva pero desordenada de atributos de diferentes “no muertos”, generalmente del folclore de Europa central. Desmenuzando el mito para ir por el personaje que Stoker seguramente desconoció, el verdadero Drácula no era conde sino príncipe, y no de Transilvania sino de Valaquia. Se llamaba Vlad III, le llamaban “Drácula” (Dragoncito) por herencia nobiliaria pero le decían “El Empalador”, y no se parecía a Gary Oldman. Tenía la curiosa costumbre de empalar, es decir, castigar a enemigos o amigos, súbditos o extranjeros, clavándolos en una estaca de tal suerte que permanecieran vivos el mayor tiempo posible. Como a don Vlad le gustaban los espectáculos masivos, sembraba montes y caminos con esa visión agonizante. Un sicópata para nosotros, pero supongo que en el Siglo XV aquella crueldad tenía sentido, porque es fecha de que en Rumanía se le considera un héroe nacional. Este es el “Drácula” que atribuyen como inspiración a Stoker quien seguramente abrevó en fuentes bizcas para su novela. Da igual. Vlad III “El Empalador”, apenas llegaría a novato si consideramos que en esa misma región, pocos siglos antes, el muy cristiano emperador bizantino Basilio II, alias “Bulgaroktónos” (mata-búlgaros), derrotó a un ejército búlgaro y cegó a 15 mil prisioneros.

Es interesante el ejercicio de la crueldad. Es imposible ser cruel si no se tienen principios. Ignorarlos, evadirlos, justificarse, pero están ahí. Vlad III, ortodoxo primero y luego fiel católico, fue masivamente cruel para controlar a la clase boyarda levantisca, a sus enemigos otomanos y cristianos, y a sus súbditos socarrones. Basilio II ralentizó al aguerrido imperio búlgaro endilgándole los costes de 15 mil soldados inválidos. Control social, control político a través del terror. Ni Vlad ni Basilio eran unos salvajes sujetos a un arrebato de crueldad. Sabían lo que hacían y por qué. El ejercicio de esa crueldad estaba dentro de los límites hasta donde podían llegar. Tal vez desde esa misma perspectiva, desde un impulso individual perfectamente calculado, deberíamos imaginar al autor o autores de la tremenda sorpresa de amanecer con un montón de cadáveres mutilados y desparramados por el área metropolitana de Monterrey. Reducir el hecho a una purga interna, a una venganza entre iguales, e incluso a un reto a las autoridades, me parece muy simple.

Uno piensa en los líderes del crimen organizado como bestias irracionales sedientas de sangre. Es el lugar común. Los vemos así porque es posible que seríamos así si nos atreviéramos a liderar un grupo delictivo violento. El mal seduce a través de la exageración de nuestras expectativas. En otras palabras, seríamos un rotundo fracaso, un sonoro ridículo como malos. Vlad y Basilio eran líderes, organizadores, inteligentes, refinados. No estudiaron para ser príncipe uno y emperador el otro, pero tuvieron la suficiente intuición como para aprovechar las circunstancias, rodearse de asesores y operadores adecuados, y tomar las decisiones correctas. Quiero suponer que en el organigrama de líderes del crimen organizado hay algo de eso también. La crueldad innecesaria no es barata, no puede despilfarrarse si no hay un objetivo que reporte ganancia, no a la persona sino a la organización. Porque no se trata de una pandilla enloquecida. Hablamos de cárteles, y un cártel es una organización empresarial. La masacre es definitivamente un mensaje. Sólo que la gente común no entiende ese código. Sorprende mucho, atemoriza un poco, induce cautela, confunde, pero no aterroriza, nadie va a cambiar su rutina por eso. No reciben el mensaje porque no tiene sentido para ellos. Estos cárteles incluso suelen hacer todo lo posible por granjearse si no la complacencia por lo menos la tolerancia de la gente, aunque sea a veces por la fuerza. No creo que este hecho, por más tremendo que sea, haga que se arríen las banderas de las carnes asadas este fin de semana, ni que se cierren los antros, ni que se cancelen paseos familiares. Hasta los mismos líderes del crimen organizado deben saber que paralizar a una sociedad a través del terror no les reporta ninguna ganancia, no es negocio. E insisto: los cárteles, así estén fuera de la ley, son empresas no una banda de macacos. Un “reajuste de personal”, así sea tan radical, es un asunto interno. Y si tiene qué ver con una empresa competidora, no tiene ningún sentido que todos se enteren. El mensaje es para los posibles clientes, que no somos todos; para los competidores, que son mucho menos; y para los proveedores oficiales de “servicios”, que debe haberlos. Estoy seguro que tienen sus propias vías de comunicación como para no necesitar de primeras planas. Estos trepidantes actos de crueldad son, insisto, muy caros. Ninguna empresa puede permitirse el despilfarro.

