Por Félix Cortés Camarillo
Ha comenzado la curva descendente del emperador López de manera muy significativa: con el rechazo a la reelección de su fiscala carnal en la Ciudad de México, Ernestina Godoy, y simultáneamente con la imposición –legal- de la nueva ministra de la Suprema Corte en la persona de la hermana del gobernador de la ciudad capital, Martí Batres.
Ambos sucesos tendrán consecuencias: en el caso del máximo poder judicial del país, es previsible que en los siguientes quince años el frágil equilibrio entre los dóciles ministros que siguen y seguirán, sin quitar una coma, los dictados del dueño de Morena, y los ministros de criterio apegado a ley y derecho encabezados por la presidente de la Suprema Corte, la admirable doctora Piña cuya rectitud e independencia han quedado ya muy claras, sufra un desbalance. Aunque para el presidente López, no le vengan con el cuento de que la ley es la ley.
La señora Lenia Bartres Guadarrama lo dejó muy claro desde que entró a ligas mayores, que viene con la espada desenvainada para “reformar” de raíz el poder judicial de la nación. Traducido a nuestro idioma, seguir la instrucción de Lopitos para lograr que a los ministros de la Suprema Corte los elija el voto popular. Tenemos experiencia en eso de los acarreos y la torta y el Frutsi.
Eso, hay que decirlo, mientras la permanencia de la plagiaria ministra Esquivel en ese cuerpo colegiado finalmente se dirime, pero al mismo tiempo tendrá que darse un nuevo relevo ya en la presidencia posible y nebulosa de Claudia Scheinbaum. El “más de lo mismo” que muchos temen, no es en automático.
Pero por lo pronto, el 10 de enero alguien tendrá que ocupar la silla de la fiscala Godoy: el presidente López la dejará morir simbólicamente, aunque hubiera podido acudir a chinampinas legales infructuosas. El señor no puede aceptar una derrota. Todo indica, sin embargo, que tendrá que perder, de la manera más estrepitosa, la capital del país en las elecciones más importantes de la historia reciente. Su selección de la señora Brugada para ir al Palacio del Ayuntamiento no parece muy promisoria. Aunque esté arropada por notables figuras políticas como Edy Smol, Taibo II –“se las metimos doblada”- o el doctor muerte, López Gatell. Pero, yo no soy profeta ni en mi tierra ni en la ajena. Creo que Lopitos no la va a tener fácil en la capital.
No me enorgullece reconocer que como presidente, López ha logrado lo que se proponía: una transformación, una mutación del Estado mexicano en retroceso rumbo a una dictadura estaliniana, con la concentración de todos los poderes en el buró político del Comité Central del Partido.
En Palacio Nacional deben tener dificultad para asimilar que, como canta Consuelo Velázquez, tarde o temprano llorarán. Depende de nosotros, los que tenemos una credencial para votar.
PARA LA MAÑANERA (Porque no me dejan entrar sin tapabocas): ¿Cuándo va a entender el muchachito gobernador de Nuevo León que la política no es lo que se hace porque me da la gana?
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