Por Félix Cortés Camarillo
Resulta relativamente fácil predecir dos resultados simples a los dos principales retos de los países más importantes para los mexicanos: México y los Estados Unidos y su cambio en las respectivas presidencias. En estos momentos se ve prácticamente improbable la reelección de Joe Biden a la presidencia de los Estados Unidos, aunque no imposible; de la misma manera sumamente difícil que el equipo de Xóchitl Gálvez pueda vencer a la aplanadora electoral que Morena heredó de su padre putativo, el PRI.
En ambos casos hay dos fracasos evidentes e insalvables. Cada gobernante mayor tiene su propio Watergate. El de Putin terminará llamándose Ucrania; para Clinton fue su ligereza sexual; en el caso Peña Nieto se llama Ayotzinapa.
Para ambos, México y Estados Unidos, quienquiera que sea el vencedor en las urnas el reto insoluble se llama migración. Miles, decenas de miles abandonando sus países, no solamente en la empobrecida Latinoamérica sino en la brutalizada África o la racista y evasiva Europa y el Medio Oriente en llamas, seguirán tocando a las puertas de los Estados Unidos pasando preferentemente por el territorio mexicano. Aunque en ello le vaya en prenda su dignidad, su integridad física, su patrimonio y a veces su vida.
El incremento brutal de los migrants en América implica para los gringos un miedo adicional: que la porosa frontera del sur, la de México, sea un cedazo ineficiente para contener probables terroristas que le causen daños tan graves como los de septiembre once. Para el gobierno mexicano significa el creciente poder de la delincuencia organizada, que tiene a su disposición cada vez más carne de cañón jodida y hambrienta.
Ni Donald Trump, cada vez más contenido por las maniobras legales de los demócratas, ni Joe Biden, ni Claudia Scheinbaum, ni Xóchitl, ni nadie, tiene los talentos ni los recursos para resolver el problema migratorio. Sus raíces son profundas y diversas y lo que se haya dicho el miércoles en la reunión “de alto nivel” en Palacio Nacional sirve para lo que se le unta al queso.
El presidente López, para una salida del poder que insiste en alejar lo más posible, tiene varios Waterloos. El primero y más trágico es el de la salud, más bien la carencia de ella con sistemas ineficientes, carencia de medicamentos críticos y una bodega central de TODOS los medicamentos del mundo que no sirve más que para los discursos. Por si fuera poco, un manejo ridículo, demagógico, mentiroso y falaz de la crisis de la pandemia Covid 19. Más de medio millón de mexicanos muertos por desidia, abulia, impotencia, idiotez y cinismo. El segundo y visualmente más impactante obedece al nombre de Otis y destruyó totalmente el sur del estado de Guerrero que trabaja, mama y vive de Acapulco como centro turístico. No menos de diez años se requieren para una recuperación total. Recuperación que requiere una refundación de raíz, que evite la repetición de catástrofes de origen meteorológico, sísmico, pero sobre todo de injusticia social.
Ambos fracasos tienen más padres. La violencia generalizada y la injusticia sacan a la gente de sus patrias: nadie quiere abandonar su tierra y su gente, pero lo seguirá haciendo mientras la violencia y la injusticia social no cesen. ¿El huracán? El calentamiento global, del cual somos todos responsables, ha cambiado las circunstancias y las causas que provocan marejadas, tsunamis y ciclones, ergo muerte y destrucción.
Estamos hablando, para empezar el año, de dos grandes fracasos de la Humanidad de los que no se va a liberar tan fácilmente.
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