Por Francisco Tijerina Elguezabal
“Pensar en viejo me abruma y, sin embargo, pensar en joven, en sano y arrogante joven, me parece tan insípido…” // Camilo José Cela
No sé si lo habrá notado, pero resulta bastante sencillo para las personas de mi edad el darte cuenta de que a los políticos de hoy les hace falta carisma y personalidad.
En muchos casos no es un tema de preparación o conocimientos, sino que comparados con los de antaño carecen de esa prestancia, dominio escénico, facilidad oratoria, ese halo y brillo que tenían los de antes.
Sin ser físicamente agraciado, don Alfonso Martínez Domínguez tenía una personalidad arrolladora que se dejaba sentir al momento de entrar en cualquier recinto; ¿qué decir de la bonhomía de don Pedro Quintanilla Coffin, de la lucidez de conocimiento de Jorge Treviño, de la capacidad de discurso y debate de Sócrates Rizzo, de la imponente figura de Lucas de la Garza?
Era una delicia el discutir temas o entrevistar a Luis Eugenio Todd, una aventura el escudriñar los pensamientos de don Jesús Hinojosa Tijerina y un deleite el charlar con Fernando Canales Clariond. Con el “Benjas” siempre reías, pero cuando se ponía serio el asunto cambiaba y te brindaba nítidos argumentos sobre su manera de pensar y gobernar.
A los de hoy, como decía el entrañable René Alonso Estrada, les hace falta “mengambrea”, fondo, contenido, sustancia; dicen las cosas y hablan de obras y millones pero parece que no dimensionan porque carecen de intención al comunicar y entonces, para intentar convencer, se tienen que soportar en las comparaciones o la estridencia de las palabras rimbombantes o malsonantes.
Carisma, personalidad, elementos que no se venden en el Oxxo, que no consigues por kilos o litros y que no puedes pedir por Amazon.
Algo tenían los de antes que estaban cortados con la misma tijera, aunque viéndolo bien los de hoy también lo están, aunque la navaja es diametralmente opuesta.