Por Félix Cortés Camarillo
Por ahí de 1980, un joven y muy talentoso diseñador de menchas en Japón, que se llama Shöji Kawamori, y anda coqueteando con los sesenta años de edad, trabajaba para Takara Tomy, empresa de entretenimiento infantil, que producía entre otras cosas las menchas, que como las anime y las mangas son formatos japoneses de dibujitos, a veces animados, dedicados a los niños, y que han invadido al mundo en los últimos 40 años en diversos formatos.
Ahí se le ocurrió al buen Kawamori inventar los Transformers, unos muñecos de plástico para el juego de los niños, hechos en piezas articuladas, como un simple cubo de Rubik, que con el movimiento de las manos, de ser unos robots podían convertirse en carros, trocas, camiones u otro elemento, generalmente de guerra, similar. Lo mismo, pero no igual.
La compañía norteamericana juguetera Hasbro, compró en 1984 Takara Tomy y se quedó con los Transformers que siguen siendo un éxito mundial. Regreso al planeta tierra:
Durante los últimos siete años, el presidente López y su equipo de propaganda nos han tratado de vender el concepto de la cuarta transformación para el destino final de México. El sustento ideológico expuesto muchas veces por Lopitos, es endeble: la primera transformación de México culminó en 1821 con la independencia; la segunda es la Revolución Mexicana. La tercera es la Reforma juarista, el Cerro de las Campanas y todos esos rollos. La cuarta transformación es la que ya puso a Andrés Manuel en los libros de texto gratuitos, el paso al más allá.
En cierta forma, la interpretación histórica de Lopitos tiene razón.
El abrazo de Acatempan y la entrada del ejército Trigarante a la Ciudad de México en 1821 no cambió ni una coma al esquema de explotación de los indios por parte de los criollos que imperó en la Colonia; cuando zarpó el Ypiranga con Porfirio Díaz rumbo a Europa, no se modificó el sistema de latifundios más que para estancar sus capacidades de producción agrícola y cambiar las manos de los dueños de la tierra. La reforma y sus leyes no trajeron mayor avance a México que la polarización que devino la Guerra Cristera.
Lo mismo, pero no igual: sólo cambian los actores protagónicos.
Transformers, pues. Mu del Gatopardo de Lampedussa. Por eso, uno de los lemas favoritos del discurso del poder actual en México es “no somos iguales”. Eso también es cierto: no son iguales, son peores.
Más allá del anecdotario ridículo vivido en Nuevo León en estos días por el choque delas ambiciones y las corruptelas de las pandillas del poder local y federal, queda un sustrato de la más dolorosa de nuestras experiencias nacionales: los políticos no entienden que la función pública es para servir a los demás y no para servirse a sus propios platos. La llamada Cuarta Transformación no ha sido más que la confirmación de este apotegma. El prometido segundo piso de ese pasatiempo político y de gobierno confirma que es más de lo mismo. Pero peor.
México necesita, desde hace años, una verdadera revolución. Sin pistolas, que ya hay demasiadas en el territorio. Pero no un juego de Transformers. Una nueva, simple, sencilla, clara e inmutable Constitución, porque la que tenemos ha sido la suripanta de cuanto presidente ha querido no sólo violarla sino hacerla a su modo y previsión centenares de veces. La Constitución de los Estados Unidos se ha enmendado menos de 25 veces en toda su existencia.
Necesitamos una nueva legislación electoral que no sea un coime de los dirigentes de los partidos políticos para asegurar su complicidad; urge un sistema jurídico moderno y honesto que acabe con las bodegas repletas de montañas de papel de expedientes sin resolver que sirven para alimentar roedores y mantener gente –probablemente inocentes- en la cárcel.
Necesitamos un nuevo país, una nueva ética, un nuevo orden. Algo que no tendremos la primera semana del junio próximo; pero que menos lo tendremos si no lo buscamos.
PARA LA MAÑANERA (Porque no me dejan entrar sin tapabocas): Tengo un profundo respeto por todas las etnias y las religiones del mundo. He sumado entre mis amistades sinceras a valiosos judíos. Simultáneamente tengo igual simpatía por los anhelos territoriales y de soberanía de los palestinos. Yo no quiero atraer sobre mí la etiqueta abominable de antisemita. Pero no puedo ver con indiferencia la brutalidad de la invasión de la franja de Gaza por parte del ejército de Israel.
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