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Marcelo y los casi Cuarenta Diputados

Por José Francisco Villarreal

Había una vez un rey sudanés muy rico que tenía un nombre muy genérico para un rey, Alí Babá, y un reino tributario al califato de Bagdad. El Califa, como todos los califas de Bagdad, exigió el tributo al rey. El rey tributario y ricachón se hizo el sordo. El Califa, como todos los califas de Bagdad y el SAT, y aunque este sea un cuento árabe, tenía el derecho de cobrarse a lo chino, arrebatar el tributo y un pilón a discreción. El rey sudanés se puso listo, mandó decir al Califa que su reino estaba en la inopia, y selló sus tesoros en cuevas, más o menos cuarenta. El Califa, que no era tarugo, mandó un ejército contra el moroso rey ricachón. Después de varias revolcadas épicas, Alí Babá entregó al Califa el tesoro escondido en las cuevas con un “Usted disculpe”, y algún regalito extra “Por las molestias”. Esta es mi versión chaparra de una leyenda sudanesa que reduciría el maravilloso cuento de “Alí Babá y los Cuarenta Ladrones” a algo tan prosaico y civil como un asunto político comprometido en un problema fiscal.

No es que quiera establecer comparación entre Marcelo Ebrard y sus más o menos Cuarenta Diputados con aquel mito, ¡Dios me libre!, pero me hace gracia la coincidencia numérica original, que se ha estado moviendo conforme a tiempos, lealtades y felonías. Además coincide el fondo político, y la amenaza sobre la aprobación del presupuesto 2024, el que, después de todo, también se trata de impuestos, esos que pagamos los mexicanos, excepto algunos alibabás empresarios más o menos bien identificados. Todo se reduce a que don Marcelo quiere, a como dé lugar, ser candidato a la presidencia de México y, eventualmente, presidente. Ebrard está henchido de derechos políticos para pretenderlo, ¡se desborda de derechos! En principio, aceptó someterse a una suerte de placeo y encuesta para determinar si tenía posibilidades. Yo no creo demasiado en las encuestas, pero la evidencia es aplastante. No, el señor no tuvo una buena campaña, tampoco una presencia popular importante, y por alguna razón desconocida, la gente no empatiza con su propuesta, cualquiera que esta sea. 

Lo que sigue es una radicalización de su capricho, porque lo suyo es capricho, pura vanidad, con la dudosa ventaja de la oportunidad para por lo menos dos fuerzas políticas que se alzan contra la 4T. Los analistas políticos pueden hacer concienzudos análisis y prefigurar expectativas para don Marcelo. Él y los cuasi Cuarenta Diputados pueden presionar, hacer alianzas y consensos insólitos en nombre del derecho de un particular, pero ya no de los objetivos de un movimiento o partido. Entre las filias y fobias partidistas pueden hallar seguidores y detractores, pero siempre se impondrá la aspiración superior de concentrar o desviar votos. Ese es el precio de Ebrard: votos, electorales o legislativos. Y el voto es, sobre todo en estos tiempos, la moneda más volátil del mundo.

Para el elector común y corriente, la liebre encandilada siempre por la publicidad política, el caso Ebrard es diferente. No se entretendría en razones, ni en tácticas, ni acataría publicidad. La trayectoria de Marcelo y los dizque Cuarenta Diputados indica sólo una definición: ¡traición! Y aun justificando esa traición, esa es la palabra clave que estará en la mente de la mano que marcará una boleta electoral. ¿Cómo afectará al resultado? No lo sé, pero es un hecho que determinará muchos votos en las elecciones del 24 en el caso de que don Marcelo y/o los ya merito Cuarenta Diputados aparecieran en cualquier candidatura, así sea para la flor más bella del ejido. Creo que no se han detenido un momento analizar la carga semántica que arrastra histórica y culturalmente la palabra “traición”. No se trata de política, se trata de humanidad. Empezando por Caín, no sé un caso en el que la traición haya sido redimida completamente, incluso en Judas Iscariote, en el que la traición era necesaria para cumplir con la misión de Jesús. La reacción humana ante la traición es orgánica, de víscera, náusea y regüeldo, porque atenta directamente contra la seguridad de la sociedad. No hay manera de verla positivamente. Marcelo y los tentativamente Cuarenta Diputados, podrán ser determinantes para las decisiones legislativas contra la 4T, o para el voto en 2024, pero la percepción popular, para el entendimiento salvaje, será lo mismo: ¡Traición!

No me aventuraría a adelantar vísperas y anunciar triunfos para la presidencial, el legislativo, gubernaturas, alcaldías… Insisto: el voto a estas alturas es la moneda más volátil del mundo. Las tendencias apuntan en un sentido, pero sólo las certezas son contundentes. Existe la posibilidad, y hay que considerarla, que los resultados de las elecciones del 2024 acaben con un triunfo arrollador por la continuidad de la 4T. No lo estoy deseando ni asegurando, sólo admito esa posibilidad. ¿Se han puesto a pensar en lo que eso podría significar para México? Primero que nada, la autodefinición categórica de un país respecto a sí mismo, su gobierno y su futuro. Que yo sepa, ningún país ha logrado hacer y mantener eso, y nadie podría cuestionar a México como un líder político internacional y a la 4T como un movimiento social auténtico. La presión interna contra vicios del poder y la exigencia de reformas aumentaría dramáticamente. Pero esto además significaría un colapso de las propuestas ideológicas alternas y tradicionales en México. Ningún partido o movimiento económico, político o social, podrían partir de otra base que no fueran los objetivos de la 4T. Ya el PRI, PAN y PRD, para empezar, no tendrían sentido. Sería la derrota de la manipulación mediática y el urgente replanteamiento de la función social de los medios y su regulación. Un efecto dominó desmoronaría complicidades y poderes fácticos. Y si bien esta posibilidad existe por los graves rezagos en el derecho, gobierno, la paz, la justicia, la democracia, y los vicios del poder, la razón más inmediata sería la mediocridad, cinismo y mendacidad de la oposición… Subrayaría “mediocridad”. Sé que sólo estoy especulando, pero es una posibilidad y habrá que considerarla junto con las otras, incluso la que a mí me parece más remota, la de que Marcelo Ebrard sea presidente de México y nos gobierne junto con sus apenitas Cuarenta Diputados. La marca de Caín es profunda e indeleble, me temo.

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// José Francisco Villarreal

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Autor: stafflostubos
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