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Por Francisco Tijerina Elguezabal

Tener un amigo no es cosa de la que pueda ufanarse todo el mundo. // Antoine de Saint-Exupéry

Perdón si lo decepciono hoy al no hablar de las iniciativas del presidente, de la suplente de Colosio, de los “fosfo-fosfos”, de Adrián, Alhinna o los mismos temas de siempre, de la contaminación, el agua o la movilidad, disculpe usted, pero es que hay días en que uno debe detener la marcha para pensar en lo verdaderamente importante.

Ayer por la tarde recibí con profunda pena la noticia de la partida de mi amigo de la adolescencia “Pancho” Pérez-Ayala Madero. Fue a través de las redes sociales, esas que hace algunos años nos reunieron nuevamente.

Contemporáneos, Pancho (nunca nos dijimos tocayos, éramos Pancho y Paco) apareció en mi vida poco después de la muerte de mi padre, en 1973, a través de amigos y vecinos comunes del Contry y desde el primer momento trabamos una fuerte y sólida amistad.

Su casa, en Pléyades y Orión, era siempre una romería, una fiesta interminable en la que se daban cita todos los amigos de Pancho y sus hermanos y en la que el orden y disciplina lo imponía su padre, el Ingeniero José Luis, y el amor y cuidados su mamá; sus hermanos, mayores y menores, te hacían sentir como un amigo más de ellos también. Ahí, en ese hogar, la tristeza y dolor de la muerte de mi padre se hicieron más llevaderos y nunca podré agradecer la sensibilidad del Ingeniero al abogar por mi madre ante la directiva del Deportivo Contry para que nos permitiesen tener una acción adquirida en abonos.

El futbol americano en Águilas, el gusto por los caballos y la charrería y los temas de esa edad nos unían y me seguía y apoyaba en mis aventuras taurinas, Pancho era un hermano.

Él me invitó al primer trabajo formal como empleado que tuve, en el “Café y Arte” del INMECAFÉ, cuya franquicia adquirieron su prima Caty y su esposo Héctor Tassinari, en Galeana entre Ocampo e Hidalgo; lo que era un trabajo de verano se convirtió en una increíble odisea por el mundo del café y la hostelería.

Para poder mantener a sus tres hijos, mi madre hubo de vender la casa que nos construyó mi padre en el Contry y que habitábamos apenas unos años antes y nos fuimos a Las Mitras. Ahí dejamos de frecuentarnos Pancho y yo, aunque años después, cuando él trabajaba en Fabricación de Máquinas (FAMA) me dio gusto ir una tarde a recogerle a su salida en la misma puerta que mi padre recorrió diariamente durante 28 años.

Crecimos y el mundo nos llevó por caminos diferentes, nos distanciamos no por gusto, sino por las circunstancias, aunque muchas veces su recuerdo aparecía en el encuentro con su hermano mayor José Luis o por amigos comunes.

Pasaron los años y un día a través de las benditas redes sociales Pancho reapareció y nuestra charla fue como si jamás hubiésemos dejado de vernos. La inseguridad en la carretera a Laredo o las ocupaciones impidieron que volviésemos a estar físicamente juntos.

Hace apenas unos días otro amigo, César Javier Rubio, me hizo saber que Pancho estaba delicado en cuidados intensivos y ayer su esquela en Facebook hizo que el corazón me diese un vuelco.

No te lo dije en vida, pero sé que lo sabías. ¡Gracias Pancho por tu amistad, por tu cariño, por todas las aventuras juveniles que vivimos juntos, por ser un verdadero amigo!

Descansa en paz.

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// Francisco Tijerina

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Autor: stafflostubos
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