Cientos de cartas, postales y notas se enviaron a lo largo de casi veinte años la poeta Wisława Szymborska (1923-2012) y el novelista Kornel Filipowicz (1913-1990). En esas páginas de una belleza serena, agridulce, están marcadas sus idas y venidas, sus pensamientos, suspiros, ironías y dichas, la vida a ráfagas esparcida con un generoso don de observación y cuidado, de amor e inteligencia; publica MILENIO.
Tomasz Fiałkowski, autor del epílogo que acompaña la edición en español de la correspondencia entre Szymborska y Filipowicz, Escribe si vendrás (las afueras), subraya que se trata de la correspondencia entre dos magníficos escritores: una futura Premio Nobel y uno de los más eminentes narradores polacos. Pero es, ante todo, un diálogo amoroso.
El entusiasmo que manifiestan los dos amantes durará toda su vida y se conjuga de manera inigualable, como considera Fiałkowski, “con la discreción, el humor y la autoironía. Un juego de máscaras y roles, un desfile de personajes ficticios —desde la condesa Heloiza de Lanckorona y Eustachy Pobóg-Tulczyński, hasta Gienia y la sirvienta Rózia, enamoradas del Sr. Kornel, o el cabo Józio, que frecuenta a la señora Wisława—, además de escenas humorísticas de celos”.
El escenario en el que viven y reflejan en este epistolario es el de la República Popular de Polonia. “En política”, recuerda Fialkowski, “tenemos el marzo de 1968 y la invasión a Checoslovaquia —una experiencia particularmente dramática para ambos—, congresos y actividades del partido, censura, y el surgimiento de la oposición, en la que Filipowicz y Szymborska participan como signatarios de la Carta 59 contra los cambios en la constitución (diciembre de 1975), y la Declaración de la Sociedad de Cursos Científicos (enero de 1978). Por supuesto, en las cartas no se habla de ello. En el día a día, comentan los absurdos de la burocracia, los problemas crecientes de suministro y la necesidad de cartilla de racionamiento para casi todo. Una llamada telefónica desde Zakopane a Cracovia suponía una verdadera empresa. El envío de cartas o telegramas seguía siendo la única forma plausible de comunicación. Y la única fuente de información sin censura era la prensa occidental, a la que se podía acceder de manera irregular”.
Se trata, en resumen, de dos personas “excepcionales y hermosas”: una mujer y un hombre que se relacionan en absoluta libertad, sin aspavientos, cada uno definido por su propio mundo, sus aficiones, su carácter. Pero del mismo modo, y desde una perspectiva singular, podemos apreciar, como indica Fiałkowski, un mundo “ya irremediablemente extinguido”.
En una de las cartas, muchas veces acompañadas de alguna postal, Wisława le pide a Kornel que no se enfade porque he aparecido de mal humor en sus sueños. “O no era yo, o debe haberme soñado en ese estado alguna otra persona”. Por su parte, Filipowicz escribe: “Tengo miedo, Wisława, de que a largo plazo nos quedemos encerrados en nuestro bloque y aislados del mundo, por no hablar de que nos cierren también la boca. A menos que alguien se atreva a reconocer que se ha dejado engañar por una gigantesca provocación, lo que hará que en el Pentágono se partan de risa frotándose las manos”.
En los primeros años de esta correspondencia, que arranca el 18 de abril de 1966, Szymborska es una mujer enfermiza, que asiste a una clínica en la que se siente prisionera; una cárcel, dice. Medio en broma, pero muy en serio, escribe la siguiente nota: “Cedo de forma desinteresada una plaza en una casa de reposo, bellamente situada, con vistas a las montañas, cinco comidas diarias, servicio de habitación, lavandería y limpieza incluidos, dos televisores, película cada cuatro días, extensos campos, atención médica in situ (ofertas telefónicas en portería a la atención de W.S.)”.
“Wisława querida”, escribe Filipowicz, “tus cartas son perfectas, como hermosas creaciones: genuinas, amenas, divertidas, únicas. ¿En ellas se ocultan también sentimientos genuinos y únicos? ¡Déjame creer que sí! Bromas aparte, tu prosa epistolar es excepcional y creo que tus quejas sobre tu mala forma intelectual no tienen sentido alguno”.
