Por Francisco Tijerina Elguezabal
Hace no mucho tiempo escribía aquí que en nuestro tiempo, a diferencia de antaño, carecemos de líderes y que esto es un fenómeno mundial. Hoy lo más cercano que podríamos tener a esos espejos, no en valores o conducta, sino en la capacidad de generar seguidores y adeptos, son los artistas, pero los de nuestra era son desechables.
¿Será tal vez que los prohombres (y también mujeres) del pasado dejaron la vara muy alta?
El deceso de Carlos Bremer me puso reflexionar para caer en la cuenta de que “Charly”, como le decían sus amigos, era un buen guía y líder; tal vez su estilo personal, su forma de ser, su apoyo a deportistas y artistas afamados, no dejaban ver muchas cosas buenas que hacía, pero las obras ahí están.
Bremer fue el clásico ejemplo del regio emprendedor, luchón, entrón, que a todo le encontraba un lado para sacar provecho, en los negocios y también en la filantropía. No seré yo quien haga el recuento de sus buenas acciones, como tampoco el que se suba al tren de criticarlo por sus negocios y relaciones, simplemente diré que además de un hombre bueno, era un genio para los negocios y la mercadotecnia.
Sin ánimo ni afán de comparar, Carlos fue un hombre del estilo de los viejos empresarios, aquellos que eran vistos con veneración y respeto, pero mucho más cercano, más simple.
La vida me ha dado la oportunidad de coincidir con algunos personajes imborrables de la historia regiomontana y debo decir que el común denominador ha sido ese.
Recuerdo hoy a la distancia a don Luis Elizondo. Era otro Monterrey el de finales de los 70’s, pero era común verle llegar al mediodía a El Paso Autel a donde iba a comer, solo, acompañado únicamente de su chofer. Era tanta mi admiración que en muchas ocasiones le saludé y el hombre bueno, atento, educado, correspondía al saludo con una sonrisa al tiempo que inclinaba su cabeza devolviendo el gesto para seguir su camino.
A Bremer me lo presentó Gonzalo Zambrano cuando organizaron un festejo taurino en el desaparecido Cortijo San Felipe y trajeron a Pablo Hermoso de Mendoza. Sencillo, simpático, amable, cordial en exceso.
Hace un par de años le saludé en el frontis de la plaza de toros en donde estaba sentado esperando a que le asignaran un palco y se me ocurrió (benditas ocurrencias) decirle “Don Carlos”; el hombre me midió y clavó sus ojos en mí para responder: “Carlos, nada más Carlos” y es que tenía razón, pues entre su nacimiento y el mío apenas hubo 14 días de diferencia.
Ese estilo afable de Bremer nos impidió ver el tamaño de sus obras.
Reitero, no lo comparo con nadie, pero el hombre hizo muchísimas cosas buenas y dignas de reconocimiento. Se le va a extrañar, pero bien valdría la pena que detengamos un poco la marcha y hurguemos en nuestro entorno para identificar a todas las buenas personas que hay alrededor para apoyarles y sobre todo, para seguir su ejemplo.
¡Hasta siempre Carlos!