Por Félix Cortés Camarillo
Cuando en 1815 huyó del exilio mediterráneo de la isla de Elba, el corso Napoleón Bonaparte regresó al continente, retomó París y especialmente recargó baterías en sus anhelos de poder total sacando del trono, con apoyo de los parisinos, al rey Louis XVIII.
Enterados del tema, los integrantes de la Séptima (sí, séptima) coalición en su contra buscaron la mejor manera de acabar con el personaje. Esa coalición era integrada nada menos en el siglo diecinueve por Inglaterra, Países Bajos, Prusia y el imperio Austrohúngaro.
Napoleón, considerado uno de los mejores estrategas militares de la historia de entonces, decidió lanzarse frente al enemigo, tomando Bruselas. Y a mediados de junio de 1815, a unos kilómetros al sur en el monte de Waterloo, Napoleón perdió su última batalla ante la oposición armada. Unos años antes, su Grand Armée se había tenido que retirar del crudo invierno ruso. Al tomar un Moscú reducido a cenizas por incendios provocados.
Desde entonces, Waterloo, en lenguaje político, se ha convertido en paradigma del desplome total de los poderosos. Los gobernantes de México, que como muchos otros tienen vocaciones napoleónicas, han tenido asimismo sus particulares Waterloos.
Sin ir más lejos, el Waterloo de Díaz Ordaz responde al apellido de Tlatelolco. El de Luis Echeverría se llama Jueves de Corpus. El de Miguel de la Madrid se dio en su ausencia en septiembre de 1985 frente a la catástrofe de los temblores. Para Zedillo existen los errores de diciembre y para Carlos Zedillo las guerrillas zapatistas de Chiapas hoy sometidas por el crimen organizado y abandonando el campo.
El Waterloo de Peña Nieto fue sin duda los muertos de Ayotzinapa. No por el hecho en sí, sino por la ineficiencia en la respuesta del poder ante la crisis, en una muestra de incapacidad de evaluar el peso del problema.
El presidente López ha dado una réplica tremenda ante al impacto del ciclón de Acapulco. Se fue por tierra, sabedor que no se podía llegar por ahí al puerto. Se hizo mostrar en imágenes atascado en un jeep militar en el fango. Llegó, si es eso cierto, a la base naval de Icacos y nunca se manchó sus zapatos del lodo que dejó bañado el bello puerto.
Hasta cuando esto escribo, el presidente Lopitos no ha estado en la zona del desastre un solo minuto. La catástrofe, que el presidente dice que en Nochebuena estará aliviado y su secretario de Turismo le promete hacer un Tianguis Turístico de Acapulco en Abril de 2024 es el Waterloo de la 4T. La consecuencia de la fanfarronada, que ha sido símbolo de este gobierno.
PARA LA MAÑANERA (Porque no me dejan entrar sin tapabocas): No pocos mensajes de las llamadas redes sociales apuntan a que la que antes se llamaba Primera Dama no haya acudido a remediar los males de Acapulco, como lo hizo la señora de Ruiz Cortines en su momento, o la de otros mandatarios. Y yo pregunto: en este gobierno machista ¿el presidente se manchó los zapatos?
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