He aquí un ejemplo que corrobora la alta valoración de la prosa de Szymborska: “Kornel: Te quiero mucho.* No abuses del teléfono poniéndolo en duda. Por teléfono me resulta difícil demostrar cualquier cosa. Pero me preocupa mucho** no conseguirlo tampoco en las cartas. A ver, si hay alguien a quien deberían corroer las peores sospechas o, en el mejor de los casos, la incertidumbre, ese alguien soy yo. Y lo cierto es que me corroen, pero sufro en silencio y te doy tiempo para romper todas las relaciones irreflexivas con las que has tenido la ocasión de pasártelo bien durante mi ausencia.* Como puedes imaginar, vuelvo a escribirte después de nuestra conversación telefónica (la del lunes); fue colgar y sentirme triste otra vez. Hoy la enfermera me ha inyectado por error un gramo entero de estreptomicina y ahora me duelen terriblemente la nalga derecha y la cabeza. Por primera vez en mi vida se ha revelado la misteriosa relación entre esas dos partes del cuerpo. Por lo demás, las montañas se ven muy cercanas, lo que anuncia viento y más lluvias. Si no puedo dormir, intentaré imaginarme lo fantástico que sería estar en la fiesta de tu santo. Te beso,**
Wisława.
*VERDAD.
**Verdad.
***Verdad, con cierta exageración.
****Verdad.
*****Verdad.
******Verdad demostrada científicamente.
*Desgraciadamente, no es verdad”.
En las cartas de Szymborska hay, también, mucho sentido del humor: “Querido Kornel: Sírvete aceptar mi moderado pésame por el enlace matrimonial de la señora Kennedy [Jackie]. Quizás ese duro golpe para ti te abra los ojos a personas si bien no tan mayores, también menos interesadas. Yo, sin ir más lejos, conozco a una que prefiere unas palabras amables a un yate con una pista de tenis a bordo, y media manzana de tu mano que cien hectáreas de naranjales en la Riviera Francesa. Si me lo pides, te mandaré su dirección, fotografía y la huella del dedo corazón”.
Filipowicz relata de igual modo sus avatares, que no son pocos. “Tienes razón, querida, eso es algo que también hay que experimentar en la vida. En este caso, yo tengo una suerte excepcional. Como te dije, mi compañero de habitación, el infartado, es pescador y, en general, un tipo extraordinariamente simpático. Nos contamos chistes judíos, charlamos (con perdón) sobre putas, enfermedades venéreas, las condesitas de Galitzia Oriental, bolcheviques y soldados de caballería. Y en medio de todo eso, densamente, de pesca; resulta que conoce, igual que yo, todas las aguas polacas.
“He recibido un ejemplar de la segunda edición de los Relatos escogidos y, con espanto y rabia, he comprobado que no incluye “El paisaje que sobrevivió a la muerte” (sobre Jonasz Stern). No sé si lo recuerdas: contiene una descripción muy exhaustiva de un fusilamiento de judíos por parte de los alemanes y cómo un judío de los 10 mil fusilados logró esquivar la bala. Ni la censura ni la editorial me avisaron de la intención de suprimir precisamente ese relato. Vaya cabreo. Aún no sé qué hacer, pero algo debo hacer, porque hay que responder rápido y con decisión a semejante poca vergüenza”.
Szymborska no se resiste en ningún momento a ser original, como cuando le cuenta a Filipowicz su afición a comprar tarjetas postales que transformará en collages, de los que esta correspondencia está plagada: “Querido Kornel: En cuanto te fuiste (¿fue fácil la salida?) y yo regresé a casa sonó el teléfono y la señora de la librería de viejo me dijo que habían llegado tres álbumes y me preguntó si me apetecía verlos. No te sorprenderá que inmediatamente me vistiera y fuera. Entenderás que no podía esperar con eso a tu regreso, ¿verdad? Compré un álbum entero y de los otros dos elegí ciento y pico tarjetas. Para ti, las tarjetas postales con paisajes, y para mí, el resto. ¿Aceptas la propuesta? Porque si no, me veré obligada a confesarte que todo esto es mentira, que no hay ningún álbum y que solo pretendía darte un susto. ¡Besos fuertes! Wisława”.
