Por José Francisco Villarreal
A mí me da mucha ansiedad el telepromter. Hace años tuve una sección de comentarios en un noticiero en TV. Siempre preparaba mi texto que luego leía o usaba como referencia desde el teleprompter. Un día, antes de iniciar mi comentario, el titular del noticiero me preguntó sobre un personaje de la historia romana, Cincinato, un político insoportablemente honrado (rara avis). Luego de cruzar unas palabras iba a iniciar mi comentario, pero el responsable del teleprompter estaba tan atento a la plática que lo descuidó. Después de un par de segundos de terror pánico, opté por continuar el diálogo con el titular del noticiero, ahora sobre el tramposo origen romano de los cuerpos de bomberos. Sólo buscaba un poco de tiempo para reordenar mentalmente las ideas que llevaba escritas y exponerlas a capela. Finalmente no hubo necesidad, se corrió el teleprompter y salí del apuro. ¡Pero quedé traumatizado! Por esto me aterroriza el artilugio, por eso comprendo la angustia llevada a la risa nerviosa aquella vez que a Xóchitl Gálvez le falló el apuntador. Se entiende que en su cierre de precampaña se hayan preparado para que no se repitiera tan aterradora contingencia.
El evento fue muy concurrido, apoteósico. Los medios contabilizaron alrededor de 20 mil almas llenando el recinto. Destacan la ocupación de las butacas, prácticamente sin vacíos. Señalan la presencia de jerarcas de los partidos coligados para lanzar la candidatura de la dama empresaria, ahora panista de closet. Incluso se apunta la presencia de una “operadora” del cuasi-morenista Marcelo Ebrard. Algunos mencionan con mucho entusiasmo que doña X no usó un teleprompter. Otros, pícaros, dicen que no usó uno sino seis o hasta ocho. Coinciden en el cuidado del discurso, muy largo pero con una buena estructura. Luego estuvo la profusión de fotos y felicitaciones. ¡Una chulada! Los registros mediatizados de la ceremonia dan fe del hecho y dan fe de la confianza en el éxito de la precampaña. Poca o mucha fe no importa, hay fe. Sólo que en lo personal no me encandilan las multitudes en actos electorales. Veinte mil, cincuenta mil, o más personas, son la medida del continente, no del universo elector; no es lo mismo llenar una capilla que una catedral. Tampoco me importa si son acarreados o no; al final los contingentes aclamadores son nada más que coros del protagonista, no interlocutores. Habría que tomarle el pulso a cada asistente para saber qué tanto los hipertensa el orador. Esto vale para los morenos, los cardiacos y los fosfos. Porque, creo yo, el objetivo de una campaña electoral es establecer vínculos con la gente, no escuchar vítores y aplausos.
En algunos videos sí noté que algunas pantallas proyectaban el discurso que doña X estaba exponiendo. Un discurso bien hilado, aunque, dicen que somníferamente largo. No tuve paciencia de buscar y oír todo el discurso, me quedé con fragmentos destacados en los medios. Con doña X me pasa lo que con don Andrés aunque por motivos diferentes. Don Andrés me aburre por su trote pausado, salpicado con silencios desesperantes. Cuando veo las “mañaneras” lo hago por disciplina. Sé que en algún momento va a decir algo importante o divertido, y nunca me decepciona. Aunque discurre lento, no se ahorra efectos dramáticos, desde el humor hasta el enojo. Estos rescoldos de la oratoria formal salvan la pachorra del discurso.
Doña X parece que no ha leído siquiera un manual de oratoria para “dummies”. Su discurso es plano, y sus énfasis dramáticos se limitan a alzar la voz. Tal vez mejoraría mucho si usara autotune.
Si no lograra la presidencia, seguro conseguiría una nominación al Latin Grammy. Vale para doña X y don Andrés aquello de que “Quod natura non dat, Salmantica non praestat”, si bien don Andrés lo enmienda con astucia.
Pero una cosa es el cómo y otra el qué. Cantinflas nos regocijaba con el cómo sin el qué. Al menos a mí, doña X me decepcionó por el qué sin el cómo. No encontré algo nuevo en su discurso. Con variantes actualizadas y destacando la inseguridad como tema oportunista, repitió lo mismo que se ha dicho contra el régimen morenista desde antes de que llegara al poder. En todos los casos, ex cathedra, reiteró afirmaciones que han sido ya desmentidas en los hechos. Doña X, en un discurso que la verdad no creo que haya escrito ella, describe un país colapsado que no vemos por ninguna parte. Curiosamente retoma los programas sociales de este régimen prometiendo mejorarlos, cuando fueron combatidos por los partidos que la apoyan y por ella misma como legisladora. Insiste en una elección de Estado y en el uso de recursos públicos para favorecer a Claudia Sheinbaum, cuando omite explicar los recursos que le favorecen, sobre todo los que se dilapidan en una guerra sucia contra Sheinbaum y contra don Andrés. Doña X no dijo algo nuevo, ni probó consistentemente lo que dijo. Pontificó y adjetivó su desprecio al régimen. Ni siquiera deslindó completamente su campaña ni su candidatura de los “acuerdos” difundidos por Marko Cortés. Su candidatura, y todas las candidaturas del frente cardiaco, no están por encima sino enfangadas debajo de esa noción que todos teníamos y que Marko se encargó de confirmar: la corrupción en los partidos políticos. Eso sí, doña X insiste en invocar a la clase media para su campaña, pero no dice que en el régimen neoliberal que pretende reimplantar, el destino de la clase media es que nunca se le permitirá dejar de serlo. Perdonando la comparación, me recuerda al decadente imperio romano reclutando tribus bárbaras para combatir a otras tribus bárbaras. Que la clase media de relumbrón se enfrente a la clase media de mérito, eso sí, con mucha fuerza y corazón.
No me regodeo en el descrédito del frente cardiaco. Me pesa que los militantes de los tres partidos coligados hayan sido tan pasivos frente a una subordinación inadmisible, como lo es la humillación de obedecer a los intereses de un empresario. Con eso me basta para no confiar en ninguno de los tres partidos y para repudiar a sus dirigentes. No entiendo cómo un militante político convencido deja que su partido se desintegre. No repudio tampoco a la coalición morenista, pero no es sano para una democracia que se reduzcan drásticamente las opciones ideológicas. El frente cardiaco confunde el objetivo real de la democracia. No se trata de derrotar al adversario, se trata de convencer al elector. Y toda la campaña de esta mediocre oposición desideologizada se reduce a tomar el poder y, ya lo demostró Marko, controlar las fuentes de recursos. Cuando estas elecciones pasen, no veo en qué condiciones quedarán los tres partidos cardiacos para sobrevivir individualmente como opciones políticas. Será imposible deslindarse. Esas cicatrices no cierran jamás. Se nota que Dante no tiene un pelo de tonto. Al resistirse a una alianza no tendrá que cargar con ese estigma después de junio, podrá negociar libremente con los poderes fácticos y, le vaya bien o mal en estas elecciones, Movimiento Ciudadano quedará como la única opción organizada y aceptable para la derecha.
Con todo y lo aterrador que puede ser este sismo político-electoral, algo me aterra todavía más: la inseguridad. No la inseguridad natural, esa que surge de crisis mentales o sociales. Me aterra la inseguridad organizada, la que a lo largo de varias décadas fue implantada por el propio Estado como otro poder fáctico. Que sea un argumento del frente cardiaco contra el morenista sólo me demuestra que no ven la inseguridad como un problema social sino como una herramienta política… Y hasta ahora no sé de un artesano u obrero que se deshaga de una herramienta que le sirva.