Por Félix Cortés Camarillo
Niebla de ausencia.
Aquí se dijo, y se dijo bien, que no había que esperar tremebundas sorpresas del anuncio del presidente López de las iniciativas de reformas constitucionales con las que pretende dar un golpe de Estado en pro de su maximato, en un intento claro de darle la puntilla a todo un período –dijo 35 años– del neoliberalismo. Modificar una Constitución que pretende adaptar a su modo y caprichos. No hubo sorpresa alguna. Se trató más bien de viejos argumentos reformulados. Una especie de mañanera docta dándole sustento histórico al llamado humanismo mexicano y a la revolución de las conciencias.
En gran parte, las veinte propuestas de contrarreforma, son difícil de rechazar: elevar las pensiones, hacer los aumentos salariales mayores que el índice de inflación, garantizar becas, atención médica, propiedad de las viviendas, castigar el uso de vapers y fentanilo, salario digno a maestros, médicos, enfermeras, castigar el maltrato animal o dar pensiones del 100 por ciento del último salario es algo que todo mundo ve con beneplácito: ya nos lo habían adelantado.
Todos queremos trenes de pasajeros y nos gusta la idea de que desaparezcan los plurinominales, así como que los 500 diputados se reduzcan a 300 y los 128 senadores a la mitad. Otro cantar es la obsesión con la desaparición de los organismos autónomos y la elección de jueces y magistrados por voto directo y comprable. Ahora, ¿será política y económicamente viable?
Lopitos sabe perfectamente bien que en la actual configuración del Poder Legislativo su pandilla no alcanza la mayoría calificada, para aprobar cambios a la Constitución. Eso no le importa, y por eso anuncia las serias reformas que busca: él confía en que al entrar en funciones la próxima legislatura, a consecuencia de las elecciones del primer domingo de junio próximo, Morena y sus rémoras lograrán la ansiada aplanadora.
Lo segundo es obvio:
El presidente va por la certeza de que los mexicanos nos estamos chupando el dedo engañados por el canto de las sirenas en el vacuo ejercicio de las adivinanzas por el nombre de la próxima presidente del país; así, no solamente distraemos la atención del voto para diputados y senadores. Al mismo tiempo dejamos pasar por alto los altos índices de inseguridad de todo tipo que se traduce en asesinatos cuyo número se acerca a los doscientos mil en este sexenio, extorsiones, secuestros, robo organizado y cinismo. Sin dejar fuera la bronca enorme que la próxima presidente va a tener que enfrentar con la migración y la enorme deuda interna que heredará, todo ello a partir de la ineficiencia de este gobierno y su ausencia en lo que debió ser siempre su primera obligación, garantizar su seguridad. Niebla de ausencia, humo en los ojos.
PARA LA MAÑANERA (Porque no me dejan entrar sin tapabocas): Será el sereno. No dudo que el procedimiento al que acudió Nayib Bukele en El Salvador para ser postulado a una reelección como presidente de ese país centroamericano no haya sido estrictamente apegado a las normas democráticas o establecidas. Lo cierto es que el mediático presidente ganó por una aplastante mayoría. Lo cierto es que lo que distingue a su peculiar estilo personal de gobernar se basa fundamentalmente en la preservación del orden y la seguridad. Lo cierto es que con sus medidas draconianas en su primer período presidencial devolvió a la ciudadanía la confianza y puso coto a la actividad de la Mara Salvatrucha, que es el nombre que tiene el crimen y la delincuencia en El Salvador y en el este de Los Ángeles, California, en donde estos pelafustantes fueron a perfeccionarse en el arte de la violencia para regresar –expulsados por los Estados Unidos– poner en práctica sus malas mañas en Centroamérica.
Te hablan, Lopitos.
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