Las cartas dan cuenta también de su actividad cultural, como queda de manifiesto en esta de septiembre de 1971: “El tiempo sigue en unos niveles muy bajos. Staszka no ha venido y parece que ya no va a venir, además, las montañas no se ven en absoluto así que no habría adónde ir. Estoy condenada a pasear por Krupówki y mirar carteles. En el cine Giewont ponen Liberación, una película soviética de tres horas. Lástima que no estés aquí, con lo que a ti te gustan las escenas de guerra; además, la película te compensaría con creces La batalla de Inglaterra, que no viste. Qué más? He visto en las vallas anuncios de un encuentro con el diputado Adamuszek. Sobre las esquelas: ha muerto Józef Pitorak. El sábado hay un concierto de Halina Kunicka presentado por Lucjan Kydryński. En el teatro estereoscópico se puede ver Gruta azul. En la tele, el viernes, hay un programa titulado Tribuna ciudadana. Siento mucha curiosidad por saber qué es eso. Escribo todo esto para que veas que mi vida espiritual es muy rica. La tuya sería incluso más rica si vieras en el Paris Match a la señora Onassis patinando sobre hielo. La compañía en el Astoria es bastante heterogénea, de momento, además, por salud psíquica, prefiero dar paseos sola, al menos al principio. Ha llegado una joven filóloga polaca que está escribiendo una tesis sobre… el Astoria. Como ya ha anunciado que me dará la lata con sus preguntas, por ejemplo, sobre lo que he escrito aquí o sobre lo que han escrito otros, creo que le diré que tú has escrito aquí tus mejores microrrelatos, empezando por Memorias de una pulga y la crónica Cómo conquisté el Monte Gubałówka. Besos fuertes. Tu W.”.
En 1975, a Szymborska la define un mundo poblado por figuras como Graham Greene, Penderecki, Heidegger, Jaspers, Sartre, Heinrich Böll; pero también Al Pacino, Sofia Loren, Liza Minelli. “Estoy esperando, de momento, en vano, la visita de Solzhenitsyn y de Sájarov desde vete a saber dónde”, comenta.
Nada de lo humano es ajeno en esta correspondencia, que concluirá el 15 de octubre de 1985 y donde habrá siempre lugar para la ternura, como en esta carta “urgente” que Szymborska le escribe a un gato callejero llamado Rayas: “Querido Rayas: Eres, sin duda, el gatito más bonito de todos tus hermanos. Desgraciadamente, el Buen Dios, en contrapartida por tu belleza, te escatimó agilidad, destreza e ingenio. En lo de los saltos, las travesuras, el acechar a la presa y el escapar del peligro, tus tres hermanitos te aventajan claramente. Tienes una naturaleza bondadosa y distraída, en el momento menos indicado te ensimismas, das la sensación de ser un bobalicón aturdido por la vida. Debes recordar que eres un gatito callejero normal y corriente que dentro de poco solo podrá contar consigo mismo. En breve tu mamá no querrá saber nada de ti y el amable señor Kornel no podrá seguir cuidando de ti. Él ya tiene un gato en casa que, por esas adversidades de la fortuna, ha resultado ser un psicópata; en una compañía así no podrías desarrollarte correctamente. Por eso te pido, por favor, que pienses seriamente en tu futuro. Pon tus cinco sentidos en las lecciones que todavía te da tu mamá. No te enfades si a veces te pega un manotazo en la cabeza porque es por tu bien. Tampoco te hagas el remolón a la hora de jugar con tus hermanos aunque estos te hagan poco caso y se muestren algo bruscos contigo. Tienes que llegar a ser fuerte y resuelto como ellos. El mundo puede ser despiadado con jóvenes gatitos con tendencia a soñar. A veces ni siquiera les permite alcanzar la edad adulta. Deseo con todas mis fuerzas que tengas ocasión de darte cuenta de que así es. Por eso, por tu propio interés, corrígete, mi querido Rayas. Te saludo de todo corazón. La señora W.”.
Una curiosidad entre otras: el 18 de octubre de 1978, Flipowicz se refiere a la elección de Karol Wojtyla como papa en los siguientes términos: “Querida Wisława: Tras la elección de Wojtyła como papa, empiezo a creer en los milagros. ¡Ahora ya puede pasar de todo! (Todo lo mejor y —lamentablemente— todo lo peor.) En todo caso, hemos vivido algo que puede compararse con la llegada a la Luna”.
Szymborska pensaba que “el mundo es asombroso” y estos retazos de vida que contiene su correspondencia con Kornel Filipowicz no son ajenos a ese asombro que alimentaba su vida y se concentraba en los acontecimientos comunes. Otra cosa será, como dijo en su discurso de aceptación del Premio Nobel en 1996, la lengua de la poesía, “donde se pesa cada palabra” porque en la poesía nada es común: “Ninguna piedra y ninguna nube sobre esa piedra. Ningún día y ninguna noche que le suceda. Y, sobre todo, ninguna existencia particular en este mundo”.
Fotoarte: Luis M. Morales | MILENIO