Por José Jaime Ruiz
Para el Reforma de Alejandro Junco existe “fastidio y sueño en el Tren Maya”; su crónica lacónica, al decir nada, dice todo de su periodismo de manipulación: “Una pareja de novios con playera y gorra del Tren Maya dormía en sus asientos color turquesa durante el primer viaje abierto al público. Habían salido de Cancún a Campeche a las siete de la mañana, pero cuatro horas después se arrepintieron, se bajaron y se mudaron al tren de regreso que tenía una hora parado en Mérida, en espera de que pasara el otro. Adentro, decenas de pasajeros, acalorados, aburridos y desesperados, también estaban dormidos, miraban impasibles el monótono horizonte o estiraban las piernas en los pasillos, mientras la máquina avanzaba con su lentísimo rumor de roce de rieles”.
Llama la atención la frase: “el monótono horizonte”. Tal vez en sus viajes por los siete mares en yate, al dueño del Reforma nunca le parezca el océano monótono porque entre el azul del cielo y el azul marítimo encuentra harta diversión o tampoco a su reciente director, Roberto Zamarripa, cuya paleta vital saltó de ser rojillo a ser amarillo periodístico. El verde nunca será el color de la derecha.
“Cuando uno llega a Disneylandia… el castillo de la Bella Durmiente del bosque se recorta en el cielo con sus torres y sus cúpulas, semejante, sorprendentemente semejante, a las fotografías ya vistas en la prensa y a las imágenes ofrecidas por la televisión. Este era sin duda el placer que brindaba Disneylandia: se nos ofrecía un espectáculo enteramente semejante al que nos había anunciado. Ninguna sorpresa: era como ocurría con el Museo de Arte Moderno de Nueva York, donde uno no dejaba de comprobar hasta qué punto los originales se parecen a sus copias”, refiere Marc Augé en su libro El viaje imposible. El turismo y sus imágenes.
A diferencia de la monotonía del mar de Alejandro Junco o de su idea de turismo como espectáculo o sensacionalismo, la ruta del Tren Maya puede ser la ruta también interior del viajero, la ruta del asombro; no el mundo acartonado sino el mundo vivo donde lo original carece de copias.
No-lugares: un crucero, aeropuertos, museos, el metro… Disneylandia. El turista nunca es un viajero porque turistear no es una aventura, es un sometimiento a horarios y espacios. El viajero es un emancipado; el turista, un sometido. Como ironiza el escritor Joaquín Hurtado en sus redes sociales: “Qué aburrición en Yucatán, desde el tren no ves castillos ni barcos piratas como en Eurodisney, solo gente comiendo tlayudas”.
Qué aburrición con los medios de manipulación, esas tristes monotonías.