No es como lo que ya habíamos normalizado: la cuota diaria de asesinatos, atentados y balaceras. En la reciente carnicería, la mayoría de la gente podrá opinar en términos de lo moralmente correcto, frases hechas, pero si bien advierten la amenaza en lo general, no la asumen en lo particular. Acaso supongan fallas en los tres niveles de gobierno, y eventualmente olviden o, rara vez, procedan en consecuencia. En ningún caso podrán cambiar la dinámica interna de los cárteles, son testigos inútiles. Con esa convencional y vaga capacidad de análisis, deben ser forzados a reconocer el contexto y orientar opinión. Las casualidades son el pretexto de los distraídos. El entorno estatal dentro de una nación no es una isla, es un fragmento. Las conclusiones de un centro de estudios vienés, un desfile en Chiapas, un secuestro en Michoacán, raptos múltiples revisados, masacres…, y así, plantean repentinamente un tema que, además, se suma a otros que, evaluados en su espacio, frecuencia, correspondencia y sincronía, pueden explicar la ruta de todos ellos. Si bien la (in)seguridad nacional es un tema viejo, complejo, vigente y pendiente, no es el tema dominante en este momento. Basta notar la forma como se permean noticias coincidentes en el tema dominante, como para darle un sentido más preciso a los verdaderos objetivos de todo. No es nuevo ni es casual que en tiempos electorales surjan temas para devaluar o impulsar la sucesión en cualquier nivel. Hechos que, así sean radicalmente ajenos a una elección, se imbuyen en las agendas de campañas, amplían los argumentos, y fortalecen hasta la candidatura más mediocre. ¿La reciente masacre fue deliberadamente insertada en ese contexto? No lo aseguro. No entiendo de administración de empresas y marketig no convencionales, ni de prácticas de ejecutivos de “cuello sucio”. Pero es indudable que este “metaverso” criminal es políticamente útil. Se necesitaría ser bobo como para no aprovecharlo. Algo que en otras circunstancias, con otros actores, y en una sociedad más responsable y solidaria, no nos dispersaría sino, al contrario, nos uniría más y hasta desdibujaría las diferencias, enconos y distancias políticas. Después de todo el instinto básico de la colectividad es su supervivencia. Se ve durante las guerras. Sólo que esta guerra creo que no es contra nosotros. Vlad III Drácula en estos tiempos no usaría estacas para torturar a sus enemigos… tal vez amparos, denuncias, bots y periodicazos.

“Abrazos, no balazos”. Lo sé, tampoco me hacía gracia. También me sonaba a mesianismo tabasqueño ofreciendo la redención. Pero al dar una primera impresión, no hay que quedarse con ella, hay que actualizar los datos, los otros datos de los “otros datos”. Solemos comprometer nuestros enfrentamientos caracterizando al enemigo con nuestro desprecio. Lo hacemos prototipo de todo lo negativo, lo malo, lo opuesto a nosotros. Es decir: lo inventamos. Como Vlad III y Basilio II necesitamos despojarlo de humanidad, justificar todos los excesos que queramos cometer en su contra, aún más allá de nuestros valores y principios. Una bestia sanguinaria, malvada, irracional, nos exige contundencia feroz. Somos un poco los fariseos de la parábola bíblica. Subestimándolos a ellos nos sobreestimamos a nosotros. Nuestra primera derrota. Una regla inexcusable de la guerra es conocer al enemigo, comprender que no es diferente a nosotros sino que sus objetivos son distintos. Y otra regla, nunca acorralarlo sin dejarle una salida que podamos controlar. Un enemigo acorralado sabe que no tiene nada qué perder, es capaz de desplegar toda su fuerza, todo su heroísmo. Esta última, regla ignorada selectiva y dolosamente durante la guerra de Calderón y que nos convirtió en el paraíso de los “daños colaterales”. Una deliberada omisión táctica que seguiremos pagando todavía durante mucho tiempo más.

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// José Francisco Villarreal

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Autor: stafflostubos
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