Por Francisco Tijerina Elguezabal
Ahí radica el verdadero poder de los medios masivos: son capaces de redefinir la normalidad. // Michael Medved
Me encanta volar, a pesar de que padezco de vértigo y que tengo pánico a los lugares altos en los que pueden ocurrir dos cosas: o me petrifico y no puedo moverme o bien me lanzo al vacío, pero eso no ha impedido nunca mi pasión por volar y he tenido la oportunidad de volar en todo tipo de aeronaves y tener clases de piloto.
Todo este prólogo lo hago porque muchas veces me he topado con personas que tienen miedo a volar y mi argumento hacia ellas es que la posibilidad de un accidente es mínima en comparación con el número de vuelos y personas que viajan a diario.
Sin embargo, desde hace algunos días mi “normalidad” ha ido cambiando en función de algunos incidentes. En un par de meses me he enterado de “accidentes” en algo tan común como lo es un elevador; dos de estos sucesos fueron en elevadores de carga, instalados en edificios en construcción, uno de ellos fatal y en el otro un entrañable amigo tuvo lesiones de consideración, el otro fue este fin de semana en un hospital del Obispado.
Hace poco me cuestionaba el por qué se dan ahora tantos incendios tras los choques de vehículos. Por largos años luego de un percance era de excepción el ver que un auto o tráiler se incendiara y hoy resulta de lo más común. ¿Qué les cambiaron, qué les movieron, qué les hicieron para que de la nada se envuelvan en llamas con personas atrapadas dentro?
Los tiempos, condiciones y circunstancias cambian y habrá que asumir que para seguir adelante se deben asumir riesgos, pero, ¿por qué se están generando todos estos cambios cuando antes no ocurría?