Por Félix Cortés Camarillo
La más reciente y devastadora revolución que la Humanidad ha tenido que sufrir, la de la información gana de mano, y sus dos principales manifestaciones son la democratización que la tecnología obliga con sus teléfonos que se usan muy poco para transmitir la voz de un lado a otro y un mucho para otras funciones de recepción y difusión de informaciones, y las redes sociales que sirven lo mismo para una legítima denuncia que para un infundio de difusión instantánea a millones de personas.
Como un subproducto de estos fenómenos ha venido el señorío de la estadística, un juego de abalorios parecido a su pariente el ábaco, que sirve para simplificar la más elemental matemática mediante un truco simple que toma una muestra de opiniones o probables decisiones para proyectarla a un universo muchas veces más amplio y vestirla de verdad.
Estoy hablando de los sondeos de mercado, las encuestas de opinión y los estudios sociales. Los dos primeros nacieron de la necesidad de los vendedores de jabón en polvo o cepillos de dientes para publicitar que los productos de Procter & Gamble eran mejores que los de Colgate, según lo que la gente preguntada nos dijo. Muy pronto los políticos entendieron que son un producto como el Fab o el jabón Palmolive y que su imagen se podía vender de la misma manera.
Pasa lo mismo con los estudios sociales: la metodología es la misma y el resultado depende lo que el cliente quiere demostrar. Hay que tomar estos datos con pinzas esterilizadas.
Acaba de ofender gravemente a los mexicanos que la OCDE, esto es la Organización para el Comercio y el Desarrollo Económico haya dado a conocer los resultados de su estudio, que hace cada tres años, llamado prueba PISA. Esto es por las iniciales en inglés de Programme for International Student Assesment. Este programa realiza exámenes a un aleatorio grupo de alumnos de 15 años de edad en cada país –miembro de la OCDE o no- sobre cuatro materias fundamentales: lectura, matemáticas y ciencia. La calificación se da en seis grados: el sexto es la excelencia y el uno equivale a la ignorancia estúpida.
En la evaluación PISA de 2022, 81 países sujetos a escrutinio, México ocupa el sitio 51. Los mejores son, obviamente, los disciplinados orientales: Japón, Corea del Sur, Singapur, Taiwan, Turquía, Croacia y Australia. Eso es lo menos importante.
Lo que duele mucho es el nivel de nuestros quinceañeros; el 66% de los que presentaron el examen no logró pasar el nivel uno, que es de la mínima capacidad mental; al nivel 6, de la excelencia, no llegó un solo mexicano. De los jóvenes mexicanos analizados, el 0.2 % llegó al quinto nivel.
A su manera, el presidente López descalificó el diagnóstico, porque –dijo- los parámetros para evaluación fueron hechos por neoliberales. Claro, dos y dos no son cuatro si eres liberal. La Secretaría de Educación Pública dijo que en la medición no se tomaron en cuenta las peculiares condiciones en las que el magisterio se ejerce en nuestro país. Lo cual es totalmente cierto, aunque el encargo de la Secretaría de Educación de estos gobiernos nuestros sea deshabilitar este desequilibrio social.
No hay necesidad de hacernos pendejos. Todos sabemos que el nivel de la enseñanza primaria y elemental de México es precario. Que la corrupción de los sindicatos de maestros, la pandemia, la escasez de computadoras entre las clases medias y bajas, que los libros de texto de Marx Arriaga van a acabar con este desasosiego, todo eso y mucho más es saliva lanzada al viento. Es un problema multicausal que los mexicanos que tenemos hijos escolapios conocemos muy bien.
Por eso, a la educación en México hay que comprarle un relicario.
PARA LA MAÑANERA (Porque no me dejan entrar sin tapabocas): Acuérdate de Acapulco. Una vez más, el presidente López fue ayer a la base naval de Icacos, y esa visita la sigue contando como una visita a los damnificados de Acapulco por el huracán Otis. Como en todas las otras visitas, Lopitos vio a los damnificados dese lejitos. No salió de la base Icacos ni una sola vez, para que no se le ensuciaran sus zapatos,
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