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Por Félix Cortés Camarillo

Que se pierde solo y triste
Por los bosques del olvido
Tomás Méndez Sosa, El Tren sin Pasajeros

Para ser sincero, debo reconocer que nuestro país no es un país reciente de promesas que devienen mentiras prometidas como las que hace el presidente López. Siempre ha sido así: para los gobernantes, la realidad no es lo palpable y útil, sino lo prometido y la esperanza.

Bastaría recordarnos a nuestro itinerante candidato Samuel García, quien dijo hace más de seis meses que la escasez de agua en la zona metropolitana de Monterrey ya estaba resuelta para los siguientes cincuenta años, porque nos mandarían por un tubo llamado el Cuchillo II y un portentoso helicóptero Black Hawk haría bajar las lluvias a punta de bombardeos de algún sulfuro de plata sobre las nubes. 

Ahora, que el modelo del nuevo Nuevo León, con millonarias inversiones del extranjero en dólares que yo no veo, es el patrón a seguir a nivel nacional.

El asunto es que en todo el mundo la política consiste de eso, la venta de esperanzas.

A veces se llama Alianza para el Progreso, la Marcha hacia el Mar, Justicia Social, el precio de gasolina que no subirá, No Reelección, Primero los Pobres, Abajo el nepotismo, autosuficiencia en combustibles…. Y le puede seguir. Todo es cuestión de aceptar una ilusión lejana como realidad presente. Eso es igual a votos, o a la provechosa abstención. Teoría a cambio de hechos.

En este escenario, teóricamente, el viernes próximo ya podremos todos comprar boletos para subirnos a disfrutar un viaje en el famosísimo Tren Maya. No me pregunten en dónde están las taquillas ni cuánto cuesta el boleto redondo de Mérida a Cancún. Mucho menos sobre dónde y cuándo abordar el inexistente tren. Son secretos guardados por decreto en la penumbra, que se alinean con todos los de seguridad nacional como el costo del aeropuerto Felipe Ángeles o lo que va a costar la refinería de Tres Bocas en el momento en que entregue su primer litro de gasolina y nos diga en donde la compramos.

Seguimos viviendo en un paraíso ilusorio. Antes de que pase un mes, en algún enorme galpón construido obviamente por los soldados y los marinos cerca del AIFA, por cierto, debe ser, según la palabra empeñada de Lopitos, inaugurada una enorme botica que contendrá todos los medicamentos del mundo para todas las enfermedades que a todos los mexicanos se les ocurra padecer.

Obviamente se va a inaugurar una esperanza fallida, de nuevo.

De la misma forma en el año siguiente y electoral, habrá de celebrarse por ahí del 21 de marzo –acepto apuestas- la existencia en México de un sistema público de atención médica al que la salubridad de Escandinavia entera le viene guanga. Se aceptan risas sarcásticas.

Ya de salida. Lopitos pretende heredar a su sucesora, porque eso del Nuevo nuevo Samuelito para un Nuevo nuevo México, es un mal chiste de la mancuerna Dante Delgado Ranauro–Andrés Manuel López Obrador, quiere dejarle el enorme y precioso proyecto de resucitar los ferrocarriles nacionales de México en servicio de pasajeros. Por lo menos en siete rutas. Se pueden electrificar, ¿eh? Se aceptan carcajadas.

Ahora, lo único imposible es lo que no se quiere hacer. O que no se tiene con qué.

De los ferrocarriles mexicanos, los rieles están ahí: los comenzó Don Porfirio. Los empresarios que aprovechan la infraestructura que les regaló Zedillo, siguen rodando. Los durmientes siguen roncando.

Pero para volver al añorado y bellísimo sistema de transporte ferroviario, que entre otras cosas hizo triunfar a la Revolución, y transformarlo en trenes de pasajeros cómodos, puntuales, eventualmente lujosos como los de las películas rápidos y accesibles al bolsillo, eso cuesta un chingo. 

De tiempo y de dinero. Para empezar, y para seguir operando, será necesario que el Estado, nosotros, le inyectemos dinero. Como a Pemex. Y si quieres tren eléctrico, como el Lionel de juguete que nunca tuviste, cuesta el triple. Y pue´que más.

¿Pero qué tal genera popularidad?

Lopitos es un perfecto capitán de cualquier Titanic. En este caso es el maquinista de un tren que no existe, aunque tenga muchos pasajeros haciendo cola para comprar boletos a un viaje que nunca saldrá del andén a destinos que todos soñamos.

PARA LA MAÑANERA (Porque no me dejan entrar sin tapabocas): Shalom quiere decir paz. No quiere decir ausencia de guerra. Los tejemanejes de la diplomacia han logrado asosegar a los halcones de Israel y a los terroristas palestinos. A cuenta gotas, unos y otros han ido soltando a sus rehenes. Ojalá –que es una palabra árabe que significa “quiera Dios”– que este ratito de paz que hay, hasta esta tarde, en la franja de Gaza, pudiese evolucionar a un Shalom permanente. 

No lo creo.

‎felixcortescama@gmail.com

Fuente:

Vía / Autor:

// Félix Cortés Camarillo

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Autor: stafflostubos
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