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Por Félix Cortés Camarillo

No tengo el menor regocijo en escribir lo que sigue: si no sucede algo imprevisto e igualmente indeseable, Claudia Scheinbaum será la próxima presidente de México, mientras que su padrino desde la lejanía seguirá ejerciendo el poder del Maximato. O eso tiene en su proyecto.

Lo que los mandatarios salientes de este país nunca consideran es la veleidad del cargo, y como dice el bolero, esa es mi última esperanza. En cuanto cualquier selecto ser humano recibe y se coloca sobre su pecho un trapo con la bandera mexicana y se convierte en el dueño del país, de manera automática se borran fraternidades y juramentos de amor eterno, lealtades y compromisos, promesas y acuerdos con el antecesor. 

Así rompió Echeverría con Díaz Ordaz, López Portillo con su amigo de juventud y Salinas con quien fuere. Claudia va con su propio proyecto, que se parece –o eso dice– al segundo piso del cuatrote. Pero dentro de un año ya estaremos enterados.

Hoy comienzan los cierres de la precampaña, una estúpida instancia que solamente materializa la estolidez de la legislación electoral de este país. De aquí al primero de marzo, cuando comienzan las “campañas”, supuestamente nadie puede hacer nada en favor de su candidatura. A pesar de que el señor de Palacio Nacional viole diariamente las leyes como jefe de campaña de la candidata del oficialismo.

Lo seguirán haciendo todos, no hay duda.

Sin embargo, este extrañísimo fenómeno pone en evidencia la necesidad de romper la jaula de oro que se llama legislación electoral. Volver a ideal maderista que le dio disfraz de civilidad a la barbarie de la Revolución mexicana, el sufragio efectivo. Urge un cambio radical en la manera en que pagamos para que nos gobiernen.

Reformar fundamentalmente el sistema, que se basa en patrocinar con el dinero de los mexicanos pendejos la vida y ejercicio de los mexicanos listos, que son los que se dedican al negocio de la política. Dejar al descubierto, eventualmente, lo que es claro y legal en los Estados Unidos: los políticos piden dinero a patrocinadores que lo tienen para llegar al poder y todo ello se documenta. Desde luego que el político que llega al poder tiene que retribuir a sus patrocinadores con trato especial y contratos benéficos. Lo mismo pasa en nuestro país, salvo que aquí nada de eso se hace público ni se documenta.

Es claro que esa reforma legal es mucho más importante que las paparruchadas de Lopitos para elegir a mano alzada a los ministros de la Suprema Corte o jubilar a los viejitos con el salario último al cien por ciento. Pero en este circo de las mentiras en que estamos envueltos desde hace tantos años y que se llama política mexicana, nada nos sorprende. Vayamos a la fiesta del cinco de febrero, con las reformas lopistas.

PARA LA MAÑANERA (Porque no me dejan entrar sin tapabocas): Desde luego que no habrá debates de los candidatos a la presidencia. Por lo menos no como se inventaron. Doña Claudia ya se siente ungida y no tiene nada que ganar confrontando ideas que no tiene; Xóchitl, en un tardío y bravucón embate, le apuesta al efecto teatral. No servirá de nada.

‎felixcortescama@gmail.com

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// Félix Cortés Camarillo

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Autor: stafflostubos
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