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Por Félix Cortés Camarillo

La sugerencia de un gobernante regiomontano de que, para combatir la espantosa contaminación del aire que respiran los habitantes de la capital de Nuevo León, la solución es prohibir la carne asada pudo haberse considerado en su momento como un mal chiste, de esos que hacen reír torpemente al presidente López.

En realidad, es una manifestación de la ignorancia de nuestros políticos y la irresponsabilidad acumulada durante decenios en la atención de los problemas urbanos que se han multiplicado. Pasa lo mismo con las vialidades, diseñadas hace más de cincuenta años, durante las cuales se han quedado con dos vías supuestamente rápidas de oriente a poniente pegadas a las márgenes del río Santa Catarina y otras dos más congestionadas aún para los desplazamientos norte-sur. El parque vehicular de aquel entonces era la tercera parte de lo que circula hoy por Monterrey y su zona conurbada.

Ese sencillo fenómeno, unido a un deficiente transporte público, con un metro y líneas de autobuses que solamente cambian y mejoran en los discursos del gobernador, que un día sí y el otro también presume las nuevas líneas del metro que nunca veremos y unos autobuses, que probablemente porque son hechos en China, no acaban de llegar. De ahí que uno no pueda compartir el repetido entusiasmo del gobernador Samuelito por las millonarias inversiones extranjeras que no acaban de llegar y de los miles de nuevos inmigrantes que harán mayores las necesidades de los insuficientes servicios.

Ciertamente hay otros problemas que ahogan a la ciudad, como la inseguridad creciente en la zona periférica; sin embargo, el incremento demográfico de la zona hace que el asunto de la contaminación y el transporte sean de urgente atención necesaria. No solamente por el efecto económico que representa que cada trabajador nuestro de la clase media baja tenga que dedicar cuatro horas de su día a transportarse –mejor dicho, a esperar la presencia de un transporte que lo lleve– de su casa al trabajo y luego de regreso. Los especialistas saben el efecto que en la economía tiene el costo de hora/hombre perdido. A mí me preocupa las consecuencias en las personas y en su calidad de vida.

Precisamente por la calidad de vida de mis paisanos es que me irrita la estúpida idea de prohibir la preparación de un platillo regional muy estimado. Y sabroso.

Lo peor de las consecuencias de la contaminación ambiental es que tardan mucho en hacerse manifiestas: generalmente nos damos cuenta del daño que ha causado a nuestro organismo, comenzando por el aparato respiratorio, cuando ya es demasiado tarde. Las muertes por esa causa no son debidamente contabilizadas y en consecuencia las medidas para contener la polución se dejan para la próxima administración. El humo no vota. Y las toxinas que flotan en el aire fementido, que dice la canción, no avisan.

El principal agente contaminante de la zona de Monterrey son las emisiones de la destartalada y poco eficiente refinería de Pemex en Cadereyta. Me enteré ayer que los contaminantes que la refinería lanza jubilosamente a los aires, alcanzan a llegar a contaminar el ambiente en las ciudades del sur de Texas. ¿Otro producto de exportación?

Como la política energética del sexenio que está por concluir por fortuna se basa en conservar a los combustibles fósiles como la fuente casi única de energía, a nadie le preocupa lo que respiramos en ésta que es la región menos transparente del aire.

PARA LA MAÑANERA (Porque no me dejan entrar sin tapabocas): Se ha puesto muy bravo el gobierno de Israel porque los de Colombia y Brasil se oponen a la respuesta agresiva y genocida del ejército de la estrella de David en la franja de Gaza. No puede Netanyaju entender que la solución a la zona es la coexistencia de dos estados, uno judío y el otro palestino. México, este México de Lopitos, sigue nadando de muertito mientras allá lejos mueren miles.

‎felixcortescama@gmail.com

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Vía / Autor:

// Félix Cortés Camarillo

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Autor: stafflostubos
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